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El dispar momento de los cuatro partidos de la izquierda europea con los que Boric expresó afinidad

En el marco de su gira por el Viejo Continente, el Mandatario enumeró cuatro colectividades con las que tiene una cercanía política. Dos de ellas viven un momento complejo, mientras que una se ve mejor aspectada y la otra apuesta por mejorar en las próximas elecciones.

23 de Julio de 2023 | 08:31 | Redactado por Ramón Jara A., Emol/Agencias
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De izquierda a derecha: Alexis Tsipras (Syriza), Janine Wissler (Die Linke), Jean-Luc Mélenchon (La Francia Insumisa) e Irene Montero (Podemos).

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Ante más de un centenar de personas, el Presidente de la República, Gabriel Boric, ofreció el jueves una clase magistral en la prestigiosa Universidad de La Sorbonne, en París, en la que abogó por "la necesidad de una unidad de los sectores progresistas", ante el avance de fuerzas de derecha y ultraderecha, tanto en Europa como en Latinoamérica. Fue en esa dirección que el Mandatario explicó en qué espacio del espectro político se encuentra.

"La familia política de la cual yo vengo, si tuviéramos que hacer un símil en Europa, estaría más cerca de Syriza en Grecia; Die Linke en Alemania; de La France Insoumise en Francia; Podemos en España y de movimientos de esas características. Sin embargo, en Chile tenemos una alianza, la cual yo creo tiene profundo sentido entre la izquierda y la centroizquierda", indicó.

Boric, en esa línea, ahondó que "hemos visto cómo en Europa (...) hay en este momento, de los 27 miembros de la Unión Europea, cinco gobiernos progresistas en Europa y esa familia política a la que yo hacía referencia, ha ido por diferentes motivos, con diferentes realidades, pero con amenazas comunes, de una u otra manera, también retrocediendo".

El diagnóstico del Mandatario chileno no está alejado de la realidad. De los cuatro partidos que nombró, tres de ellos (Syriza, Die Linke y Podemos) experimentaron recientemente duras derrotas electorales que reflejan un distanciamiento con la ciudadanía. Solo La France Insoumise (La Francia Insumisa, en español) se mantiene bien perfilada e incluso ha crecido en las encuestas, aunque siendo sumamente cuestionada por su rol en las últimas protestas en su país.

La debacle de Syriza

Hace 24 días, el ex primer ministro griego Alexis Tsipras anunció la decisión de abandonar el liderazgo de Syriza, partido de izquierda que encabezó desde 2009, con el que incluso llegó a la jefatura del Gobierno en 2015, en un país entonces seriamente golpeado por la crisis económica. El pésimo desempeño en las pasadas elecciones le costaron caro: llegaba el momento de dar un paso al costado.

La jornada del 25 de junio fue una verdadera catástrofe para la colectividad izquierdista. Con solo el 17,84% de los votos, Syriza se quedó con 48 de los escaños del Parlamento griego, muy por detrás del ganador Nueva Democracia (derecha), que la superó con más del doble de los sufragios y sumó 157 cupos, quedándose con la mayoría absoluta.

Una derrota que duele demasiado si se considera que en los anteriores comicios legislativos de julio de 2019 -donde se quedó con el segundo lugar- Syriza marcó 11,5 puntos más. Ahora seguirán siendo oposición, pero con una influencia bastante disminuida.

¿Cuáles serían las razones de esta debacle? "Syriza hizo una campaña problemática", dijo el analista político Panagiotis Koustenis al canal público ERT. Según remarca AFP, Alexis Tsipras no supo seducir a los electores jóvenes, pese a su gran capacidad oratoria: sólo captó un 28,8% de los votos en la franja de 17 a 24 años, frente al 31,5% que logró la derecha.

Pero más ampliamente, el problema de Syriza está en su base electoral, incide Gerasimos Moschinas, profesor de política comparada en la universidad Panteion de Atenas. "Syriza era una coalición de gente enfadada: enfadada con sus finanzas personales, enfadada con las instituciones", dijo el profesor a AFP, quien remarcó que, "tal como puede verse a nivel internacional, los enfadados no dan para una mayoría".

Por otro lado, los votantes de izquierda jamás le perdonaron a Tsipras el giro radical que dio en 2015, cuando era primer ministro de un país en pleno marasmo financiero y sujeto a un exigente mecanismo de rescate de sus acreedores, reunidos en la llamada troika (Unión Europea, FMI y Banco Central Europeo).

Durante seis meses mantuvo el pulso a sus socios, con su promesa de poner fin a una política de austeridad que se había traducido ya en caídas de salarios, subidas de impuestos y recortes de personal en los servicios públicos.

