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Sergio Massa, el aspirante a la Presidencia de Argentina que cruzó la grieta de ida y vuelta

Inició su carrera política ligado al liberalismo y posteriormente se convirtió en referente peronista. Tras un quiebre con el kirchnerismo y un apoyo a Macri, volvió a aliarse con Cristina y compañía.

11 de Agosto de 2023 | 13:43 | La Nación, GDA
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Sergio Massa en su segunda aventura presidencial.

AFP
La diferencia entre la audacia y la temeridad se descubre cuando se abren las urnas. Y si el acceso al poder edulcora el pasado, borra traiciones y convierte en estrategias las tácticas y especulaciones, por qué no intentarlo todo. El argentino Sergio Massa lleva 35 de sus 51 años intentándolo todo en política. Persiguiendo al poder por derecha, izquierda y el centro. También por la espalda. Una vida acelerando a fondo sobre la línea punteada que separa los audaces, los que ganan, de los temerarios.

Si en la Administración Nacional de Seguridad Social (Anses) y la ciudad de Tigre se forjó una imagen de gestor joven, hiperactivo y modernizador, cada vez que tomó carrera para dar un salto en política abonó la sombra que lo persigue: la desconfianza. En defensa propia, Massa podría señalar que varios de sus rivales en las primarias argentinas de este domingo cambiaron de piel tantas veces o más que él. Pero el pecado del tigrense fue atravesar el Rubicón que divide a la política argentina desde hace 20 años. Y lo hizo dos veces: del kirchnerismo de Néstor y Cristina al antikirchnerismo, en 2013, y de regreso, en 2019.

Su primer contacto con la política fue a los 15 años, en 1987, cuando dirigentes de distintos partidos dieron una charla en el Agustiniano de San Andrés, un colegio de clase media de San Martín (provincia de Buenos Aires). Como cuenta Diego Genoud en su libro "El arribista del poder", Massa ya había pegado afiches para el radical Raúl Alfonsín por influjo de su madre, Lucy Cherti, pero esa tarde, al terminar la charla, se acercó a quien expuso ideas que encuadraban mejor en el pensamiento de su padre, Alfonso. Era Alejandro Keck, de 23 años, y dirigente de la renovación dentro de la Unión del Centro Democrático (Ucedé, centroderecha). "Muy despierto. Era de los que avanzaban rápido. Tenía pasta para la política, era de meterse en todos lados, cualquier hueco que encontraba él se metía. Generaba relaciones con todo el mundo", recordó Keck en una charla con La Nación.

En cuestión de meses, y con la intensidad que aún hoy le genera elogios y recelos, Massa se lanzaría a disputar el control de la juventud liberal de San Martín. Sufrió su primera derrota en 1988. Insistió al año siguiente, después de afiliar a sus compañeros de curso y a quien se le cruzara en el camino. En 1989 se convirtió en el presidente de la Juventud Secundaria Liberal de San Martín. Para entonces, Keck había ganado una banca de concejal y le dio a Massa su primer empleo remunerado en la política. Tenía 17 años y le pagaban para hacer lo que de todos modos hubiera hecho gratis: organizar reuniones, pegar afiches, planificar estrategias, charlar. "Yo era el que en el colectivo, a la madrugada, me sentaba al lado del chofer. Quería charlar. Siempre me gustó la gente", recordaría mucho después Massa, sobre esos años de viajes a pulmón entre el conurbano y la Capital. Luego vendría el tiempo de los choferes, helicópteros y aviones privados.

Pronto, Massa desplazó al resto de sus pares y ya manejaba el despacho del concejal Keck, con el tiempo devenido en funcionario de Pro y hoy militante de Patricia Bullrich. Pero su mira ya estaba puesta en el siguiente objetivo: presidir la juventud de la Ucedé en la provincia. Casi lo logra en 1991, pero debió conformarse con la vicepresidencia primera, detrás de Marcelo Daletto (actual senador de Pro). Fernando Gray, hoy intendente peronista de Esteban Echeverría, fue el vice segundo.

Guillermo Viñuales, ex mano derecha de Martín Insaurralde, Emilio Monzó y Santiago López Medrano, entre muchos otros, integraba también esa camada de jóvenes liberales. Importa mencionarlos porque pocos años después se incorporarían al menemismo, para luego seguir sus propios derroteros hacia el kirchnerismo y Pro.

