Temprano nos despertó su madre, consumida
por el nerviosismo.
-¡Niñitas!, dijo. Ya a los 32 de la Lauri y los veintitantos
míos, seguimos siendo niñitas...
-Levántense, son casi las 9 y ustedes tienen ¡mucho
que hacer!, espetó.
Había estado calmando a mi amiga hasta altas horas de la
madrugada, y este despertar fue de terror. Pero había una
misión que cumplir, llevar a la novia al altar.
Partimos, con el solarium, último retoque. Recibimos uno
que otro regalo retrasado, fuimos en busca de las flores para el
ramo de novia y, como no estaban listas, nos taparon a jugos y cafés
durante una larga hora que corría veloz. Contradicción,
pero realidad.
Luego, ya en su casa, la Lauri conversaba con su padre, en el sillón
del living. Hablaban de la inmortalidad del cangrejo, el porqué
del matrimonio y que pasa con la independencia y su personalidad.
Cuando me consumió la densidad, la saqué de un brazo
y la llevé a la peluquería, tenía hora a las
doce, y ya eran las doce y treinta.
Admito que los nervios me empezaron a comer a mí también,
pero solo mostré calma. Venía lo mas latero, la peluquería.
Mi relación con las peluquerías no existe, jamás
pensé compartir tanto tiempo en una. Primero fueron los masajes
de relajación, luego el baño de sales, se hizo los
pies, luego las manos, de ahí el pelo, lavado, secado, en
fin, una cantidad de cosas y arreglos. Finamente la Lauri era casi
otra. Cercana a Brooke Shields, claro que en su versión criolla.
Pasaban las horas y yo le conversaba para no dejar entrar la neura,
pero en eso me sorprende una asistente de la peluquería.
-¡Oiga y ud!, dijo.
-Titubié. Mmm, ¿yo qué...? (no supe que decir).
-¿No me diga que pretende ir con ese pelo?
Eso fue una ofensa para mí, pero lo acepté, finalmente
estaba en una peluquería. Ahí nunca nadie me ha entendido.
Sin saber como, me encontraba en un lavatorio gigante, negro, que
parecía baño turco, con dos manos fuertes encargándose
de mis intocables cabelleras.
-Brushing, eso le vamos a hacer.
-¿Brushing?
La Lauri me cerró el ojo, y entonces me relajé.
-Brushing será, pensé.
La siguiente hora fue de aprendizaje. Mientras secaban mi cabeza,
me enseñaron qué tenía que hacer con el velo
que le colgaba a la Lauri desde la cabeza, de cómo sacárselo
cuando llegáramos a la fiesta, además de ponerle el
vestido, debía arreglarle el pelo, el velo, la cola...
Esto era todo un desafío enorme, era casi más grave
que casarme yo. Tantas instrucciones que el cuello se me apretaba
cada vez más.
Ya eran pasadas las cinco de la tarde, y llevábamos el día
en este lugar.
Partimos en la van (auto que me conseguí, para acarrear a
la novia, su madre, su hermana, la amiga, el vestido y yo). Todas
en una semi onda histérica porque estábamos a una
hora de San Bernardo (lugar del esperado evento), y ya eran las
seis.
Finalmente, lo logré. La carretera no me venció, le
gané a los obstáculos del camino y llegamos a tiempo
para vestir a la ansiosa novia que tenía que estar a las
ocho y cuarto frente a la cruz.
Casi ni sonreía, ya se había olvidado de ella, sólo
pensaba en lo que venía, y estaba a las puertas de la entrada
de su vida.
Dejé a su madre instalada en la iglesia saludando, luego
llevé la van al estacionamiento, corrí una cuadra,
muy incómoda con tacos, a esperar que sonara el celular avisando
que ya venían.
Me paré como guardia a oír la señal.
Entonces, suena, doy aviso al novio, venía ella.
El auto se paró justo a mi lado. Se abrió la puerta,
y se vio la luz. La única luz posible en ese bello atardecer,
la luz de una novia.
Me puse a su lado, me sonrió, su padre la tomó del
brazo y comenzaron a caminar hacia el futuro, yo recordé
que debía tomar la cola junto con el velo y ordenarlo. Lo
hice bien, no fallé en ningún detalle. Yo transpiraba.
Esto recién comenzaba, pero yo ya estaba exhausta.
De ahí lo que vino fue perfecto, mi calma al verla caminar
ya encarrilada en la alfombra roja de la iglesia; la cara del Juanca
esperándola ansioso en el altar; los invitados llorosos con
la hermosura que no dejaba de irradiar.
Veía su espalda, la espalda que atornillé a tirones
con un corsé de seda, la espalda que enfrentaba hacia el
otro lado, un futuro compartido en amor. La espalda que ví
desde otro ángulo. El ángulo que tras bambalinas,
hoy, me parecía inolvidable.
Ahora sólo rogaba por un sí, pero eso, no me correspondía
a mí.
Amanda Kiran
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