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Columna de opinión: Régimen de gobierno, la clave está en el Congreso

La Convención tiene la ventaja de proponer reformas que el Congreso difícilmente podría aprobar debido a la inercia de sus prácticas.

20 de Noviembre de 2021 | 11:44 | Por Jaime Arancibia
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U. de los Andes
La discusión constitucional sobre el régimen de gobierno ha sido planteada en un plano demasiado teórico. Se argumenta a favor del presidencialismo, del parlamentarismo y sus variantes de modo abstracto o aséptico, olvidando que deliberamos sobre un gobierno de, por y para chilenos, que ha de procurar corregir los defectos que arroja nuestra experiencia. La historia enseña que las principales crisis políticas se han detonado en relación con el Congreso.

A diferencia del Poder Ejecutivo y de la Judicatura, nuestro Congreso es un actor relativamente inmaduro, con apenas dos centurias. El Parlamento inglés, por ejemplo, alcanzó relativa estabilidad recién en su cuarto siglo (1689).

Esta adolescencia no debe conducir a desdén, sino a reformas, pues sin Congreso no hay democracia, así de simple. De su buen funcionamiento pende la única instancia de solución pacífica de diferencias en los Estados modernos.

Un Parlamento deslegitimado es la antesala de la autocracia o del autoritarismo. John Adams escribió que “la democracia nunca dura para siempre. Pronto queda exhausta y se mata a sí misma”, observando que la vanidad y la ambición humanas son iguales en cualquier régimen de gobierno, y en ausencia de límites producen los mismos efectos de fraude o violencia.

La clave está en asumir que, como dice Ortega y Gasset, el parlamentario es virtuoso en el "arte de hacerse elegir", cuya desregulación ha sido propicia para malas prácticas: falta de democracia en los partidos para seleccionar candidatos —sobre todo en regiones, donde prima un caciquismo apadrinado por cúpulas santiaguinas—, financiamiento irregular de las campañas, cohecho, leyes electorales urgentes en beneficio propio; así como ausentismo, demagogia y desprecio por lo técnico en época eleccionaria. La preservación del escaño favorece también la “pedida” de cargos en la administración pública para compensar lealtades, subvirtiendo así el ethos meritocrático de esta.

La necesidad de reelegirse incentiva también la popularidad mediante el abuso de la acusación constitucional. Gobiernos de izquierda y derecha han criticado su presentación con fines partidistas y no jurídicos, pero esto se olvida cuando pasan a la oposición.

El sistema electoral proporcional, a su vez, asegura mayor representatividad ciudadana a costa de una multiplicidad de facciones que no contribuye a la gobernabilidad. La mayoría de los presidentes de Chile ha padecido el marasmo de congresos incapaces de acuerdos mínimos.

Un Congreso fragmentado, inapto para legislar oportunamente, menos podría asumir el ritmo vertiginoso de la función ejecutiva. El parlamentarismo británico ha podido porque descansa en un sistema uninominal, que fue confirmado por cerca de un 70% de los votos en el referéndum de 2011.

Por último, el voto voluntario ha menoscabado severamente la representatividad de nuestros parlamentarios (46% en la última elección).

Este cuadro explica el desprestigio no solo del Congreso, sino de toda la clase política, dado que los parlamentarios son sus exponentes más notorios. De ahí también que no se les haya confiado la propuesta de nueva Constitución. Al parecer, la situación no ha sido mejor antes, según sostiene Salazar en “La enervante levedad histórica de la clase política civil” (1900-1973).

La Convención tiene la ventaja de proponer reformas que el Congreso difícilmente podría aprobar debido a la inercia de sus prácticas. Sugiero la elección por voto obligatorio, un sistema electoral que favorezca coaliciones estables, preselección democrática de candidatos de partido, límites a la reelección y al financiamiento electoral, aumento del quorum para presentar acusaciones constitucionales, mecanismos de pareo, suspensión o subrogancia en períodos de reelección y declaración de intereses detallada y actualizada.

Sugiero también elevar la edad de los senadores a aquella en que las derrotas personales han dejado lecciones de vida suficientes y se percibe mejor la finitud de la vida, fuente de sabiduría. Plutarco alabó a Licurgo por esto mismo. Su Senado de hombres prudentes brindó estabilidad y prosperidad a Esparta, porque inclinaban la balanza para evitar la tiranía del pueblo o la de los reyes.
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