Pero en julio de 2015, apenas una semana después de ganar un referendo convocado precisamente contra la política de austeridad dictada por los acreedores, Tsipras se dio la vuelta y aceptó mantener dicha política a cambio de asistencia financiera. Esto fue catalogado como una traición.

Die Link, al borde del abismo

Las elecciones federales de 2021 en Alemania dejaron dos grandes perdedores. Por un lado, la Democracia Cristiana (CDU), ya sin Angela Merkel, veía cómo perdía por primera vez en 16 años el liderato del país; mientras que por el otro, Die Linke (La Izquierda) anotaba pésimos resultados que la dejaban literalmente al borde del abismo.

La votación para el partido que representa a la izquierda radical fue 47,2% más baja que la de los comicios anteriores, de 2017. Esta vez, la formación logró el 4,9% de los votos, resultado dramático si se considera que el piso para que los partidos alemanes puedan participar en el Parlamento es del 5%, a menos que éstos obtengan tres mandatos directos, o sea, ser los más votados en esas circunscripciones.

Afortunadamente para Die Linke, consiguió justo tres mandatos directos -dos en Berlín y uno en Leipzig- que le permitieron seguir en el Parlamento, esta vez con 39 escaños, 30 menos que los obtenidos hace cinco años.

Atrás quedaron los resultados de 2009 cuando, solo dos años después de su creación, se convirtió en la cuarta fuerza electoral de Alemania, con 11,9%. La formación de izquierda radical ha cedido su influencia a Los Verdes, que en los últimos comicios han crecido notoriamente, lo que incluso les permitió formar gobierno con Liberales y Socialdemócratas, liderados todos por Olaf Scholz.

"Die Linke fue en su momento más álgido un partido antineoliberal desde una perspectiva de política económica y también social. De esta manera, tenía un marketing electoral claro o un USP, es decir, un Unique Selling Point, como se dice en inglés. Y ese USP ha desaparecido por varias razones: por una parte, el neoliberalismo sigue estando ahí, pero el coronavirus y la guerra han cambiado su rostro, hoy funciona diferente y es menos visible. Por otra parte, los socialdemócratas del SPD se han estabilizado, aunque haya sido por casualidad", indicó al medio español El Periódico el periodista y analista alemán Sebastian Friedrich.

El diagnóstico de este especialista es lapidario: "Creo que el partido se está muriendo. Probablemente no desaparecerá completamente y sobreviva algunos años más en estados de Alemania oriental y en algunas ciudades, pero dudo que como fuerza política federal".

Ahora, el partido liderado por Janine Wissler y Martin Schirdewan se plantea cómo seguir. Uno de los puntos importantes es su posición ante la guerra en Ucrania, que genera severas diferencias al interior de la colectividad. Por un lado, coinciden en sus críticas a la OTAN y al excesivo envío de armas por parte del Gobierno alemán, pero mientras unos responsabilizan a Rusia por su rol en este conflicto, otros prefieren guardar silencio.

"Lo que la izquierda alemana, en sus manifestaciones parlamentarias, no ha formulado hasta ahora es un antagonismo político nítido (como lo ha hecho, por ejemplo, Jean Luc Mélenchon en Francia durante las elecciones de 2022), es decir, uno que sea capaz de unir tras de sí a la clase obrera de los actuales y antiguos núcleos industriales con la juventud racializada de los grandes centros urbanos, bajo un programa indiscutiblemente ecológico y que mire más allá del capitalismo, sin hacerse ilusiones sobre 'nuestro' imperialismo", afirmó en Jacobin Leandros Fischer, profesor asistente de la Universidad de Aalborg (Dinamarca), quien militara en Die Linke desde 2007 y abandonara la formación el año pasado.

La Francia Insumisa, entre apoyos y dramas internos

El caso de La Francia Insumisa (La France Insoumise, LFI) es distinto a los dos anteriores. La colectividad liderada por Jean-Luc Mélenchon aún se mantiene con vida en la escena política del país europeo e incluso ha sido determinante en las dos últimas elecciones presidenciales, ya que su apoyo en la segunda vuelta le permitió a Emmanuel Macron llegar al poder en 2017 y ser reelecto en 2022, en desmedro de la ultraderechista Marine Le Pen.

La colectividad de extrema izquierda tomó las banderas del descontento social contra la reforma previsional impulsada por el Gobierno de Macron. Su aprobación vía decreto echó aún más leña al fuego y le quitó réditos al Ejecutivo. La baja en la popularidad del Mandatario -que no cuenta con mayoría en el Parlamento- ha contribuido a la polarización de Francia, cuya ciudadanía ha virado a los extremos: por un lado está LFI y por el otro Agrupación Nacional, el partido de Le Pen, que lidera los sondeos.

