Podrá estar el genio compositivo de Martin Gore detrás de prácticamente la totalidad de las canciones de Depeche Mode. Pero así como el grupo no habría sido lo que llegó a ser sin la labor esencial del rubio compositor, tampoco podría entenderse sin la presencia de otro integrante que recién en 2005 vino a poner su nombre en los créditos de un par de canciones: el cantante David Gahan.
Dueño de un reconocido carisma, desde un principio su figura resaltó en un grupo donde, tras los teclados, ninguno de sus demás integrantes irradiaba especial magnetismo. Gahan, en cambio, era un frontman con todas las de la ley: cómodo en el escenario, domador de masas, poseedor de un profundo registro y creciente portador de toda clase de historias y leyendas.
Gahan comenzó progresivamente a convertirse en una estrella, al tiempo que comenzaba a vivir como tal. Según propia confesión, siempre fue un chico salvaje, indomable y rebelde, que desde temprana edad tuvo problemas con las autoridades y experiencias con drogas. El arribo a una banda, entonces, no hizo más que dotar de coherencia ese perfil, que agudizado y acomodado a la oscuridad de las letras que interpretaba, no pudieron más que pavimentar un destino trágico.
“He estado bebiendo y tomando drogas durante mucho tiempo, probablemente desde que tenía doce años”, ha dicho Gahan, en una cita que rescata uno de los biógrafos del grupo, Steve Malins. Sin embargo, el rodaje de Depeche Mode lo involucró cada vez más en diversas sustancias, en un viaje que terminaría por volverse problemático en la gira de promoción del álbum Music for the masses (1987).
Al cabo de ese tour, Gahan terminaría en un imparable camino a la adicción, y su descenso lo llevaría a tocar fondo a mediados de los 90, luego de finalizar las giras “Devotional” y “Exotic”, primer y segundo tramo de promoción del disco Songs of faith and devotion (1993). Allí el cantante se vio consumido, delgado hasta el extremo (terminó pesando cerca de 50 kilos), mientras promovía la imagen de estrella mesiánica y trágica.