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Claudio Iturra: El intrépido hombre del cable

Ha sido detenido a punta de metralleta en la India y en Egipto, pero el conductor de “Cultura sagrada” dice que son solo aventuras. Lo importante para él, confiesa, es saber que hay un mundo distinto allá afuera y darlo a conocer a los chilenos. “Hay cosas que hay que mejorar, como la salud y educación, pero tenemos un país privilegiado”, asegura.

29 de Enero de 2014 | 08:51 | Por Ángela Tapia Fariña, Emol.
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Cristóbal Silva, El Mercurio.
“Uno tiene que vivir sin miedo”, ése es uno de los lemas de Claudio Iturra (33 años, @CLAUDIO_ITURRA). El conductor de “Cultura sagrada” lleva años guiándose por esa filosofía y poniéndola a prueba por al menos cinco meses todos los años, enfrentándose a leones, cocodrilos o a calabozos inhóspitos en el Asia y el Medio Oriente.

Es de esos privilegiados que ama su trabajo, que básicamente es viajar, adentrarse en una cultura diferente y registrar, para mostrar aquí, en Canal 13 cable, que hay un mundo totalmente diferente allá afuera.

Claro que lo suyo no son los destinos all inclusive, para relajarse con un margarita en la mano. Kenia, India, Marruecos, Tailandia, el Amazonas son solo algunos de los parajes que ha elegido como espacio laboral, y faltan otros tantos aún por visitar. De hecho, este periodista y creador de contenidos dice con satisfacción que casi todos los días mira un mapamundi y se pone a organizar un próximo viaje: fijar rutas, y leer, leer y leer.

“Cada temporada del programa es como un examen de grado del lugar que visitamos. Estudiamos mucho para entender el país que estamos visitando”, asegura Iturra, quien pese a la información recopilada, no ha estado a salvo de peligrosos inconvenientes.

“Egipto ha sido de los más peligrosos. Con el camarógrafo nos arrestaron por estar grabando en un lugar no turístico. Nos había estado siguiendo la policía de inteligencia y a punta de metralleta nos pusieron contra la pared y nos llevaron a un calabozo, como en las películas. Cuando nos encerraron en la celda, lo primero que pensamos fue en llamar a la embajada, pero no sabíamos cómo comunicarnos porque no hablaban en inglés”.

“Además, estaba preocupado, porque ni la embajada más influyente podría sacar a alguien allá, al ser un país que prácticamente se rige por sus propias leyes. De verdad pensé que quizás no iba a volver más a Chile. Cinco horas después nos llevaron con el jefe de la comisaría y ahí lloré; no con lágrimas, pero rogándole que por favor nos soltara. Le dije que éramos turistas y que nos gustaba grabar. Al final nos creyó y nos liberó. Cualquier persona normal agarra sus cosas y se va del país, pero nosotros seguimos grabando porque aún quedaba trabajo por hacer”, cuenta, a modo de ejemplo de sus aventuras.

Otras incluyen ataques de leones en África, y piratas de tierra en Kenia. “Siempre me arriesgo un poco más de la cuenta”, confiesa.

-¿No te da miedo cuando ves noticias de periodistas secuestrados por meses, pidiendo rescate?
“En ese tipo de países, ser periodista es complicado, pero no me da miedo. Lo que sí, antes de partir, siempre me pongo nervioso. Siempre tengo presente que está la posibilidad –un 5%- de que no vuelva a Chile. Pero creo que es lo que les pasa a los cantantes antes de subirse al escenario, que sienten nervio, pero después, ya arriba, les da lo mismo”.

-¿Tus amigos y familia conocen ese 5% de probabilidades de no retorno?
“Sí, saben. La Carito, que es mi polola-señora, lo tiene claro; nunca le he mentido. Siempre le cuento si voy a pasar por partes complicadas y trato de comunicarme con ella lo más seguido que pueda. Por ejemplo, ahora que estábamos en los Himalayas, tuvimos que pasar por sectores realmente peligrosos. De hecho, dos días antes que llegáramos, habían matado a un periodista. Era una zona en guerra, controlada por militares, que pueden creer que extranjeros adentro de un auto son espías. Ahí me metieron a un centro de detención del Dalai Lama, pero me salvó la Carito”.

-¿Fue contigo?
“No, me salvó desde Chile. Nos habían revisado y quitado nuestras cosas, cámara, celulares, y nos iban a trasladar a un centro de detención, pero fuera de la ciudad. Justo cuando nos iban a llevar, miré todas nuestras cosas encima de una mesa, y en medio segundo tomé mi celular y me lo guardé. En el auto, con un policía mirando por la ventada y otros dos conversando, prendí el celular en silencio, esperé que agarrara señal y escribí: ‘Amor, me tomaron detenido en McLeod Ganj. Si no te llamo en 4 horas, llama a la embajada’.

