Primer lugar

Ganadores 2007

Una ventana abierta en Navidad de Denise Díaz Luengo

El plan era perfecto, pues todos sus detalles habían sido considerados; después de todo, llevaban días planificándolo.

Esta vez no fallarían. La hora y el lugar ya estaban determinados y sólo restaba esperar. Así que, para pasar el tiempo, se fueron a ver los especiales de Navidad que daban todos los años en vísperas de Nochebuena por televisión. De vez en vez, se miraban y sonreían en total complicidad.

El llamado a cenar, justo a la hora presupuestada, los hizo bajar del segundo piso al comedor. La mesa dispuesta con motivos navideños, los candelabros simétricamente puestos uno con respecto del otro y en el centro un asado aderezado acompañado con una gran variedad de ensaladas de estación los invitaba a dar rienda suelta a su gula y departir con todos los parientes y amigos de sus padres.

La sobremesa duró lo habitual y poco a poco los asistentes se fueron despidiendo hasta que la casa quedó en completo silencio. Ellos ya sabían que se les mandaría a dormir, pues todos los años se les repetía -casi majaderamente- que el Viejito Pascuero no dejaría sus regalos si estaban despiertos. Sin protestar -como otras veces- se fueron a sus respectivos cuartos, cuestión que, de buenas a primeras, les llamó la atención a sus progenitores, quienes sólo atinaron a sonreír un tanto perplejos. Hasta ahora todo marchaba como un reloj.

Cerca ya de la medianoche, los niños salieron a hurtadillas de sus habitaciones, bajaron las escaleras y se encaminaron al cuarto de estudios en donde -se supone- sus padres dejarían entreabierta una ventana para que entrara por allí el Pascuero. El plan era fotografiarlo con la cámara digital que le habían regalado a Isidora para su cumpleaños en el momento justo en que éste estuviera depositando los juguetes bajo el árbol de navidad. Benjamín prendería las luces del cuarto y su hermana tomaría la inmortal foto, para lo cuál se esconderían detrás del mueble del computador que daba justo en frente del árbol. Sin embargo, y para su horror, la ventana estaba cerrada.

-Benjamín, pásame esa silla para subirme, voy a tratar de abrir la ventana- dijo Isidora, un tanto fastidiada por esta contrariedad.

-Ya voy…ya voy…pero no metas tanta bulla -dijo a su vez Benjamín.

Le alcanzó la silla a su hermana y se fue a apostar cerca de la puerta de entrada del cuarto para vigilar. Entretanto, Isidora ya había logrado abrir una de las batientes de madera cuando súbitamente se ve empujada hacia atrás por una fuerte luz que entró de lleno por la ventana de la habitación. Quedó tirada de espaldas en el suelo y su hermano fue en su auxilio.

Juntos, comprobaron con estupor, mientras miraban hacia la luz, que una figura grande, desdibujada al principio, se hacía cada vez más nítida a medida que se les iba aproximando. Una anciana de luengos y canosos cabellos, vestida con ropas de tonos verdes y cafés que -entre otras cosas- flotaba, les pregunta la razón de su presencia.

-Estamos esperando al Viejito Pascuero- balbuceó Benjamín.

-¿Y para qué?-  preguntó la anciana.

- Esteee… porque…bueno, verá usted…nosotros queríamos…

-¿Qué querían?- interrumpió la mujer.

-Saber cómo era él- terminó de decir Isidora.

Repentinamente, una risa sonora invadió todo el cuarto, sonaba como aquella que todos conocemos del Viejito Pascuero, pero lo raro era que salía de la boca de esta extraña señora. Y con un gesto de su mano en redondo, los niños- con los ojos desorbitados- vieron transformarse no sólo el cuarto donde estaban sino que también la casa en la que vivían, en un campo de verdes pastos, árboles, flores, riachuelos de cristalinas aguas y cuyo telón de fondo era la imponente cordillera de los Andes.

Un pastorcito pasó raudamente a su lado y, casi sin detenerse, con una gran sonrisa les preguntó:

- ¿No van a ir a saludar al Niño Dios?...dicen que ya nació, apúrense -les gritó ya de lejos a los chicos.

Éstos se miraron entre sí y decidieron correr tras del pastor. Pronto se vieron rodeados de otros pastores y animalitos que iban en su misma dirección. Un burrito en tono amable les ofreció llevarlos sobre su lomo.

-¿Qué tal, amiguitos, a que no les late que los lleve en mi lomito?...es muy blandito…continuó diciendo.

-No sean tímidos -interrumpió una coqueta llama que escuchó el ofrecimiento- aún queda un trecho largo por recorrer.

-Vaya, ustedes hablan….- dijo asombrada Isidora.

-¿Cómo puede ser?- preguntó Benjamín.

- Simple, mueves los labios así… y la lengüita que golpee el paladar, tomas airecito y sacas palabritas -respondió con naturalidad el burrito.

