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Terraplanistas: ¿Puede una sociedad democrática dar espacio en el debate a creencias científicamente erradas?

La conversación se reabrió con la exposición del arquitecto Guillermo Wood, y el doctor en Filosofía Política, Cristóbal Bellolio, tomó la posta. "En teoría, las personas tienen el derecho de discrepar con lo que enseñan las ciencias. La pregunta es: ¿Hasta dónde?", plantea.

26 de Julio de 2018 | 08:01 | Por Consuelo Ferrer D., Emol
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JM Vilches, Emol.
SANTIAGO.- "Invito a las personas al legítimo derecho a dudar. ¿Es la ciencia, la forma de la Tierra y la investigación de nuestro mundo un debate cerrado? No. Segundo, ¿sabemos que la Tierra es esférica o creemos que es esférica? Yo afirmo que ni tú ni yo podemos saber que es esférica, es un acto de fe. Y tercero, ¿podría ser posible que lo que nos enseñaron no fuese correcto?".

Se trata de la polémica defensa que realizó el arquitecto UC, Guillermo Wood, al terraplanismo el pasado viernes en La Tercera, donde aseguró que en Chile existen entre 2.500 y 3.000 que creen, en contra de toda la evidencia científica, que la Tierra es plana. Su grupo, de 25 personas, está en proceso de formar una "corporación de geocentría" para "investigar y difundir nuestras ideas".

"¿Qué pasa cuando empezamos a tener discrepancias respecto de cuestiones sobre las cuales la ciencia tiene un consenso más o menos establecido? Si el 95% de los científicos cree que el cambio climático es real y causado por la mano del ser humano, ¿qué espacio tiene en democracia la persona que no cree eso?"

Cristóbal Bellolio
A juicio del doctor en Filosofía Política y académico de la Escuela de Gobierno de la U. Adolfo Ibáñez, Cristóbal Bellolio, el texto abrió una serie de preguntas que resultan interesantes de debatir en la sociedad moderna. Por eso tomó su cuenta de Twitter el domingo y escribió:

"A mí me pareció estupenda la nota del terraplanista. Nos descoloca porque presumimos que el conocimiento científico establecido demanda un tipo de reconocimiento público que otras epistemologías no tienen. Y nos frustra que aquello sea difícil de obtener en democracia".

"En un mundo en lo que todo es opinable y la opinión de A es igual de válida que la de B, dejan de existir la verdad y la mentira", "Opinar que la Tierra es plana no es demostrar que la Tierra es plana" y "No tengo problema con que le enseñen a sus hijos que la Tierra es plana o que el Universo fue creado por un arquitecto inteligente, sí lo tengo con que no los vacunen", fueron algunas de las respuestas que recibió.

El rol del conocimiento científico


En conversación con Emol, Bellolio reconoce que la palabra "estupenda" pudo no haber sido la más adecuada, pero profundiza en el debate que las palabras de Wood reabrieron. "Me parece interesante que se empiece a discutir cuál es el rol del conocimiento científico establecido en sociedades democráticas donde hay personas que tienen creencias no solamente morales, sino también fácticas sobre cómo es el mundo", dice.

"Hasta hace poco tiempo atrás creíamos que uno podía discrepar sobre materias morales —¿es buena o mala la homosexualidad?—, pero ¿qué pasa cuando empezamos a tener discrepancias respecto de cuestiones sobre las cuales la ciencia tiene un consenso más o menos establecido? Si el 95% de los científicos cree que el cambio climático es real y causado por la mano del ser humano, ¿qué espacio tiene en democracia la persona que no cree eso?", pregunta el abogado.

Se cuestiona ese "espacio", explica, porque leyó a muchas personas preguntándose por qué un medio de comunicación le daba cabida a ideas como el terraplanismo. "Pregunté no porque yo diga que hay que darlo, sino porque la pregunta es buena", plantea.

