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Luis Maira: "Con Jaime Guzmán vivo y en actividad en el Senado, habríamos tenido otra transición"

El histórico dirigente de la izquierda —y uno de los exconcertacionistas más cercanos a Gabriel Boric— analiza la evolución del proceso constitucional, desde el "gran error" de Piñera hasta la elección de la Convención y, ahora, la sorpresa de la primera vuelta.

10 de Diciembre de 2021 | 10:57 | Por Álvaro Valenzuela Mangini, Crónica Constitucional
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El Mercurio
"Todo lo que he podido, sin faltar al deber que me imponía ser militante del PS". Con esa aclaración, Luis Maira —exdiputado, exministro, fundador de la Izquierda Cristiana, dirigente socialista y figura clave de la política chilena por casi 60 años— resume el apoyo que ha buscado darle a Gabriel Boric. Lo conoció por motivos familiares —el hoy candidato fue pololo de su hija—, pero aunque esa relación terminó, el vínculo entre Boric y su ex “suegro" parece haberse intensificado. De alguna forma, Maira ha sido uno de los "puentes" que han conectado al parlamentario con la vieja guardia concertacionista. "Él ha tenido interés en conocerlos. Yo solo le he dado pistas de quiénes pueden ser los interlocutores más valiosos", casi se excusa.

Pero aunque no oculta su entusiasmo con la idea de que "alguien de 35 años sea Presidente de Chile", Maira (81) recibe a Crónica Constitucional para hablar de otra cosa: el proceso constituyente y su evolución. Un asunto que le interesa porque se vincula con sus luchas políticas y también con su faceta académica, como estudioso de las transiciones. Por eso, sus respuestas son abundantes en análisis, pero no exentas de la pasión de quien ha sido protagonista del último medio siglo y ve en la elaboración de una nueva Constitución el logro de un viejo objetivo.

Claro, porque Maira —en palabras que dejan ver tanto una fuerte crítica como una cierta admiración intelectual— destaca la obra de "los juristas de la dictadura” por haber logrado crear instrumentos que hicieron de la transición chilena "la más difícil de todas", pues "se dejó al país en un estado intermedio de semidemocracia, que ha durado en algunos aspectos hasta ahora". Por eso, reivindica el proceso constitucional iniciado por la Presidenta Bachelet y considera como "el gran error" del Presidente Piñera haberle cerrado la puerta a continuar esa iniciativa, cuando, a poco de asumido, el entonces ministro del Interior, Andrés Chadwick, descartó, en una comentada intervención en Icare, la posibilidad de impulsar una nueva Constitución:

"Ese anuncio fue dogmático, fue cerrar puertas cuando no había necesidad. Podía haberse desentendido del tema, no referirse a él, pero no usar la primera notificación solemne al país, a través de su ministro del Interior, para hacer un anuncio que, para todo un sector de Chile que consideraba que el tema constitucional era un pendiente, resultaba particularmente ofensivo y polarizaba tempranamente los alineamientos".

Pero en su programa Piñera era el único candidato que no planteaba una nueva Constitución, sino que solo proponía reformas. Abrirse a una nueva Carta, ¿no hubiera sido contradecir su propio programa?

—Cuando una Constitución tiene un carácter tan monolítico como el que hicieron siete expertos en derecho público y derecho constitucional, que pensaban igual y que pusieron en un texto sus visiones y pasiones, y que es incompatible con otros proyectos más abiertos y amplios, eso no se soluciona con una reforma. Era necesario recoger lo que la Constitución tuviera de viable y pelear por algunas cosas que le importaran a su sector, convenciendo a una parte del cuerpo constituyente. Con los votos que tenían al inicio del gobierno, hubieran podido acercarse al 50%. Nunca iban a tener un mejor control político para abordar este tema, que era un pendiente.

Era un pendiente desde el punto de vista de la oposición, no de la derecha.