-¡No, burro, a eso no se refieren…! -exclamó la llama moviendo su lanuda cabeza de lado a lado. Y les explicó que todos en ese lugar tenían el don de la palabra que les fue dado desde el inicio de los tiempos.

Una vez arriba de los cuadrúpedos, en un dos por tres llegaron los niños al pesebre. Estaba en una colina de cara al mar, incrustado en una roca cuyos brillos recordaban al mineral de pirita. La sagrada familia rodeada de animales provocaba una dulce paz interior, el cielo en tonos violáceos y las flores amarillas a sus pies parecía sacado de un cuadro de Van Gogh. Los chicos se quedaron un buen rato contemplando el nacimiento, hasta que fueron sacados de su ensimismamiento por un vetusto olivo, quien no encontró nada mejor que hacer puntería con sus cuescos de aceituna hacia las cabezas de ellos.

-¡Auuch!… ¡detente, no sigas! -se quejaron los niños.

-¡Qué divertido es esto…uno más uno más, porfis…! -rogaba gozoso el olivo.

-Ya no los molestes y dales el mensaje…, intercedió un zorzal posado sobre sus ramas, mientras picoteaba una oliva.

-¡Ay ya, fome…y deja de pellizcarme la mercadería…! -rezongó el árbol –Y en cuanto a ustedes jovencitos los manda llamar la anciana del valle, dice que los espera a orillas del gran lago azul, ¡así que partieron!

Una vez allí, los niños desmontaron al burrito y a la llama. Encaminaron sus pasos hacia la orilla del enorme lago. La anciana se encontraba peinando su plateada cabellera. Cuando caían sus finas hebras se transformaban en arroyos que corrían al mar. Rodeada por peces parlanchines, algas que salían desde abajo del agua sólo para acariciarle sus pies y de delfines juguetones. Ella les explicó que aquello que estaban observando era la tierra en otra dimensión.

-Hace mucho tiempo atrás para los humanos, pero poco para las criaturas de este lado de la “ventana”, ambos reinos se podían comunicar fácilmente y viajar de un lado hacia el otro con sólo el pensamiento conectado al corazón. Lamentablemente, los humanos poco a poco fueron perdiendo esta capacidad y, con el paso del tiempo, sólo les quedó un simple recuerdo de navidad como el que acaban de ver ustedes -dijo la anciana-. Sin embargo, -continuó- aún hay esperanzas en que abran sus corazones, después de todo, ¿qué significa la Navidad, el comienzo o el fin? -les preguntó sonriente. Y a medida que ella iba pronunciando estas palabras la tez de su cara y manos iban rejuveneciendo, sus labios se volvían tersos y sus largos cabellos ennegrecían. La naturaleza celebraba un nuevo comienzo.

Los niños no alcanzaron a responder la pregunta. Una enorme cortina de agua se levantó y los envolvió para tragárselos en sus profundidades. Segundos después se encontraban de regreso en el cuarto de estudios de su hogar. Sus padres, con cara de preocupación y aún con sus batas de dormir puestas, les preguntaban si se sentían bien, si sus cabezas les dolían al mismo tiempo que les colocaban termómetros debajo de sus axilas.

-¡Mamá, Papá…viajamos a otro mundo…! -gritaban casi eufóricos los chicos.
-¡Ya lo creo que viajaron a otro mundo…casi se mataron con la caída…! -respondió su madre.

-¡Cómo se les ocurre tratar de abrir la ventana ustedes solos…! -reclamó su padre.

-No, no…ustedes no entienden…-decía Isidora- una enorme luz entró por la ventana y entonces apareció…

-¿Una luz dices…? -interrumpió el padre- ¡Sería la del flash de tu cámara digital...! Mira, cuando caíste golpeaste tu cámara y ésta sacó una foto, acuérdate que la dejamos en automático, mi niña, el flash funciona solo.

-¡No, papá escúchanos…! -rogaba Benjamín

-No se hable más, miren la hora que es…yo no sé lo que pretendían, pero mañana iremos al doctor, por si acaso, pues parece que están bien, aunque están hablando puras tonteras -sentenció su padre.

Efectivamente, el contador de la cámara marcaba una foto sacada y cuando la traspasaron al computador, éste sólo daba cuenta de la imagen desenfocada de la ventana que correspondía al cuarto de estudios.

Años después, y ya siendo profesionales, tanto Benjamín como Isidora conservaban en sus respectivas oficinas una copia enmarcada de esta foto. Les recordaba como aquella Nochebuena les cambió la perspectiva de las cosas. Así, cada vez que se sentían desfallecer por las injusticias, las faltas de caridad o el hedonismo de algunos; se refugiaban en ella sólo contemplándola, pues sabían que a la vida hay que darle otras oportunidades. Ahora, cuando sus clientes y colegas les preguntan por este extraño recuerdo de una ventana mal enfocada sobre sus escritorios, ellos sonríen y contra preguntan:

-¿Qué significa la Navidad, el comienzo o el fin?- .


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