Dice que, en lo personal, no le parece "necesariamente un problema" que se publiquen estas discusiones, sino que le parece un "ejercicio de libertad de expresión". "Ninguna Constitución consigna 'Lo que dice la ciencia es ley', por lo tanto, en teoría, las personas tienen el derecho de discrepar con lo que enseñan las ciencias. La pregunta es: ¿Hasta dónde?", comenta.

—¿Y hasta dónde se podría permitir?
—La línea se tiene que trazar en dos casos. Primero, donde hay daños a terceros, como por ejemplo a los niños. ¿Tengo derecho a no creer que las vacunas son seguras? Sí ¿Y tengo derecho a no vacunar a mi hijo? No. Ahí es donde creo que la sociedad tiene el derecho de meterse a la discusión y decir "puedes creer lo que quieras, pero cuando se trata de derechos de terceros, tú ya no tienes derecho a obrar sobre esa creencia".

—Es parecido a lo que se critica en el debate de la transfusión de sangre y los Testigos de Jehová: mucha gente piensa que pueden rehusarse a recibirlas, pero no obligar a eso a menores de edad.
Es parecido. Pero yo estoy seguro de que en el caso de las vacunas y la transfusión, seguramente la mayoría de la gente va a estar de acuerdo en que los papás no tienen derecho a "sacrificar" a sus hijos por sus creencias, pero ¿si quiero enviar a mi hijo a un colegio donde se enseña terraplanismo o creacionismo? ¿Tengo derecho a mandarlo a un colegio donde se enseñe eso en el currículum de Biología? Hay quienes creen que los papás conservan el derecho de enseñarle creencias erróneas a su hijo. Yo creo que no, pero es una discusión abierta.

—¿Cuál es el segundo límite?
—Nuestras autoridades cuando dictan normas, ya sean políticas públicas o leyes. Para mí, ahí necesariamente deben actuar en base al conocimiento científico y no contra él. Uno podría proponer que conversáramos cuál es el rol de la ciencia en el debate público, especialmente en el poder legislativo. Hace un tiempo, Ciudadano Inteligente hizo una encuesta y en nuestro Congreso la mitad se declaró creacionista. Otro ejemplo: ¿Puede un parlamentario obrar contra el conocimiento científico en materia de vacunas? Una cosa es que lo crea en el ámbito privado y otra cosa es su rol de legislador.

—También ocurre con el derecho que reclaman los padres de no enseñar educación sexual a sus hijos.
—En Londres, hace poco, un colegio ortodoxo judío borró del examen final, algo así como la PSU, todas las preguntas concernientes a educación sexual y teoría de la evolución. Las borraron y pidieron al Ministerio de Educación avalar la medida. Al principio se dijo que sí, que era un país multicultural y que había que respetar distintas sensibilidades, pero el mundo secular empezó a armar bullicio y echaron pie atrás, aduciendo a que todos los niños tienen derecho al conocimiento.

—¿Y cómo dialoga esto con una sociedad donde la posverdad y las noticias falsas han adquirido tanto protagonismo? ¿Es distinto defender una creencia falsa que difundir información falsa?
—Eso lo hace más interesante de conversar, sobre todo porque nadie tiene idea qué diablos es la posverdad. La literatura especializada sobre el tema es incipiente y no hay todavía un trabajo científico en Sociología o Ciencia Política. Algunos creen que la posverdad es dar información falsa, pero yo creo que tiene un espesor distinto; que la posverdad es básicamente cuando alguien reclama el derecho de actuar en base a hechos alternativos.

—¿Cómo "hechos alternativos"?
—Por ejemplo, en el acto del día de "inauguración" del gobierno de Trump, se notaba que había manchones de gente y que la asistencia era menor a la que tuvo el mismo acto cuando asumió Obama. Cuando se le preguntó a la jefa de prensa de Trump, dijeron que había sido la "inauguración" con más gente en la historia. Se les dijo que estaban mintiendo, y ellos dijeron "no estamos mintiendo: tenemos hechos alternativos". A mí lo que me interesa es cómo, políticamente, se reivindica el derecho a creer algo distinto a lo que manifiestamente se ve que es así.
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