Columna de Amanda Kiran
Maratón matrimonial
Martes 05 de Noviembre de 2002, 18:42


Dormí con ella, apretada, en su cama de una plaza. Estaba demasiado nerviosa como para dormir sola. Eso me dijo.

Se casa la Laurita.

Esta querida amiga mía lleva tres años pololeando, con el Juanca.

El Juanca por su parte, fanático de la UC, compañero de estadios y manifestaciones varias, muy buen amigo, le propuso matrimonio a la Lauri, hace poco menos de un año.

Los preparativos se fueron intensificando, hasta que el esperado día llegó.

Sábado 26 de octubre.

Nunca había estado todo el día con una novia, había estado cerca, horas antes, ayudando, hablando, observando, pero todo el día de manera intensa, con flores, peluquería, vestido, arreglos, maquillaje, masajes, nerviosismo, todo eso unido, era la primera vez.

 

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Temprano nos despertó su madre, consumida por el nerviosismo.

-¡Niñitas!, dijo. Ya a los 32 de la Lauri y los veintitantos míos, seguimos siendo niñitas...

-Levántense, son casi las 9 y ustedes tienen ¡mucho que hacer!, espetó.

Había estado calmando a mi amiga hasta altas horas de la madrugada, y este despertar fue de terror. Pero había una misión que cumplir, llevar a la novia al altar.

Partimos, con el solarium, último retoque. Recibimos uno que otro regalo retrasado, fuimos en busca de las flores para el ramo de novia y, como no estaban listas, nos taparon a jugos y cafés durante una larga hora que corría veloz. Contradicción, pero realidad.

Luego, ya en su casa, la Lauri conversaba con su padre, en el sillón del living. Hablaban de la inmortalidad del cangrejo, el porqué del matrimonio y que pasa con la independencia y su personalidad.

Cuando me consumió la densidad, la saqué de un brazo y la llevé a la peluquería, tenía hora a las doce, y ya eran las doce y treinta.

Admito que los nervios me empezaron a comer a mí también, pero solo mostré calma. Venía lo mas latero, la peluquería.

Mi relación con las peluquerías no existe, jamás pensé compartir tanto tiempo en una. Primero fueron los masajes de relajación, luego el baño de sales, se hizo los pies, luego las manos, de ahí el pelo, lavado, secado, en fin, una cantidad de cosas y arreglos. Finamente la Lauri era casi otra. Cercana a Brooke Shields, claro que en su versión criolla.

Pasaban las horas y yo le conversaba para no dejar entrar la neura, pero en eso me sorprende una asistente de la peluquería.

-¡Oiga y ud!, dijo.

-Titubié. Mmm, ¿yo qué...? (no supe que decir).

-¿No me diga que pretende ir con ese pelo?

Eso fue una ofensa para mí, pero lo acepté, finalmente estaba en una peluquería. Ahí nunca nadie me ha entendido.

Sin saber como, me encontraba en un lavatorio gigante, negro, que parecía baño turco, con dos manos fuertes encargándose de mis intocables cabelleras.

-Brushing, eso le vamos a hacer.

-¿Brushing?

La Lauri me cerró el ojo, y entonces me relajé.

-Brushing será, pensé.

La siguiente hora fue de aprendizaje. Mientras secaban mi cabeza, me enseñaron qué tenía que hacer con el velo que le colgaba a la Lauri desde la cabeza, de cómo sacárselo cuando llegáramos a la fiesta, además de ponerle el vestido, debía arreglarle el pelo, el velo, la cola...

Esto era todo un desafío enorme, era casi más grave que casarme yo. Tantas instrucciones que el cuello se me apretaba cada vez más.

Ya eran pasadas las cinco de la tarde, y llevábamos el día en este lugar.
Partimos en la van (auto que me conseguí, para acarrear a la novia, su madre, su hermana, la amiga, el vestido y yo). Todas en una semi onda histérica porque estábamos a una hora de San Bernardo (lugar del esperado evento), y ya eran las seis.

Finalmente, lo logré. La carretera no me venció, le gané a los obstáculos del camino y llegamos a tiempo para vestir a la ansiosa novia que tenía que estar a las ocho y cuarto frente a la cruz.

Casi ni sonreía, ya se había olvidado de ella, sólo pensaba en lo que venía, y estaba a las puertas de la entrada de su vida.

Dejé a su madre instalada en la iglesia saludando, luego llevé la van al estacionamiento, corrí una cuadra, muy incómoda con tacos, a esperar que sonara el celular avisando que ya venían.

Me paré como guardia a oír la señal.

Entonces, suena, doy aviso al novio, venía ella.

El auto se paró justo a mi lado. Se abrió la puerta, y se vio la luz. La única luz posible en ese bello atardecer, la luz de una novia.

Me puse a su lado, me sonrió, su padre la tomó del brazo y comenzaron a caminar hacia el futuro, yo recordé que debía tomar la cola junto con el velo y ordenarlo. Lo hice bien, no fallé en ningún detalle. Yo transpiraba. Esto recién comenzaba, pero yo ya estaba exhausta.

De ahí lo que vino fue perfecto, mi calma al verla caminar ya encarrilada en la alfombra roja de la iglesia; la cara del Juanca esperándola ansioso en el altar; los invitados llorosos con la hermosura que no dejaba de irradiar.

Veía su espalda, la espalda que atornillé a tirones con un corsé de seda, la espalda que enfrentaba hacia el otro lado, un futuro compartido en amor. La espalda que ví desde otro ángulo. El ángulo que tras bambalinas, hoy, me parecía inolvidable.

Ahora sólo rogaba por un sí, pero eso, no me correspondía a mí.

Amanda Kiran

   
     
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