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Padre de Sebastián Dávalos rompe el silencio: "Mi hijo no se robó nada"

Un bajo perfil es el que ha mantenido Jorge Dávalos, quien está radicado hace ocho años en la Región de Los Lagos. Dice que el esposo de Natalia Compagnon "ya no puede ir a cualquier tipo de reunión, porque en todos lados lo molestan".

12 de Marzo de 2016 | 07:12 | Emol
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El Mercurio
SANTIAGO.- Dice que le complica hablar del caso Caval, porque no sólo lo afecta a él, sino que también a sus nietos. Es Jorge Dávalos, el ex marido de la Presidenta Michelle Bachelet, quien hace ocho años vive en Cochamó –Región de Los Lagos- y que es padre de Francisca y Sebastián, los hijos mayores de la Mandataria.

El hombre habló con revista "Sábado" de El Mercurio, donde señaló que en colegio de sus nietos "la gente habla y los niños escuchan, y después el daño les llega a ellos"(los hijos de Dávalos y Compagnon).

Además agrega sobre su hijo:

-Él ya no puede ir a cualquier tipo de reunión, porque en todos lados lo molestan.

Es un martes en la mañana. Pasa una camioneta roja por la calle principal de Cochamó, la única asfaltada del pueblo. Luego otra camioneta roja, y después otra. Aquí, donde no hay más de 200 casas, las camionetas rojas son comunes en el paisaje. Hasta que finalmente viene una -roja también-, conducida por Jorge Dávalos, con anteojos de sol oscuros y con un chaleco reflectante colgando detrás de su asiento.

Por las calles de Cochamó, Dávalos se mueve como un pueblerino más desde 2008. Llegó hasta este lugar de vacaciones, le gustó y decidió comprar un terreno.

Se vino a vivir con su actual pareja, Jacqueline Alvarado, con la idea de desconectarse, de aprovechar lo que le quedaba de la vida, dice, y de hacer lo que le gustaba.

Comenzó con la pesca, armó su casa y su jardín de una hectárea y rápidamente entró en la vida política del pueblo. Fue presidente de la junta de vecinos y participó del club del adulto mayor. Y hoy, a sus 69 años, es el presidente del Comité de Agua Potable del pueblo. Lo eligieron hace seis meses y estará en el cargo por tres años más.

-Yo trabajo con dos funcionarios más y lo hacemos por responsabilidad social -cuenta.

Desde que asumió la tarea, dice que ha estado muy ocupado y que ya casi no tiene tiempo para ir a pescar. Comenta que es un trabajo que le toma todo el día y que a veces lo llaman a las once de la noche para decirle que se cortó el agua. Entonces tiene que llamar a los operarios e ir a ver qué pasó para solucionar el problema.

A pesar de que está inmerso en un pueblo que, según el último censo, tiene 482 habitantes, de que vive a más de mil kilómetros de Santiago, de que la última vez que fue a la capital fue en mayo pasado y que anduvo por barrios que ya no reconocía, intenta mantenerse informado. Dice que lee los diarios y que ve las noticias en la televisión, que lo hace por cultura, para estar al tanto.

Por los medios vio cómo se desarrolló el caso Caval, que estalló hace poco más de un año, en febrero de 2015, luego de que se supiera que su hijo Sebastián Dávalos y su nuera, Natalia Compagnon, se reunieron con Andrónico Luksic para pedir un préstamo de 6.500 millones de pesos al Banco de Chile con el propósito de comprar terrenos en Machalí. Vio además cómo creció el escándalo político por supuesto tráfico de influencias e información privilegiada. Y vio cómo, a los pocos días, su hijo renunciaba a su cargo de director del Área Sociocultural de la Presidencia en La Moneda y a su militancia en el Partido Socialista. Hoy, el caso está en proceso judicial y su nuera quedó formalizada con firma mensual y arraigo nacional. Su hijo, en tanto, no fue formalizado por falta de pruebas.
Por la televisión vio también, hace un par de semanas, la rutina de Natalia Valdebenito en el Festival de Viña del Mar, cuando ella, al igual que la mayoría de los humoristas, habló de Sebastián Dávalos; pero a diferencia del resto, lo mencionó a él, al padre:

"Todo el mundo quiere que la mamá (Michelle Bachelet) se haga cargo, pero yo me pregunto: ¿dónde está el papá de Sebastián Dávalos?".

-Sí, vi a la comediante que hablaba de mi hijo y andaba diciendo "¿dónde está el padre?, ¿dónde está el padre?" -dice molesto-. ¡Qué le importa a ella! Yo no le voy a contar nada ni a ella ni a los periodistas.

La camioneta roja de Jorge Dávalos vuelve a cruzar la calle de Cochamó. Esta vez se detiene, pone luces intermitentes y él se baja vestido con un polerón café listado con gruesas líneas negras, polera café de piqué gastada, pantalones del mismo color y zapatillas de cuero, todo más o menos combinado. Tiene la barba blanca y su pelo blanco peinado hacia atrás. Con un gesto arquea las pocas cejas que le quedan sobre sus pequeños ojos azules.

