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Mistral en Long Island: Los avatares de un tesoro

Domingo, 22 de Julio de 2007

Luis Vargas Saavedra, Desde Massachusetts
"Toda obra es autobiográfica, pero no de la manera que ustedes creen".

En South Hadley, en el "trópico frío" de Massachusetts, uno entiende por qué esta zona de los Estados Unidos fue llamada "New England". De verdad es una nueva Inglaterra, toda verde por las lluvias que esmeran arces, hayas, robles y encinas. Aquí, en las dos piezas de un pequeño departamento, Doris Atkinson, la albacea (no la heredera) del patrimonio de Doris Dana, ha reunido la colección de dos coleccionistas, su tía y Gabriela Mistral. Dos espacios atiborrados de objetos, cajas, carpetas, archivos, cartapacios, cuadernos y libros, cachivaches acumulados como la parafernalia de Tutankamón, pero apadrinados por la computación.

Faenamos igual que en una ceñida oficina, Elizabeth Horan, historiadora que esmera su biografía de Gabriela Mistral revisando los papeles a la busca de cartas y fotos; mi esposa, Carmen, que me asiste en el delicado trato a los manuscritos; Doris Atkinson, que se atarea en los preliminares del traslado de todo este cúmulo a Washington, y yo, que voy hallando más y más poemas inéditos para las obras completas. Si antes de venir ya tenía 80 y tantos, ahora voy llegando a los 100, y éste es sólo el tercer día de rastreo.

Como las ventanas dan al Oeste, el aire acondicionado es vencido por el sol del verano. Pero la fascinación que irradian estos rastros de Gabriela Mistral oblitera el calor. Nos ayudamos compartiendo hallazgos, pues hay que ir con mucho tiento y paciencia. A veces, en un cuaderno constelado de rimas se entrevera un poema, o bien aparece en contrapunto con una lista de compras que hacer. Hay páginas sueltas de prosa y poemas, fragmentos que perdieron su secuencia, una miscelánea que requerirá ser digitalizada para poder ensamblarle las palabras, a lo arqueólogo que recompone un ánfora hecha añicos. Ayer nos reíamos viendo una hoja grande de papel de envolver, amarillenta y desdoblada, repleta de versos a lápiz. Gabriela Mistral echaba mano de cualquier cosa para escribir encima.

"Me espanta la potencia de este dinamo"

Viendo las constelaciones de palabras que riman en o, o en e-o, uno queda pasmado ante el trabajo formidable de haberlas ido reuniendo. El efecto es el de un laboratorio con todas las sustancias dispuestas a elaboración. Y el panorama es el de una cantera verbal que parece estática en la quietud de la página, pero que debió significar un intenso activamiento mental para configurarla y que era vuelto a activar en cuanto cualquiera de estas palabras fuera utilizada en un verso.

Aunque recién he comenzado a dar vueltas el millar de hojas, la cantidad y calidad de poemas que voy reuniendo son tales, que se viene guarda abajo la creencia de que Gabriela Mistral escribió tan sólo cinco libros de poesía. Y cuando además tomo en cuenta las mareas de cartas recibidas y que habrán provocado respuesta, más la antología de prosa hispanoamericana, más los apuntes orientalistas, más los recados y oficios consulares, me espanta la potencia de este dinamo y la calidad de su voltaje.

Doris Dana nunca pudo desprenderse de su tesoro: Gabriela le permanecía allí en cada hoja. Celó con tanta desconfianza todo, que no sólo rechazó intrusos, sino que, rehusando ser ayudada, se abocó a un proceso de archivamiento que la excedía y que requiere la profesionalidad de un equipo. Enorme tarea y responsabilidad para quienes en el futuro asuman el compromiso de resolver y alojar este maremágnum. Sabemos que Nivia Palma, alerta directora de nuestra Biblioteca Nacional, y Pedro Pablo Zegers, diestro investigador en la recopilación de la copiosa obra de Gabriela Mistral, acometerán el desafío con el máximo profesionalismo, que será agradecido por todos. Ellos son los escogidos y encargados de que este tesoro llegue a Chile, incólume, para su disfrute y divulgación.