Un joven Sergio Massa (izquierda) junto a Alejandro Keck (derecha), su primer referente en la política, junto al entonces diputado Jorge Aguado (Foto: La Nación, GDA).

Massa cambiaría de piel en 1994, junto a Keck. La Ucedé era fagocitada por Carlos Menem y se necesitaba un puente, que en San Martín se ofrecía ancho: el ex parlamentario Luis Barrionuevo. Dueño de varias frases célebres, el empresario gastronómico los recibiría en su casa de Ballester con una de antología, según recuerda Keck: "En política tengo todos los indios que necesito, lo que preciso es alguien que se pueda poner un saco y corbata". Bienvenidos al peronismo.

Si alguna vez Massa tuvo jefes en política, Keck pudo haber sido el primero y el último. A partir de entonces, se manejaría con dos modelos de cobertura: sponsors y mentores, no jefes ni dueños. Por esa y otras razones chocaría siempre con Néstor Kirchner, que le desconfiaba su falta de subordinación. Por eso Mauricio Macri nunca toleraría la lógica de sus movimientos y vaivenes.

Barrionuevo fue su segundo sponsor. Su mujer entonces, Graciela Camaño, se convertiría en su mentora por décadas. Massa ya estudiaba abogacía en la Universidad de Belgrano (se recibió en 2013) y, como siempre, buscaba ascender. Con 22 años y pocos meses en el Partido Justicialista (PJ), armaría su primera unidad básica.

Massa junto a Barrionuevo, su puente hacia el menemismo (Foto: La Nación, GDA).

En el Agustiniano y el liberalismo juvenil Massa encontraría a sus primeros dos socios vitalicios. Uno fue Eduardo Cergnul (el dueño de su firma en Tigre y en la Cámara de Diputados). El otro, Ezequiel "Kelo" Melaraña, su amigo y durante años secretario privado.

En el menemismo conoció a Malena Galmarini, con quien tuvo a sus hijos Milagros y Tomás. Fue en 1996, de la mano de su segunda mentora, Marcela Durrieu, quien se encandiló de su yerno antes que su hija. Durrieu, dirigente de San Isidro, ex montonera, ultramenemista y una de las impulsoras del cupo femenino en la Cámara de Diputados, cobijó rápidamente a ese joven ambicioso, hiperactivo y entrador.
"Chamullero", lo veía Malena.

Durrieu estaba casada entonces con Fernando "Pato" Galmarini, ex montonero, ex ministro en la provincia de Buenos Aires con Eduardo Duhalde y ex secretario de Deportes de Carlos Menem. A Malena le costó aceptar el cortejo del joven que venía con el moño de su madre y que llegaba con horas de retraso a las citas, excusándose en reuniones políticas con las que ella ya se codeaba desde la cuna.

De la mano de Barrionuevo, jefe de campaña presidencial del gobernador tucumano Ramón "Palito" Ortega –el experimento de Menem para esmerilar a Duhalde–, Massa se enrolaría en el orteguismo. Allí coincidiría con actuales referentes de centroderecha como Horacio Rodríguez Larreta, el diputado Diego Santilli y el gobernador del Chaco, Jorge Capitanich, además del actual gobernador electo de Córdoba, el peronista Martín Llaryora, entre otros. Ortega terminó claudicando y asociándose al poderoso Duhalde en la fórmula para enfrentar a Fernando De la Rúa en 1999.

Duhalde y Ortega perdieron, pero Massa no. Con solo 27 años, se había colado a última hora en el séptimo puesto de la hiperjusticialista boleta de candidatos a diputados bonaerenses por la primera sección. Duhalde le hizo un espacio o pesaron sus sponsors, sus mentoras y su suegro. O todo junto. Contra los pronósticos y por un puñado de votos, en una provincia que eligió al peronista Carlos Ruckauf mientras votaba a De la Rúa presidente, Massa se convirtió en diputado bonaerense. Un año antes, Malena ya era subdirectora de la Juventud del menemismo.