—No, era un pendiente desde el punto de vista del país. Porque también ellos sabían perfectamente que lo que habían acordado, incluyendo los cambios constitucionales de 2005, no era todavía un texto que pudiera satisfacer a una mayoría de los miembros del otro mundo político, que había sido además mayoritario en casi todos los procesos electorales previos y podían volver a serlo. Al hacer una definición expresa de cerrar este proceso, creó un polo de demanda que unificó a la oposición. Toda esa suma de factores rebotan en un deterioro de la vida institucional.

¿Cuál es su lectura del 18 de octubre?

—El 18 de octubre no lo hizo la oposición. Mal podría la oposición institucional a Piñera haber organizado esa manifestación, cuando el objetivo básico era desacreditar, atacar, oponerse al proyecto de los 30 años. Fue la expresión de un descontento social extremadamente amplio. Y por extremadamente amplio, alcanzó un punto de saturación y pasó a tener manifestaciones más violentas y activas, que no supo prever ninguno de los sectores políticos del país. Porque esto tomó por sorpresa a la derecha, al centro y a la izquierda, y fue hecho contra los tres. Contra los políticos en tanto tales. Contra su incapacidad para recoger con sensibilidad mínima las demandas que venían de la ciudadanía.

¿Cómo debería procesar esa fecha la izquierda? ¿Por qué se apostó a hacer un hito de ese día, violento, y no del 25 de octubre, el día de la marcha del millón de personas?

—A mi juicio, la manifestación del 25 de octubre fue hecha por segmentos completamente distintos al mundo popular que sostuvo el levantamiento del 18. Tiene un enorme significado en términos democráticos, porque fueron sectores de clase media que probablemente no estaban afectados por los temas que fueron la plataforma del 18. Segmentos más pequeños, grupos de vecindad, organizaciones no políticas, se hicieron parte de esta, que todos asumen como la manifestación social más grande de nuestra historia. Fue, entonces, sin ser convocado, un plebiscito sobre la legitimidad del 18 de octubre.

¿Está diciendo que la gente el 25 de octubre de alguna forma avaló lo que pasó el 18, incluyendo el metro y todo lo otro?

—Le gente podía haber tenido muchos reparos sobre las formas. Los políticos de izquierda también los tuvieron; que no los expresaran es un asunto a discutir. Yo he estado en contacto con comunidades que estaban en esa actitud de rechazo a los partidos y a los políticos, y ellos no tenían cómo obtener una adhesión de los sectores medios si no era por la plataforma que habían planteado, que era un catálogo de abusos y desigualdades que estaban padeciendo. Por eso reaccionaron. Y la gente que no estaba directamente padeciendo con la misma intensidad esos problemas, al concurrir el 25 a una manifestación que fue pacífica, estaban dando una validación a los motivos por los cuales se levantaron los manifestantes del 18. Yo veo el 18 de octubre como una expresión autónoma del mundo popular social. Esto, en concordancia con dos cosas que marcan el disgusto de estos sectores: la suma de abusos y la suma de desigualdades. Un segmento del ámbito empresarial, en efecto, se habían cartelizado para hacer cosas que eran un atropello, una privación del esencial acceso a bienes básicos, como la alimentación (colusión de los pollos), la salud (farmacias) y el papel de uso diario. Todo eso fue creando en ellos la sensación de ser ciudadanos de segunda clase a los que el poder político sacrificaba impunemente.

¿Es acertado conmemorar el 18 de octubre?

—Hay que hacer una valorización de lo que aportan el 18 de octubre y el 25. Son actos complementarios. Y yo creo que el 18 tiene un valor: haber sido una explosión oportuna, previa a un estallido incontrolable.

Pero fue bien incontrolable ese día...

—Pero previo a lo que habría sido un alzamiento en que algún sector se hubiera incorporado con elementos armados, que no estuvieron aquí. Y yo creo que hay una diferencia muy grande entre el componente popular, social, que fue en algunos casos muy radical, pero otra cosa es la acción de una actividad delictiva confluyente con la movilización social, que en mi hipótesis es una historia bastante antigua, y que debe rechazarse.

A 30 años de la muerte de Jaime Guzmán, ¿qué alcances políticos pudo tener ese hecho en la evolución del tema constitucional?

