Decidida a vivir la vida a su manera, George Sand no aceptó ningún convencionalismo ni tampoco amarras. Las únicas que se impuso muy joven las rompió rápidamente para emprender la aventura de explorar en el amor, la creación y el intelecto, alejándose de la corriente que impregnaba todos los rincones de Europa, el romanticismo, y enfilando con valentía hacia el realismo.

Su obra literaria es tan célebre como su historia de amantes. Sin ser muy agraciada, con su metro 58 de estatura logró despertar pasiones que incluso debilitaron los cuerpos de sus subyugados compañeros.

Rebelde, demostró su inusual fuerza al utilizar como seudónimo un nombre masculino y escandalizar a la sociedad parisina de pleno siglo XIX, entre otras cosas, con una vestimenta muy alejada de los cánones femeninos de la época: pantalones, botas y una pipa de un metro de largo. Su imagen de ninfómana ganó incluso a la de filósofa socialista.

“Mi profesión es ser libre”, dijo en alguna oportunidad.

La liberación

Amandine Aurore Lucile Dupin, baronesa Dudevant, nace en París el 1 de julio de 1804, el año de la coronación imperial de Napoleón. Hija de un oficial del ejército francés que descendía del rey Augusto II de Polonia, al morir éste, su madre la deja en la campiña de Nohant, donde queda bajo la influencia de su abuela materna y, luego, de las monjas agustinas de París.

En 1822, apenas salida del convento, contrae matrimonio con el barón Francois-Casimir Dudevant, con quien tiene dos hijos, Maurice y Solange, aunque se especula que ésta fue fruto de una infidelidad. El enlace no tenía futuro; él era un mujeriego de carácter violento, por lo que en 1831 ella parte a vivir a París dejando a sus hijos con Dudevant.

Ese paso marca el inicio de una serie de relaciones que nunca intenta ocultar y vive públicamente. Sin divorciarse aún del barón (acto que ocurre oficialmente en 1836), a los 28 años, Aurore se instala en la capital francesa con el joven escritor nueve años menor que ella, Jules Sandeau.

La nueva pareja se mantiene unida hasta que un jardinero de lady Chatterley se cruza en el camino. Sin embargo, el romance con Sandeau deja sus frutos e influye notablemente en sus inicios como escritora. Juntos escriben las novelas “Prima Donna” y “Rosa y Blanca”, donde ella firma con el seudónimo de Lucien Sand. Luego, tomando el apellido de Jules, comienza su carrera independiente bajo los nombres de G. Sand, primero, y George Sand, después.

Sandeau, despechado, escribe visionariamente que el alma de George Sand es un cementerio lleno de las tumbas de sus amantes. Pero a ella nada la detiene, ni siquiera estar sujeta a la dura crítica social que, incluso, años más tarde, la obliga a retirar del colegio al adolescente Maurice porque sus compañeros le gritaban que era hijo de una “puta”.

 

Gracias a sus novelas comienza a tener seguidores, entre ellos el poeta francés Alfred de Musset, con quien entabla una de sus más conocidas relaciones que, aunque breve –algunos meses entre 1833 y 1834- fue tumultuosa. Ambos colaboran en una revista, lugar donde se conocen, y éste da el primer paso de acercamiento al escribirle una carta de admiración tras leer “Indiana”, su primera novela en solitario firmada con el seudónimo de G. Sand. Él la describe con la mirada del enamorado: “muy bella, morena, pálida, olivácea, con reflejos de bronce y ojos enormes, como una indiana”.

A las pocas semanas se convierten en amantes y parten de viaje a Venecia. Musset se enferma, ella se dedica a cuidarlo junto al médico italiano Pagello. Sin embargo, el engaño se consuma; Sand lo abandona para recorrer Italia junto al doctor y el poeta vuelve solo a París, donde escribe dos obras autobiográficas consideradas además, unas de sus mejores piezas: los dramas “No se juega con el amor” y “Lorenzaccio”.

 

Cuando ella da por finalizada su aventura con el galeno, regresa a Francia con la intención de reconquistar al dramaturgo. Ambos intentan la reconciliación, pero los celos mutuos lo hacen inviable.

Musset narra en la novela “La confesión de un hijo del siglo” (1836) su tormentosa pasión por la escritora. Más de 20 años después, George Sand cuenta su versión de la historia en el libro “Ella y él” (1859); pero otros no estaban dispuestos a que una rebelde dijera la última palabra y el hermano de Musset, Paul, le retruca con “Él y ella”. También entra al ruedo -con una singular autobiografía- otra amante de Alfred de Musset, Louise Colet, autora de “Él, un romántico contemporáneo”. Así, un romance que dura pocos meses se convierte en un hito de la vida de la escritora por sus réplicas.

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