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Gabriel Salazar: "La trayectoria lógica de la Convención se va a enfrentar con un callejón sin salida"

"El punto clave es qué es lo que va a hacer el Ejército", afirma el Premio Nacional de 2006 y figura destacada en la intelectualidad de izquierda. Este es su análisis del proceso que está viviendo Chile.

03 de Septiembre de 2021 | 07:46 | Por Álvaro Valenzuela, Crónica Constitucional
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La clave está en la "generación pingüina". El historiador Gabriel Salazar —Premio Nacional 2006— mira el proceso constitucional con el interés de un académico, pero también con el entusiasmo de quien lo ha promovido. Convencido de que lo que se observa es el producto de movimientos históricos de décadas, señala como decisivo el hecho de que la mentada generación "es la que está tomando el control". Una generación que en realidad son dos, dice. La primera, algo mayor, corresponde a quienes, habiéndose enfrentado muy jóvenes al régimen militar, luego, en la transición, abandonaron los partidos para comprometerse en la "militancia social", trabajando en organizaciones poblacionales y de base, y formándose al alero de las ONG y de académicos como él mismo. Ese grupo tomó conceptos como el de "la asamblea manda" y se ha mantenido alejado de las estructuras partidarias.

El otro sector de esta "generación pingüina" —en alusión a los movimientos estudiantiles que partieron con el "mochilazo" de 2001 y el "pingüinazo" de 2006— es el que se constituye en torno a los estudiantes universitarios en 2011. Estos, en la visión del historiador y también exmilitante del MIR, terminaron repitiendo "la vieja tradición de que tú te haces famoso en la FECh y después viene la carrera política. Y eso es lo que conduce a los jóvenes del Frente Amplio: toda esa generación termina por enrielarse dentro de la carrera política desde una posición crítica de la vieja izquierda, pero tratando de imitar el modelo uruguayo del Frente Amplio". "Para mí, es la sección cadetes de la clase política", dice con ironía. Muestra de ello —agrega— es que hayan votado, en la comisión de Reglamento de la Convención Constitucional, contra la idea de cuestionar el quorum de los dos tercios.

En las primeras semanas de Convención usted se declaraba gratamente sorprendido. ¿Mantiene esa visión?

—Fue una grata sorpresa que se gestara una mayoría activa. La elección de la actual directiva es una prueba: nadie esperaba que una académica mapuche iba a ser la presidenta. Ahí se demostró que el elenco político partidario que hay dentro de la Convención no iba a ser una aplanadora. Nadie tiene los dos tercios ni se puede constituir una mayoría popular fácilmente. Eso es esperanzador. Y lo que más me ha sorprendido es que se dieron cuenta de que la trayectoria lógica de esta Convención, dada su composición interna y la actitud con que entraron aquí los representantes de la clase política, con toda seguridad se va a enfrentar a mediano plazo con un impasse, un callejón sin salida, un desacuerdo difícil de superar.

Y que en ese caso, como nadie controla los dos tercios y la clase política sabe manejarse muy bien en estos ámbitos, los sectores populares se van a encontrar sin opciones legales para actuar dentro. Ahí, los convencionales del pueblo entendieron que van a tener que recurrir desde ya al apoyo soberano del pueblo que está afuera de la Convención. Porque hay miles y miles de asambleas territoriales, comunales, cabildos, que están funcionando activamente. Hay allí un poder constituyente actuante, no formal, pero activo. Y los convencionales se están dando cuenta de que lo mejor que pueden hacer es tomar contacto directo con este proceso externo. Por eso muchos ya han empezado a hablar de que tienen que actuar mandatados por el pueblo mismo.

¿Usted piensa que en algún momento se va a producir un choque fuerte entre la clase política y esos movimientos populares?

—No hay duda. Porque el andamiaje sobre el cual existe la clase política es el mismo aparato constitucional. Y en buena medida también, el modelo neoliberal. Si ese andamiaje es cambiado profundamente, la clase política se queda sin estatus, sin función. Por eso, en otras coyunturas históricas, cuando la clase política ha sido asediada por la ciudadanía, se unen todos contra la ciudadanía. Se produce ahí un acuerdo general que protege al "gremio". Eso ha ocurrido varias veces en nuestra historia. Desde luego, la famosa fusión liberal-conservadora de fines del siglo 19 y comienzos del 20. Y eso mismo ocurrió, más en pequeño, el 15 de noviembre de 2019, lo que se llamó el "acuerdo por la paz", que en el fondo era un acuerdo para defender al "gremio".