—Yo estoy profundamente convencido de que, con Jaime Guzmán vivo y en actividad en el Senado, habríamos tenido otra transición. Tuvimos una discusión para mí memorable en el primer programa de TV que se hizo para debatir en torno al plebiscito del 88. Y me tocó a mí con él discutir sobre el artículo 8º, que era la esencia de la proscripción de los movimientos políticos en torno a razones extremadamente vagas: gente que propiciara la lucha de clases, en contra de la unidad de la familia... causales aplicables casi contra cualquier ciudadano que no fuera ortodoxamente conservador y católico. Guzmán no tenía problemas en sostener la legitimidad de poner fuera de la ley a grupos que tuvieran esas características tan vagas. Sin embargo, tenía un valor, que era su consistencia y franqueza en torno a las ideas que sustentaba, entonces uno podía discutir no suponiéndole intenciones, sino que asumiendo cosas que él defendía, como la idea de una democracia restringida. En mi opinión, era un pensamiento no democrático, pero capaz de establecer un diálogo que podía ser apasionante. Y los que discutíamos teníamos que prepararnos y hacer una argumentación consistente.

¿Por qué habría sido distinta la transición?

—Porque habría permitido discutir con la esencia del proyecto autoritario. A diferencia de RN, la UDI mantuvo esta identidad que con Jaime Guzmán hubiera sido ideológicamente mucho más fuerte y con mejores argumentos que los que dieron sus discípulos, y nos habría permitido una discusión en la cual la mayoría que constituíamos los sectores que aprobamos el inicio de la transición habríamos tenido facultades para, en este contrapunto, lograr cosas que nos sacaran mucho más rápido de la herencia autoritaria de la Constitución de 1980. Y, por cierto, yo no podría sino lamentar la desaparición de Guzmán, como lo haría cualquier persona civilizada, en cuanto a no aceptar un asesinato.

Llegamos al plebiscito y la elección de convencionales. Usted participó en esfuerzos para intentar una lista única de la oposición. Pese a que eso no se logró, hubo un resultado que entiendo fue inesperado para usted.

—Absolutamente. Yo me he equivocado muchas veces, pero nunca he estado más alegre de haberme equivocado que cuando sostuve que teníamos que unirnos en una lista común del Apruebo porque si no, inexorablemente, la derecha, viendo solo su fuerza histórica electoral, tendría el tercio y con ello la capacidad de desbaratar cualquier proyecto.

¿Cómo se puede explicar el resultado?

—No tengo ninguna explicación como no sea la convicción de que debíamos tener una Constitución elaborada en democracia y con contenidos absolutamente democráticos. Y ahora, con la Convención, estamos haciendo un proceso donde el conjunto de la sociedad ha participado de un modo inédito, donde están actores sociales que son los que han reemplazado al viejo sindicalismo urbano y rural, y a las organizaciones de estudiantes. Hoy lo que cuenta como movimiento social son ciertas causas: el feminismo; los temas del medio ambiente; la nueva expresión social de los jóvenes y su cuestionamiento del orden del mundo. Tenemos un sustancial cambio de los agentes del movimiento social. A mí lo más impresionante de todo es que, entre 155 miembros de la Convención, no haya un solo dirigente sindical, y que la presidenta de la CUT, que fue candidata, se haya perdido. Eso da cuenta de otro país.

Ahora, después de esa sorpresa, la derecha logra la mitad del Senado y sus candidatos presidenciales suman el 40%. ¿Qué pasó?

—Yo creo que tuvieron éxito en una cosa que es históricamente comprobable: en la medida en que los sectores conservadores logran ingredientes que creen miedo e inseguridad en un sector amplio de la sociedad, consiguen respaldo en un porcentaje alto. En eso inciden factores como la expansión del narcotráfico, que lleva al mundo popular el miedo por la pérdida de control de sus propios espacios. El fenómeno de las migraciones cumple un efecto igual y complementario. La funcionalidad de generalizar el miedo y levantar el principio básico de los sectores conservadores, de la ley y el orden, como bandera que está por encima de la justicia, de la participación en mejores condiciones de vida, de mejorar la salud, la vivienda... todo eso pasa a ser secundario si mi espacio de vida, donde mis hijos juegan, está amenazado.

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