Massa y Galmarini se casaron en 2001. Bárbara Diez, entonces esposa de Rodríguez Larreta, organizó una boda bien regada de políticos y empresarios. Menem asistió. Raúl Othacehé, cacique de Merlo, le regaló a la pareja la luna de miel en el Caribe.

El país aceleraba su derrumbe en 2001 y Massa no solo había cambiado su estado civil. Un año antes –y previo paso por un departamento en Olivos– se había mudado con Malena a Tigre, en la provincia de Buenos Aires. Junto al domicilio dejó atrás también la camiseta de su San Lorenzo juvenil. Su suegro habría sugerido el lugar, por la proyección que mostraba bajo el gobierno del vecinalista Ricardo Ubieto. Sería la cuna de su segundo gran ascenso en la política.

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Massa y su esposa, Malena Galmarini (Foto: La Nación, GDA).

El primero se daría en enero de 2002, cuando el ya presidente Duhalde confió en el impetuoso diputado de 29 años para hacerse cargo de una Anses que, incluso en ruinas tras el paso del menemismo, significaba el segundo presupuesto nacional. Había que ser audaz o temerario para hacerse cargo de este Titanic. O no reconocer la diferencia.

Massa aprovechó cada milímetro del trampolín. Se instaló en Canal 7 y Radio 10, de Daniel Hadad, con un notebook para resolver en vivo los trámites que solían llevar meses. Hacía años que cautivaba y era cautivado por el poder de los medios. Se mostró por todo el país, inaugurando sedes o servicios. Hizo de la eficiencia su discurso. De la mano del crecimiento que registró el país en la última etapa duhaldista y los primeros años del kirchnerismo, Massa sumó otra carta de presentación personal: la seguidilla de aumentos para los jubilados. Que esos haberes hubieran estado congelados durante el menemismo era un detalle menor. No es lo único que le cuestionan sus detractores: en aras de la eficiencia, también entregó el pago de las jubilaciones a la banca privada. Uno de los principales beneficiarios del traslado de esa masa inacabable de recursos fue el banco Macro, de Jorge Horacio Brito.

Si Camaño y Barrionuevo, Durrié y Galmarini, Duhalde y -con muchos bemoles- Cristina Fernández impulsaron la carrera política de Massa como mentores, Jorge Brito fue su mayor sponsor. Una categoría que en la Argentina no solo incluye la provisión de fondos y consejos ante cada gran movida, sino también la tutela ante otros poderes.

Fallecido en un accidente con su helicóptero en 2020, Brito no fue el único. Los mendocinos Daniel Vila y José Luis Manzano compartieron ese primer cordón empresario en torno al tigrense, junto a Alberto Pierri. Todos dueños o con acciones en medios. Como Sergio Szpolsky, cercano en los años kirchneristas de Massa. Sebastián Eskenazi y Marcelo Mindlin también orbitaron, con distinta intensidad según los años, en torno del tigrense.

En la Anses, Massa se toparía con otro socio vitalicio: Gabriel Mihura Estrada, actual auditor general de la Nación, y complemento de Cergnul como cerebro jurídico del tigrense. Otro joven de la juventud ucedeista aparecería en plano: Amado Boudou, ex vicepresidente de Argentina con quien recompuso lazos en los últimos meses. Las causas que impulsó por las defraudaciones a los jubilados le abrirían otra amistad: la del fiscal federal Guillermo Marijuan, que con los años se convertiría en mala palabra para Cristina Fernández, lo mismo que otro contacto del tigrense en tribunales: el juez Claudio Bonadio.

Así como Massa disimuló y hasta negó a Manzano como sponsor, mientras reconocía a Brito o se mostraba abiertamente con Vila, también ocultó su relación con otro miembro del Poder Judicial: el ex fiscal de San Isidro Claudio Scapolan, destituido este año bajo la acusación de encubrir a una banda de policías y abogados que extorsionaba a narcos. El Frente Renovador (movimiento liderado por el actual ministro de Economía) lo defendió hasta el final en el jury, señalando al ex fiscal como víctima de un complot alimentado por los servicios de inteligencia, la jueza Sandra Arroyo Salgado y Elisa Carrió. Pero nunca levantó demasiado la voz. Es una brasa demasiado caliente.