¿Pero no fue eso lo que posibilitó que tengamos una Convención?

—Eso posibilitó que tengamos "esta" Convención. Pero de no haber existido eso, podría haber aparecido una asamblea constituyente ciudadana. Propiamente ciudadana y por tanto, completamente legítima. La cosa caminaba hacia allá. Pero esto es un aprendizaje, la ciudadanía está aprendiendo a ser soberana. Esta no es la revolución de las estructuras. Va a haberla, pero antes que eso está la revolución en la mentalidad y en la cultura ciudadana, y eso es lo que está en marcha.

Pero no pareciera que toda la ciudadanía estuviera involucrada en eso. La mayoría parece más preocupada de ir al mall y de hacer una vida bastante poco politizada.

—Eso es lo que se dice: la gente va al mall, hay millones de autos por las calles, el consumismo, los préstamos, las AFP, etc. Lo que informan los medios.

Pero es lo que se ve en la calle o conversando con la gente.

—Pero recordemos: los procesos históricos profundos no van por la calle, van por dentro. Eventualmente salen a la calle, pero no están todo el tiempo allí. Ya en 1998 el informe de desarrollo humano de las Naciones Unidas llegaba a la conclusión de que en Chile se estaba produciendo un fenómeno subterráneo, que es la ciudadanización de la política, paralelo a la crisis de las estructuras partidarias. Yo creo que eso es muy potente. Me baso en dos cosas, entre miles de otras razones. Yo combinaba la clase en la universidad con la invitación de comunidades de base que te piden que les hables. Y lo que me ha sorprendido es que desde Arica a Magallanes están los mismos sentimientos y se usa el mismo lenguaje y los mismos conceptos. Incipientes, pero flotando, de manera que cuando tú les entregas el concepto más claro, lo captan al tiro.

Y lo segundo son las estadísticas, como nunca las había habido en Chile: todas, desde 1991 hasta hoy, señalan con gruesos números, cada vez mayores, el descontento con los partidos políticos, con los políticos y con el sistema del que ellos dependen. Por algo se ganó el plebiscito con el 80%.

Usted sostiene que han habido dos momentos en que el pueblo se encaminaba a ejercer el poder constituyente, en la década de 1820 y en las primeras décadas del siglo 20; en ambos casos, ello se frustra. ¿Por qué no podría pasar lo mismo ahora?

—Esa pregunta implicaría un larguísimo análisis histórico. Dicho brevemente, el gran movimiento constituyente popular, de 1822 a 1828, tuvo como base la comuna, los cabildos locales. Estos derriban la dictadura de O’Higgins, hacen quebrar el monopolio comercial de Portales y compañía, promueven una Asamblea Constituyente libremente elegida y finalmente llegan, peleando con la élite de Santiago, a proclamar la Constitución de 1828, la única realmente legítima que ha tenido el país. Este movimiento triunfó, pero fue derribado porque Diego Portales y compañía organizaron un ejército mercenario, le pagaron al general Prieto y logran ganar la batalla de Lircay.

El movimiento del siglo 20, en tanto, fue de actores sociales emergentes. Partieron los regidores y alcaldes de las comunas; la Federación Obrera de Chile (FOCh), los estudiantes, los profesores, los conventilleros, los ingenieros, los industriales y los militares, la oficialidad joven del Ejército. Todos se movilizaron para cambiar la Constitución del 33, cambiar el régimen y enrielar el país hacia el desarrollo de la producción, del empleo, de la clase trabajadora. Y el proceso constituyente lo abren los militares. Ellos dan el golpe, mandan a cambiar al Presidente, cierran el Congreso y convocan a una asamblea constituyente libremente elegida; eso ocurrió en una semana. Y fracasó por la ingenuidad de los militares que autodisolvieron su propia asamblea, y no queda nadie que controle el proceso. Entonces los políticos traen de vuelta a Alessandri, los protege y nunca convoca a una asamblea constituyente popular; él dictó prácticamente la Constitución del 25.