Así lo demostraba una encuesta publicada el pasado 26 de marzo, que ubicaba tanto a Agrupación Nacional como a la coalición izquierdista Nueva Unión Popular Ecologista y Social (Nupes) -integrada entre otros por La Francia Insumisa- en el primer lugar de las preferencias, con un 26% de apoyo cada una.

Pero no todo ha sido miel sobre hojuelas para Mélenchon y compañía. Los últimos hechos de violencia ocurridos en Francia, primero por las protestas contra la reforma previsional y luego por las manifestaciones tras la muerte de un joven de 17 años a manos de la policía, han puesto en la mira a la colectividad de extrema izquierda, cuyo silencio y falta de firmeza en temas de seguridad le están penando.

Tanto el Gobierno como la oposición de ultraderecha se han encargado de ubicar a La Francia Insumisa como responsable de los disturbios. Recordada es la intervención en la Asamblea Nacional de la primera ministra, Élisabeth Borne, que cuestionó a los diputados encabezados por Mélenchon por su silencio ante los desmanes producidos a raíz de las protestas por la muerte del joven Nahel M. a manos de la policía en junio pasado.

"Busco vuestras condenas y he oído solo excusas. Su partido instrumentaliza un drama. Se niega a condenar claramente la violencia y llamar a la calma, mientras nuestra policía y nuestros gendarmes luchan por preservar el orden de la República, mientras los bomberos combaten incendios, y los alcaldes están al lado de los ciudadanos y son blanco de la violencia", aseguró la autoridad.

Pero los dramas venían de antes para La Francia Insumisa. El número dos del partido, el diputado Adrien Quatennens, fue condenado el 13 de diciembre pasado a cuatro meses de presidio exentos de cumplimiento, por violencia intrafamiliar. El parlamentario, que en ese momento se estaba separando de su esposa, reconoció haberla abofeteado, lo que generó un huracán interno.

Varios de los militantes de LFI exigieron la expulsión de Quatennens, sobre todo en un partido que se define feminista. Pero el propio diputado rechazó dar un paso al costado, remarcó que no es un "hombre violento" y aseguró ser víctima de un "linchamiento político". También recibió el apoyo del propio Mélenchon, que destacó su "valentía" por admitir los hechos.

El diputado finalmente volvió en abril al hemiciclo, generando el repudio de socialistas y ecologistas, socios de LFI en la alianza de izquierda Nupes.

Podemos, por la sobrevivencia

Llegó a gozar de una muy buena salud e incluso formó parte del Gobierno, sin embargo, Podemos pasa actualmente por momentos críticos que lo han dejado en un segundo plano de la izquierda española. La dura derrota de la colectividad fundada por Pablo Iglesias en las elecciones locales del 28 de mayo la dejaron en un mal pie de cara a los comicios generales que se celebrarán este domingo. Pero el partido intenta sobrevivir.

Tras la retirada de Iglesias de la política, y luego de una serie de peleas intestinas que significaron la fuga de fundadores del partido, como Íñigo Errejón, el liderazgo de Podemos fue tomado por Irene Montero, ministra de Igualdad de España y pareja de Iglesias.

La dirigente, con un estilo bastante directo de hacer política, fue objeto de críticas por una ley sobre violencia sexual, que ella impulsó y que tuvo el efecto perverso de reducir las penas de cientos de agresores. Ella cargó con la misión de liderar un partido que pretendía mantener o incluso aumentar su influencia en el Gobierno de coalición encabezado por el socialista Pedro Sánchez. Pero la derrota de mayo la sepultó.

Con ese escenario, urgía un pacto con otras fuerzas de izquierda, para poder enfrentar las elecciones de buena forma, pero las profundas diferencias entre estos movimientos hacían peligrar la posibilidad de llegar a un acuerdo. Finalmente, después de intensas negociaciones, se creó la alianza "Sumar", compuesta por 15 formaciones, incluida Podemos.

Liderada por la ministra del Trabajo, la comunista Yolanda Díaz, la alianza "Sumar" deja de todos modos a Podemos en un rol secundario. Así quedó demostrado luego de que la citada líder exigiera la retirada de Irene Montero y otras figuras de las listas de candidatos para poder competir en conjunto.

Tercera fuerza política en España en 2015, Podemos, heredera del movimiento de "los indignados" surgido de la crisis de 2008, ha ido en lento declive en los últimos años, como confirmó su debacle del 28 de mayo. Y su futuro parece comprometido, dada su escasa influencia dentro de Sumar.

"Poco a poco, los vínculos entre Podemos y las organizaciones de la sociedad civil se han ido debilitando, y el resultado es que Podemos se ha cerrado en sí mismo", afirmó a AFP Lasse Thomassen, politólogo de la Universidad Queen Mary de Londres.
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