Si Massa ejerció la cautela alguna vez, fue antes de dar el salto en Tigre. Manejaba la caja descomunal en la Anses, acumulaba horas de vuelo en los medios y hasta tenía el visto bueno de Cristina y –a regañadientes– de Néstor Kirchner para enfrentar al invicto Ricardo Ubieto en la municipalidad de Tigre. Pero no perdía una elección desde la juventud liberal de 1988 y no quería repetir, así que siguió construyendo territorio y armó candidatos muletos para perder con el intendente: el abogado del PJ ferroviario Julio Zamora se prestó a esa faena en 2003 y desde entonces sería su alter ego durante lustros en Tigre. Hasta que decidió desafiar a Massa, en 2018. La descarnada batalla actual entre el intendente Zamora y Galmarini es una muestra de cómo enfrenta las insurrecciones el matrimonio.

Ubieto falleció en 2006 y Massa se convirtió en intendente un año después, pero apenas se acomodó en el barco seis meses cuando recibió el llamado de Cristina Fernández para reemplazar en la jefatura de gabinete a Alberto Fernández, quien cayó en desgracia tras el enfrentamiento con el campo y la ligazón que Kirchner le atribuía con Clarín. La entonces presidenta apostó por Massa –como luego lo haría por Boudou y Axel Kicillof–, pero Néstor desconfiaba de los sponsors del joven de 36 años, de su trayectoria y su falta de sometimiento. Disfrutaba acorralarlo: al día siguiente de asumir, el 24 de julio de 2008, le encomendó anunciar el proyecto de reestatización de Aerolíneas. Sentó a su lado a Julio de Vido y Ricardo Jaime.

El vínculo de Massa con Kirchner quedó expuesto en 2010, pocas semanas después de la muerte del santacruceño y en boca de un actor al que el tigrense siempre buscó cortejar y al que no podía desautorizar: la Casa Blanca. Massa soportó casi en silencio la lluvia ácida de Wikileaks, donde se filtró la cena que, en noviembre de 2009, compartió con la entonces embajadora de Estados Unidos Vilma Socorro Martínez, en la casona que su asesor Jorge O’Reilly habitaba en el country San María. El cable señala que Massa definió a Kirchner como "un psicópata, un monstruo y un cobarde" y a la Presidenta como "retraída" y "sumisa", alguien que gobernaría mejor sin su "controlador" marido. La embajadora también registró y comunicó a Washington la incomodidad que mostró Galmarini durante la cena ante las confesiones desinhibidas de su marido. Massa le pidió que "dejara de hacerle muecas", escribió en el cable que se filtró.

El tándem Massa-O'Reilly ya había sufrido otro traspié diplomático, de consecuencias imprevisibles. Se habían conocido en el año 2000, por intermedio de Rodríguez Larreta, y en 2008 Massa decidió sumarlo como asesor ad honorem de la Jefatura de Gabinete. O’Reilly no solo era un exitoso desarrollador inmobiliario sub-40, con inversiones millonarias en countries. También era miembro supernumerario del Opus Dei y fue el autor de una idea con la que Massa buscó congraciarse con Kirchner: desestabilizar al arzobispo Jorge Bergoglio, entonces crítico del kirchnerismo, con un golpe palaciego que no prosperó. Dios perdona todo, pero Massa nunca conseguiría una foto con el futuro Papa.

Desgastado prematuramente por Kirchner, sin la confianza de Cristina y luego de aceptar ser candidato testimonial a diputado –cometiendo la herejía de que su mujer sacara más votos que el Frente para la Victoria en Tigre–, Massa renunciaría a la jefatura de Gabinete antes de que se cumpliera un año, el 7 de julio de 2009.

Allí comenzó otro capítulo de la historia más reciente y conocida de Massa: como en la Anses, modernizó al municipio y aceleró las obras públicas para impulsar a Tigre como ciudad y lugar de paseo. Si Ubieto había marcado el rumbo, Massa montó la vidriera hasta convertir a Tigre en un lugar aspiracional y una marca, que sería su reflejo. Su otra bandera fueron las cámaras de seguridad, el monitoreo en tiempo real y los tableros de control. No solo inundó los noticieros con clips de persecuciones y detenciones de criminales. Se convirtió en "embajador" del sistema que montó con Diego Santillán. El "modelo Tigre" se exportó a otros municipios, mientras Massa estrechaba alianzas con sus intendentes.

