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Contrariamente a lo que se piensa, Chopin no cae cautivado por la escritora de inmediato; es más, le comenta a su familia que algo en ella le repele. Aún así, ésta se da maña para conquistarlo, quizás atraída por sus inocentes 27 años. La diferencia de edad hizo que su relación fuera más bien lúdica y limitada por la tuberculosis, enfermedad que golpea con fuerza a Chopin esos años. Dedican sus noches a jugar billar en vez de tener fogosas sesiones de sexo en los dos colchones colocados en el piso del pequeño departamento que comparten en París. Ahí, el piano ocupa un lugar privilegiado. Intentando recuperar la salud del músico a quien llama “Chopinet” o “Chip-chip”, George Sand consiente en trasladarse a Mallorca, en 1838, junto a él y sus dos hijos. El clima cálido de la isla los recibe, primero, en Palma y, después, ante el rechazo del pueblo, en un monasterio abandonado conocido como la Cartuja de Valldemosa. Ahí se establecen unos meses hasta que regresan al continente y se instalan permanentemente en Nohant. La corta estada en la isla española del Mediterráneo queda plasmada luego, en la novela “Un invierno en Mallorca” (1855).
Ambos se apoyan en sus procesos creativos; ella escribe casi quince novelas en este período –entre ellas “El compañero de viaje por Francia”, “Consuelo”, “La condesa de Rudolstadt” y “El pecado de don Antonio”-, mientras él compone casi la totalidad de sus 24 preludios y otras piezas inspirado en su “ángel”. Todo parece caminar como miel sobre hojuelas hasta que la escritora sospecha que Chopin está enamorado de su hija Solange, cuestión que deriva en una relación fría y turbia entre los tres. Resuelta a mantener las riendas de su vida, Sand abandona, en 1847, al débil compositor y vuelve a París para imbuirse con fuerza en el proceso revolucionario que dará paso a la Segunda República. Chopin desolado, parte, desde la ciudad de las luces, a Londres. En 1849, George conoce en la casa de su hijo Maurice -quien está casado y le ha dado dos nietas- al último gran amor de su vida, el grabador Alexandre Manceau, trece años menor que ella. Aquejado también de tuberculosis, a la que Sand parece ser invulnerable, prácticamente se convierten en matrimonio. La relación se prolonga por más de 15 años, hasta que, en 1865, el artista muere en manos del bacilo de Koch. Aunque esta relación la satisface, la monogamia nunca forma parte de sus convicciones. Por eso, estando con Manceau, sostiene un affair con el pintor Charles Marchal entre 1861 y 1865.
Aunque Musset, Chopin y Manceau marcan la vida de romances de esta célebre mujer de las letras, la historia registra varios otros fugaces amoríos en su vida. No sólo se relaciona fallidamente con el escritor donjuanesco Prosper Merimée (el fracaso de éste en la cama fue vox populi ya que ella afirmó: “no es gran cosa”), sino que en su lista de amantes se instala el revolucionario Michel de Bourges, el botánico Charles Didier, el filósofo Pierre Leroux, el socialista Louis Blanc, el actor Bocage, el dramaturgo Felicien Mallefille y el pintor Eugene Delacroix, quien no la toma muy en serio. Ella tampoco
parece muy preocupada de que se conozcan sus incursiones lésbicas
y en “Historia de mi vida” (1854) narra su romance con su
protegida, la actriz Marie Doval. Además, se especula sobre su
profunda amistad con la cantante Pauline Viardot. <<
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