¿Y cuál cree que será la evolución ahora?

—Esta vez el movimiento soberano del pueblo quiere trabajar por sí mismo, él hacerse cargo del poder constituyente. Pero aquí lo interesante es qué va a hacer el Ejército. Hasta ahora no ha hecho nada para obstruir o destruir el proceso popular. Y esto es nuevo. Tampoco se ha puesto a la cabeza. Porque en 1822 iban los pueblos de provincia y el Ejército, era un frente cívico-militar, al igual que en 1924. Ahora no está ese frente cívico-militar, pero tampoco está el Ejército masacrando.

Usted piensa que en algún momento se va a llegar a un nudo gordiano. ¿Son los dos tercios ese nudo gordiano?

—Los dos tercios, depende: si se juegan dentro de la Convención, hay callejón sin salida. Si se juegan fuera de la Convención, la Alameda está abierta.

¿A qué se refiere con fuera de la Convención?

—Que se movilice el pueblo, sea a través de los miles de cabildos locales que están funcionando, sea con una gran movilización callejera parecida a la del 18 octubre.

¿Y que eso genere presión sobre la institucionalidad?

—El punto clave es qué es lo que va a hacer el Ejército. Los militares están deliberando. Siempre lo han hecho. ¡Si son seres humanos! Que les prohíban deliberar es absurdo. Y ahora con mayor razón, si se atiende el hecho de que por primera vez los altos oficiales chilenos están haciendo estudios de posgrado, tienen magísteres ¡en ciencias sociales! ¿Para qué tanto conocimiento de alto nivel si no van a hacer nada? No, pues. Es ridículo.

¿Por qué le da tan poca importancia a la elección presidencial y parlamentaria?

—Suponga que a mediados del próximo año tengamos nueva Constitución. ¿Vamos a seguir teniendo Presidentes que son los herederos de los reyes absolutos? ¿O vamos a tener un gobierno colegiado para evitar personalismos, caudillismo o la estupidez que puedan contener psicológicamente las personalidades que elegimos? Tiene que ser un grupo que delibere racionalmente y que no sean representativos de sí mismos. Hay que pensar eso y hay que pensar que el Parlamento no puede ser el negocio de políticos profesionales. Hay que crear un Parlamento con gente que vaya a ejecutar mandatos soberanos. Entonces, ¿qué sacamos con elegir Presidente de aquí a dos años más de acuerdo a la Constitución del 80, que es lo que queremos cambiar? ¿Qué va a hacer el Presidente en esos dos años? No va a tener ninguna función importante. Es un señor que va a jugar el rol del ujier, va a cerrar la puerta.

Pero si el Congreso que salga elegido en noviembre tiene una composición muy distinta a la de la Convención, ¿no estaría demostrando que la ciudadanía ya no apoya la línea de la Convención?

—Pudiera ser. En materia electoral pueden producirse vuelcos absolutamente ilógicos respecto de los procesos profundos. Es como ir al supermercado: vas a una vitrina donde te muestran cosas y te puedes dejar seducir por una u otra según el ánimo con que vas. Pueden producirse volteretas de este tipo, como el propio segundo gobierno de Piñera: el proceso profundo iba por un lado y por alguna razón que aún no se conoce bien se elige a Piñera por segunda vez. Y le pasó lo que le pasó al pobre. Es como triste, pero eso ocurre en historia. No sería extraño tampoco que se eligiera un Congreso que sea mayoritariamente poco proclive al cambio constitucional.

¿Y por qué entonces la Convención sería la que representa la corriente histórica y no el Congreso o el Presidente?

—Por lo que le dije: hay un proceso a lo largo de Chile que no existía antes. Esto no es reversible. Y te lo indican las encuestas, que una y otra vez marcan la misma tendencia. Pueden haber momentos de vuelta atrás, como le pasó a la Lista del Pueblo, que se las dio a elegir Presidente, senadores y diputados, perdiendo el tiempo de una manera increíble. Puede ocurrir eso, pero usted vio lo que pasó con la Lista del Pueblo: se esfumó en el aire por ese afán electoralista que le llevó a convertir el movimiento social en una carrera política.

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