El recelo de Doris Dana, al impedir que los estudiosos norteamericanos o criollos pudieran verlo siquiera, desanimó una investigación académica que habría atendido y realzado la obra de Gabriela Mistral. Suya es la culpa de que en los Estados Unidos no se la haya considerado como la magnífica escritora universal, como el genio verbal que ella es. Contribuyó a su postergación, a su olvido, al arrumbamiento -gracias al cual, estamos ahora tasando la vastedad de su excelencia utilizando tecnologías de búsqueda y captación modernas, que ahora permiten su óptima reproducción y divulgamiento.

Doris Atkinson nos cuenta que conoció a su tía recién a los catorce años y que nunca la preparó para ser albacea. Sin saber castellano, apenas enterada de que Gabriela Mistral era un Premio Nobel en literatura, se le vino encima el albaceato como un rodado de enigmas y apremios. Ingeniero por oficio, avezada en organizar hechos, en manejar lo concreto y lo exacto, ha sabido asumir su repentino cargo con una inteligencia eficaz, con una generosidad y una ética encomiables que todos le debemos agradecer. A ella se debe la decisión de traspasar a una institución chilena sin afanes de lucro, como es Dibam, lo que aún falta conocer, ver y leer de Gabriela Mistral, es decir, el 60% de su desempeño genial.

Como sobrina continúa perpleja ante las rarezas de su tía. Hallar, por ejemplo, que había archivado sin cobrar todos los pagos por derechos de filmaciones de su hermana Leora. Y encontrar toda su ropa. Nos recuerda que cuando niña, Doris Dana debe haber sentido los efectos del colapso de la Bolsa de Nueva York, que también hizo tambalear algo la fortuna de la familia. Después de tamaño desastre económico es de entender la obsesión por guardar cuanta cosa valía o podía valer, además de su cuantía emocional. Las muertes trágicas en la familia también tienen que haber asestado llagas emocionales.

Junto a Elizabeth Horan, biógrafa de Mistral
Presenciar con qué acuciosidad investiga Elizabeth Horan es una clase magistral de magistral organización mental y tecnológica. La biografía que va afinando será una revelación. Nadie domina como ella el detalle de una vida tan compleja. Sabe la historia de Chile y de Europa en que sucedía. Ha desentrañado misterios y además ofrece conjeturas audaces e irrebatibles.

Su libro lanzará a Gabriela Mistral ante los lectores norteamericanos e ingleses, generando interés, estudio, admiración. Gracias a Doris Atkinson está pudiendo perfeccionar su biografía con trozos o cartas enteras, tanto de Gabriela Mistral como de escritores y políticos.

En cuanto a mí, gracias a Doris Dana, estoy hallando un río de poemas y de prosas inéditas

Algunos datos concretos sobre el archivo
Cinco álbumes de cuero negro, de unos 50 por 40 centímetros, que contienen fotos de Gabriela Mistral, Yin Yin, padre, madre y familia, la mayoría desconocidas. Muestran diferentes etapas, edades, lugares y permiten acompañar su periplo; verla joven y luego vieja. Las de Yin Yin también dejan seguir su evolución de niñito chico feliz a serio, amurrado, incluso sombrío.

El número de carpetas es de alrededor de 400.

La prosa está archivada con varias copias, de modo que un artículo periodístico se repite 3 o 5 veces.

Elizabeth Horan estima que ella ha escaneado 500 cartas inéditas. Yo he fotografiado 860 hojas que corresponden a 78 poemas con todas sus versiones (un poema suele evolucionar en tres versiones).

Dos poemas inéditos hallados en los microfilmes

Enferma
Lucía ya no baja nunca.

Ahora no brilla en su Puerta

y no desciende mordiendo

las escaleras como saeta.



Tiene sed y no baja al pozo.

Guarda su reino y no se acuerda.

O bien se acuerda y se ha quedado

entrabada como la yerba.



Será tan otra así tendida,

de la Lucía verdadera

y callada, tan diferente

el cuerpo suyo,

ramo de fiestas.



Estará blanca de no mirar

a las cosas que son violentas,

de no coger vestidos rojos

y no voltear jarros de greda.



Se irá olvidando, si no se alza

del cogollo de su cabeza

y de cuando cortaba el viento

con su alzada de gran cierva.

Viudos de ella y sordos de ella,

preguntamos todas las cosas

que la cargábamos, ligeras:

yo, la hora del mediodía,

yo, su patio con la ceiba,

yo, el umbral de su pisada,

yo, su Puerta que la medía

y me cogí su cabellera,

yo la dueña de su relámpago,

yo pobre Puerta, su Puerta,

y nosotros, secos umbrales

que crujíamos solo de ella.