-Tengo que ir a hacer unas cosas, si quieres me acompañas y hablamos -invita.

A bordo de la camioneta completamente empolvada con tierra, por dentro y por fuera, Dávalos toma uno de los caminos del pueblo hasta llegar donde un mecánico artesanal. Es un galpón grande donde uno de los habitantes tiene su taller para reparar autos y ruedas, el único en todo el sector. Él se baja y saluda amablemente al mecánico. Viene a buscar su carretilla con la que trabaja en su casa, la que había dejado para que le arreglaran la rueda pinchada.

Sube la carretilla a la parte trasera de la camioneta y conduce por la calle, hasta salir del pueblo. El camino avanza por curvas, que a un lado tiene la desembocadura del río Cochamó, donde flotan extensas islas de largos pastizales, y por el otro las quebradas de los cerros tapizados de bosques que caen sobre la ruta.

Mientras maneja, comenta:

-Nadie ha hablado de lo que mi hijo hizo cuando estuvo como director del Área Sociocultural de la Presidencia, el último cargo que tuvo en La Moneda. Nadie ha investigado de su labor en la Fundación Integra, porque lo que hizo fue muy bueno.

Tras pasar unas curvas, llega al puente que cruza el río Cochamó y que conecta a los vecinos con el siguiente pueblo, llamado Puelo, que queda 30 kilómetros hacia el sur. Se estaciona a un costado, se baja, camina por la berma y se detiene en la mitad del puente.

Señalando el paisaje, Jorge Dávalos explica que detrás de las montañas, por donde viene el río, está el valle Cochamó, el lugar que se repleta en los veranos por jóvenes mochileros que vienen a hacer trekking. Habla luego de una empresa que se quiere instalar en el mismo valle, una hidroeléctrica de la que pocos saben. Habla de cómo la gente del pueblo trató de participar en ese proyecto, pero que no los contrataron y finalmente lograron que hoy el proyecto esté detenido por un año. Habla también de otra hidroeléctrica que está en el estuario de Reloncaví, justo en la orilla que queda enfrente del pueblo, pero que no los provee a ellos de electricidad, sino que lo que se produce se va para otros lados. Habla de las próximas elecciones municipales, de que el alcalde de Cochamó quiere salir reelegido. Y luego, con la vista pegada al río, habla de Francisca, su hija que vive en Buenos Aires:

-Estaba planeado de antes (que ella dejara el país), pero sí, la prensa la molestaba mucho también a ella...

Jorge Dávalos camina desde el puente hacia su camioneta:
-Con el caso Caval, a mi hijo lo dejaron con las manos atadas para trabajar, cómo va a poder hacer negocios. Lo que sucede es que él tiene que vivir de algo, si no, ¿cómo vive? Él empieza a armar algo y después se cae por el tema del caso Caval, porque dicen que se robó no sé cuánta plata, pero él no se robó nada... Y después andan diciendo que vive de su señora.

Por el puente transita un hombre en camioneta y Dávalos saluda con una sonrisa levantando la mano. Se vuelve a poner serio:

-Hace poco salió en la televisión un caso de un ejecutivo de un banco que fue acusado de robo. Estuvo preso muchos meses hasta que se demostró que era inocente. Al final lo soltaron, pero no pudo encontrar trabajo en ningún lado, porque en internet, si ponías su nombre, lo primero que salía era que era ladrón.

Creo que hoy ese ejecutivo está trabajando como chofer del Transantiago.
Pasa otro hombre caminando por el puente. Dávalos lo saluda con un gesto y continúa:

-Finalmente, en el caso Caval, políticamente todos los daños van directo a la Presidenta.
-¿Cree que en Chile se ha perdido el respeto hacia las figuras presidenciales y a su entorno?
-Sí, hace tiempo. Y, en mi opinión, puede ser discutible, es una cosa que se da en toda Latinoamérica, en contra de todos los gobiernos que inician reformas, y eso obviamente es orquestado desde afuera.

Dávalos no acepta que le saquen fotos para este artículo.

-No, yo no soy ningún rockstar -se excusa, mientras abre la puerta de su camioneta. Después de un pequeño inconveniente con la llave, el auto prende. Da media vuelta y maneja de regreso al pueblo. En el trayecto retoma el tema de Cochamó, de cómo se relaciona la gente, de que aquí es afuerino incluso el que regresó después de haberse ido a estudiar a otra parte. Más tarde vuelve a hablar de los periodistas, de las redes sociales y de antiguos casos polémicos, de antiguos acusados que ya nadie recuerda.

Entrando al pueblo, una de las primeras casas que se ve es un jardín infantil de la Fundación Integra, que Sebastián Dávalos presidía cuando estaba en La Moneda. Sigue avanzando hasta llegar cerca de su casa, donde se despide:

-Aquí viviré hasta mis últimos días.
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