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C. S. LewisEl nombre de Clive Staples Lewis debe decirle poco y nada a la mayoría, pero si la referencia es su abreviación, C.S. Lewis, la situación cambia totalmente.

Algo similar ocurre con su literatura. En el mundo deben ser pocas las personas que no han escuchado, por lo menos, alguna vez hablar de las Crónicas de Narnia y millones las que han leído por lo menos un tomo de la serie, ya sea por obligación en el colegio o porque alguno de los siete libros de la saga llegó a sus manos.

Lewis nació en Belfast, Irlanda, en 1898 y a los nueve años sufrió el primer gran golpe de su vida al fallecer su madre. Luego de la tragedia, su padre decidió mandarlo a una serie de internados que marcaron su infancia y juventud.

Al estallar la Primera Guerra Mundial, el escritor es enviado a combatir, pero una herida sin mayores consecuencias le permitió volver e instalarse en Oxford, donde se transformó en profesor de Lengua Inglesa y Literatura, un cargo que mantuvo casi toda su vida y sólo abandonó para ocupar una cátedra similar en Cambridge.

Una de las características que marcaron su vida fue su gran vicio: el tabaco.

Sin dios estoy mejor… ¿o no?

Uno de los hechos que ayuda a entender su trabajo literario, también marcó su vida. El narrador, hasta los 33 años, fue un ateo convencido que repudiaba la supuesta benevolencia de Dios y el cristianismo.

"Si me piden que crea que todo esto es obra de un espíritu omnipotente y misericordioso, me veré obligado a responder que todos los testimonios apuntan en dirección contraria", sentenció alguna vez.

"Para un cobarde como yo, el universo del materialista tenía el enorme atractivo de que te ofrecía una responsabilidad limitada. Ningún desastre estrictamente infinito podía atraparte, pues la muerte terminaba con todo (...). El horror del universo cristiano era que no tenía una puerta con el cartel de ‘Salida’", agregaba.

Algunos le atribuyen el mérito final de su conversión al cristianismo al creador de la Tierra Media y la trilogía del Señor de los Anillos, J.R.R. Tolkien, uno de sus grandes amigos e integrante de un grupo de escritores conocido como “Los Inklings”, al que también pertenecían Lewis, Charles Williams y Owen Barfield.



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