Casandra

A las puertas estoy de mis señores

blanca de polvo y roja de jornadas,

yo, Casandra de Ilión a la que amaron

en su patria los cerros y los ríos,

la higuera oscura y el sauce pálido,

el cordero del mes y el cabritillo,

el huérfano y también lo inanimado.



También la hora y el día me amaron,

menos el día yerto del exilio.

Al primer carro de los vencedores

subí temblando de amor y destino

en brazos del que amé contra mí misma

y contra Ilión, la que hizo mis sentidos,

y cuando ya mis pies no la tocaron

mi Patria enderezada dio un vagido

como de madre o hembra despojada:

voz de ciervo o leoncillo

ternerillo o viento herido.

Miré el tendal oscuro de mi raza

y tales rostros no me vi en los bárbaros.



Todo me amaba dentro de mi casta

y sobre el rostro de Ilión todo fue mío:

dátil de oro y semblantes de oro,

las islas avisadas, los riachuelos.

Pero yo, para ser la hembra eterna

no amé el amor y he amado al enemigo.

El vencedor cuyo rostro da frío

en su carro me trajo y en su pecho,

y he cruzado arenales y bajíos,

y las aldeas arremolinadas

al eco de mi nombre ya maldito,

y yo no las he visto ni escuchado

de traer en mi bien los ojos fijos

y de venir recitando mi muerte

como un refrán desde niña sabido.


Escucho tras de las puertas de bronce

los pasos de la hembra que se acerca

y que me odia antes de haberme visto.

Tampoco en la Tebas le valen puertas

de bronce a la mujer apercibida

para no oír la hora que camina

sin sesgo hacia Casandra y Clitemnestra.



Yo soy aquella a quién dejara Apolo

en pago de su amor los ojos lúcidos

para ver en el día y en la noche

y ver lo mismo arribar su ventura

que su condenación. Así Él lo quiso.

Todo lo supe y vine a mi destino

sabiendo día y hora de mi muerte.

Vine siguiendo a mi enemigo y dueño,

rehén y amante, suya y extranjera,

sabiendo de su muerte y de mi muerte

y de la eternidad de ambos hechos.

A las puertas estoy oyendo el paso

de la hembra que me odia antes de verme

escuchando los pasos presurosos

de la que ya apuró su vaso rojo

y viene en busca del segundo sorbo.



Voy, voy! Ya sé mi rumbo por la sangre

de Agamenón que en su coral me llama



Tampoco la mujer apercibida

que está golpeando a las puertas extranjeras

dejó de oír la hora que venía y venía

recta hacia ella y Clitemnestra.



Todo lo supe y vine a mi destino

recta hacia el sitio de mi acabamiento.



Sin llanto navegué por mar de llanto

Yo vine, aunque bien sabía

y bajé de mi carro de cautiva

sin rehúsa, entendiendo y consintiendo



No vale guay! el bronce de la puerta

para que yo no vea a la que viene

por camino de mirtos a buscarme

ebria de odio y recta de destino



La mujer sanguinosa me detestaba

pero es la sangre de él la que me ciñe

y el hilo del coral quien lleva

consigo a aquella que es rehén y amada

y las puertas se cierran sobre aquella

que de veinte años lo tuvo sin amarlo

y a quien yo amé y seguí por mar, islas, penínsulas

y aspirando en el viento del ábrego

la bocanada de la patria suya.



Vi Atenas antes de tocar su polvo

y veo la chacala de ojos bizcos,

le veo la señal apresurada

y el botín de mi cuerpo en sangre tinto.



Ya abre las puertas para recibirnos

según recibe el cántaro reseco

el chorro de su cidra o de su vino,

con tu cuerpo gastado cual las rutas

deseada fui como la azul cascada

que ataranta los ojos del sediento.



Ya estamos ya, los dos, ricos de púrpura

y de pasión, ganados y perdidos,

todo entendiendo y todo agradeciendo

al Hado que sabe y me salva.



Ya me tumban tus sanguinarios siervos

y ya me levantan en faisán cazado

pero el alto faisán de tu deseo

después de su rapiña y de su hartazgo

te dejará en las manos de sus siervos

y volarás conmigo los espacios

ricos de éter y de constelaciones.



Antes del alba habré recuperado

yo al Agamenón, al rey de hombres

en él voy de vuelo, ya voy de vuelo.


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