Sergio Massa junto a los Kirchner (Foto: La Nación, GDA).

En 2011, Massa fue reelegido en Tigre con el 73% de los votos. Sin vuelta atrás a un kirchnerismo que le desconfiaba, empezó a planificar la rebelión que terminaría decidiendo el verano de 2012. Tras un intento fallido por sumar a Daniel Scioli, la encabezaría él, junto a 20 intendentes bonaerenses y en una alianza transitoria con Mauricio Macri. Massa mantuvo la incertidumbre por el lanzamiento del Frente Renovador hasta el final, al punto de que el kirchnerismo y sus servicios no la consideraron una amenaza real hasta que se concretó, un día antes del cierre de listas.

La campaña de 2013 lo reencontró con Alberto Fernández, con quien ya había tejido una historia de recelos mutuos en el Gabinete de Néstor Kirchner. Más que a Fernández, lo que Massa necesitaba era su vínculo con grupos empresarios y de medios que le desconfiaban. El éxito inicial disimuló los recelos, pero los estallidos entre ambos no tardarían en llegar. En 2015, Massa culpó a Fernández por la aventura de presentar un candidato a jefe de gobierno en el bastión de Pro: el economista Guillermo Nielsen no llegó al 1,5% de los votos.

La explosión final sobrevino en el Año Nuevo de 2017, cuando Alberto Fernández visitó a la dirigente Milagro Sala en el penal de Alto Comedero de Jujuy. "¡A ese pelotudo lo voy a echar!", fue el grito que resonó en Tigre. Massa llevaba años cerca del radical Gerardo Morales y la condena a los manejos de la entonces todopoderosa líder de la Tupac Amaru era el santo y seña que pronunciaba cada vez que pisaba suelo jujeño. Fernández siempre dijo que le había avisado a Massa de esa visita. Este último se encargó de que el grito de Tigre se hiciera escuchar en Jujuy. Meses después, Fernández se convertiría en jefe de campaña del diputado Florencio Randazzo.

En 2013, parado sobre casi cuatro millones de votos, un millón más que el espejo que eligió Cristina Kirchner para enfrentarlo, Martín Insaurralde, Massa sepultó las ambiciones re-reeleccionistas del kirchnerismo. La gente, el poder y los flashes lo abrazaban. Se sentía imbatible, que le hablaba a la historia. A los 41 años, había llegado su momento para disputar la Presidencia.

Si "con dos palitos y una idea" Massa se creía capaz de convertir el vapor en una escalera para ascender, desde 2013 se lanzó a pergeñar múltiples martingalas para sumar aliados por izquierda y derecha. Pero el clima de época empezaba a cambiar y el poder, los flashes y la gente se posaron en Macri. A diario, los titulares registraban la sangría del Frente Renovador hacia Cambiemos. Si la convención radical de Gualeguaychú que eligió aliarse a Pro terminó de dañar su estructura, la popular diputada Elisa Carrió se encargaría de perforar su principal activo: su imagen.

De la mano del cordobés José Manuel de la Sota, logró salir a flote en los comicios de 2015, abrazado a 5,4 millones de votos. Si en campaña había prometido encarcelar corruptos, prestó un último servicio al antikirchnerismo: "Yo no quiero que gane Scioli", dijo antes del ballottage. Macri no tardaría en presentarlo al mundo, en Davos, como el futuro líder del peronismo renovado. Y Massa recompuso estructura y recursos ofreciéndose como bastón parlamentario en Nación y la provincia de Buenos Aires.

La derrota de 2017, más profunda, terminó de hundir la "ancha avenida del medio". Y la nueva sangría de aliados que comenzó a sufrir en 2018, esta vez hacia el kirchnerismo, lo convenció de que volver a cruzar el Rubicón era la única salida.

La historia es conocida. El instinto de preservación lo llevó a sumarse al Frente de Todos. La lógica, a acercarse a Máximo Kirchner primero, y a Cristina después, mientras esmerilaba a Alberto Fernández y a Martín Guzmán. La audacia, o la temeridad, lo convirtió en el ministro de Economía, de una economía en crisis, que busca la Presidencia.
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