-¡Pobre mujer!
“Es que ella sabe que nunca la trato de asustar, así que si le mandaba algo así, sabría que era grave. Al final, llamó a la embajada y desde ahí nos sacaron del centro de detención.
“Veo estas cosas como una aventura más. Algún día me voy a aburrir de que pasen, pero por ahora, me gustan, y me siento afortunado de tener la posibilidad de hablar veinte minutos en televisión, explicando la religión hindú. Eso, en la tele abierta, no pasaría jamás. Yo he estado ya ahí, y te cortan lo que haces, te piden ritmo, bikinis… ¡Pero qué haría una mina en bikini en el Taj Mahal! Prefiero evitar esas cosas y dar algo con contenido. Por eso, también me siento con la suerte de poder generar negocio en torno a los contenidos culturales”.

-¿Qué has aprendido en tus viajes?
“De todo. Básicamente, que todos somos distintos, que ésta no es la única realidad; que hay, literalmente, un mundo allá afuera. Que  tiene igual valor tener un puestito de jugos naturales  en Tailandia, que ser el dueño de una empresa aquí. No vas a ser más feliz por la cantidad de plata”.

-¿Seguro?
“Es que he compartido con las personas más pobres del mundo, por eso lo digo. Ves a la gente en la India, donde lo que más les importa es el tema espiritual. Allá funcionan por el sistema de castas, así que no puedes ascender socialmente, y si te tocó ser pobre, lo serás hasta que te mueras. Allá no cuenta la riqueza de Chile, de si tienes o no plata; lo que les importa es ser una buena persona con lo que, entre comillas, les tocó ser. Su riqueza pasa por dentro. Yo sí tengo algunas aprehensiones materiales, pero aprendí que aunque sea en algunos momentos del día, hay que desapegarse de eso. Las cosas, los autos, una casa, no pueden transformarse en un objetivo en tu vida. Después te mueres y todo queda ahí”.

-Es una pobreza distinta a la que habrás visto en África…
“Claro, ahí la gente no pide comida, pide agua. Se están muriendo de sed. Me acuerdo en Kenia, que estaba con el nieto de una señora ciega y me ofrecí para comprarle comida, así que le pedí que me llevara a algún lugar donde vendieran. Pero no encontramos en todo el pueblo. Lo único que vi fue un lugar donde vendían frijoles, pero que parecía para animales. Pero la sed en África es lo que más me jode el alma. A veces estás en un lugar y escuchas que afuera, alguien te golpea el vidrio rogándote para que le des agua. No te piden plata, no te piden comida; te piden agua”.

-Eso te hará valorar más tu vida cuando vuelves, ¿no?
“Por supuesto, pero te angustia saber que al comprar un café por diez dólares, con esa misma plata vive una familia allá durante diez días. Son otras realidades… Lo que tenemos aquí es impresionante. Sé que hay cosas que hay que mejorar, como la salud y educación, pero tenemos un país privilegiado. ¡Abres la llave y hay agua! ¡Y potable!”.

-Una duda aparte, ¿cómo es eso de que tienes polola-esposa?
“Es que con la Carito, mi polola, llevamos dos años viviendo juntos y nos vamos a casar”.

-Ah, ¿ya te vas a establecer aquí y adiós a los viajes peligrosos?
“Es que no puedo, no va conmigo. Me gusta viajar y producir cosas, es lo que me mueve. Pero ella es bacán y me entiende. Es como cuando alguien se saca la lotería, y encuentras esa persona de la que no tienes dudas de que es la que te va a acompañar toda tu vida.  La Carito, junto a mi familia, son los pilares que tengo en la vida”.

-¿Tienen algún ritual de despedida?
“No. Como costumbre, como harto antes de irme. Un día antes de tomar el avión, como lo que sea. Es que si supieras, son brígidos esos viajes, peludos. Duermo en hoteluchos o a veces en el auto, cuando estamos en el campo. A veces me despierto con un huevón mirando por la ventana o pegándole al vidrio y gritando en otro idioma”.

-¿Vas armado?
“No, prefiero entregar todo si es necesario. Total, está todo el trabajo respaldado porque siempre voy mandando las imágenes a Chile en un disco duro. Así que en caso de que nos muramos todos, el material ya llegó al canal”.

-¿Cuál es tu vicio privado?
“Soy obsesivo con el trabajo, y con todo en general. Reviso muchas veces que la puerta esté cerrada y esas cosas. Creo que todos los que somos muy trabajólicos, tenemos un trastorno obsesivo compulsivo, pero canalizado. No soy Jack Nicholson en ‘Mejor imposible’, pero por ejemplo, antes de sacar un programa al aire, lo puedo revisar quince veces, una y otra vez, todo el día, cambiándole cosas, una toma o un color. Ya cuando se hace de noche, le digo al equipo que nos vayamos todos a mi casa a seguir revisándolo, si es necesario, hasta las siete de la mañana”.
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