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Bachelet: "El proceso que nosotros iniciamos ayudó a que mucha gente tuviera más conciencia, pero hoy es otro tiempo"

La exmandataria afirma que "fue un profundo error" el de quienes congelaron el proyecto de Constitución que ella mandó al Congreso al término de su gobierno, pero también descarta que haberlo reactivado hubiera sido una solución luego del estallido.

07 de Enero de 2022 | 07:20 | Por Álvaro Valenzuela Mangini, Crónica Constitucional
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"Estoy esperanzada", dice la expresidenta Michelle Bachelet, a propósito del proceso constitucional. Prueba de ello es que una de sus pocas actividades públicas en estos días en Chile —aparte del comentado video en que le entregó su apoyo a Gabriel Boric— fue su concurrencia a la comisión de Sistema político de la Convención. Expuso allí parte de su propia experiencia, pero si alguien esperaba definiciones tajantes, tal vez se sintió defraudado: "Las respuestas no son blanco y negro", insistió varias veces, haciendo notar que las fórmulas deben considerar la realidad y que si las personas no actúan bien, “no hay que pedirles a las estructuras que resuelvan los problemas".

"Suena un poco hippie, pero estoy convencida de eso", afirma, riéndose. También se la ve convencida del ánimo que mueve a los convencionales y de cómo estos se han preparado para enfrentar la discusión. Incluso destaca que muchos de ellos corresponden a la generación pingüina, la del movimiento de protesta estudiantil que marcó los inicios de su primer gobierno, en 2006.

Todo eso la entusiasma, y su propia conversación con Crónica Constitucional es otra muestra de ese entusiasmo: pese a la avalancha de pedidos que ha recibido desde que volvió al país antes de la segunda vuelta, esta es la primera entrevista que concede. Lo hace en su casa de La Reina, la misma donde alterna sin problemas desde reuniones por Zoom con Ginebra —sede del Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU, que ella encabeza— hasta los quehaceres domésticos más cotidianos.

¿Usted siente alguna maternidad respecto de este proceso constitucional?

—Maternidad yo no me atrevería a decir, porque creo que este proceso, de esta manera, surgió del movimiento social. La gente llegó a la convicción de que no basta muchas veces con cambiar leyes, sino que uno requiere una Constitución que pueda ser mejor garantía de sus derechos. Yo no me atrevería a adjudicarme ninguna maternidad a ese respecto. Lo que sí creo es que nosotros teníamos claro que era necesario cambiar la Constitución hace rato y habíamos planteado no solo la necesidad, sino que desarrollado un proceso que fue muy interesante. Pero fue en otro momento político, cuando menos gente tenía la sensación de que un cambio constitucional era fundamental... Y digo esto porque también tiene que ver con las formas que se propusieron en esa época.

¿Cómo es eso?

—Nosotros propusimos una cosa mixta, con Parlamento, porque si yo iba y conversaba con el mundo más politizado, por supuesto que todo el mundo quería cambiar la Constitución. Pero si uno conversaba con un chileno o chilena que estaban más preocupados de su ingreso, de la educación, de la salud, de su familia, aunque esos son elementos que la Constitución debe incluir, eso, en un marco de muchos años sin educación cívica, hacía que mucha gente no siempre tuviera la percepción de su importancia. Eso fue cambiando de a poco. El proceso que nosotros iniciamos ayudó a que mucha gente tuviera más conciencia, pero hoy es otro tiempo. De hecho, yo llegué a la convicción de que lo que nosotros habíamos propuesto antes ya no servía, y así se lo di a conocer en la época del estallido a varias personas con las que conversé. Antes había otro cuadro político, otro apetito o falta de apetito por una Constitución a través de una Asamblea Constituyente.

Respecto del proceso que usted impulsó, ¿quedó con una sensación de frustración? Usted lo impulsó, presentó un proyecto de nueva Constitución y este fue finalmente archivado.

—Fue congelado y pensé que eso era un profundo error. Era un profundo error no darse cuenta de que la gente no quería más de lo mismo, quería cambios más profundos. La gente estaba en la calle pidiendo, voy a decirlo en lenguaje de alta comisionada, más derechos económicos, también políticos, sociales, ambientales. Y si bien la Constitución no era la misma del régimen militar, todavía era un Estado subsidiario, pequeñito, por lo tanto, súper constreñido en la posibilidad de asumir con más fuerza los derechos sociales y económicos. No diría que me quedé frustrada, porque yo no me frustro como individuo. Sí creí que era un error grave, que la gente necesitaba la esperanza de que las cosas podían mejorar en sus vidas y que si bien una nueva Constitución no resuelve temas que son materia de ley, sí da ese marco de decir cómo queremos los chilenos convivir.

¿Y por qué se produjo que, si bien en el proceso al que usted convocó participaron más de 200 mil personas, en la siguiente elección la gente votó por el candidato que decía "yo no voy a hacer una nueva Constitución"?

—Es que es más profundo saber por qué la gente vota por un candidato o por otro. Creo que se dio, además, en un contexto de distancia entre los ciudadanos y el mundo político, de falta de credibilidad en las instituciones... cosas que, por cierto, se han ido solo agravando. En este último sentido, creo que la Convención Constitucional da esperanza. Y la gente lo que necesita en la vida es tener esperanza de que puede haber un mejor futuro. Yo tengo al respecto una lectura personal: Chile tenía una perspectiva de que todo estaba mal y poco se veía para adelante para los más necesitados. Y tengo la impresión de que tanto la elección de Boric como la Convención Constitucional constituyen para la gente la esperanza de que se podrán hacer cambios en áreas que sienten muy injustas y por muchos años.

"Y volviendo al principio de lo que me preguntaba: es muy difícil saber por qué la gente vota por uno u otro candidato. A veces tiene que ver con empatía, otras veces tiene que ver con quién ellos pueden creer o comprarse que lo va a hacer mejor, que va a resolver los problemas que tienen. Hay miles de razones. Y además, depende de quiénes son los candidatos".
¿Le ha pasado encontrarse con gente que en su momento se oponía al proceso que usted impulsó y que hoy le dice que le encanta la Constitución que usted alcanzó a presentar al Congreso?

—Cuando estuve en la penúltima COP, en Madrid, y estaba acá todo el estallido social, me encontré con tres altos empresarios que, naturalmente, no eran partidarios de mi gobierno, y que me dijeron: "Ah, si se hubiera hecho todo lo que usted dijo, estaríamos en otra situación. ¡Qué pena que no se le hizo caso a usted!". Entonces, sí me ha pasado.

¿Y qué piensa hoy de ese proyecto de Constitución?

—Yo no lo he vuelto a revisar, para serle franca. Pero creo que tenía cosas muy importantes y positivas, y los constituyentes ahora lo colocaron dentro de los documentos como una parte fundamental a considerar. Ahí se verá. Porque, además, todos los proyectos responden a determinados momentos políticos e históricos. Entonces, algo que pudo haber sido súper válido diez años atrás, puede no serlo hoy en algunos componentes. O temas que ya se resolvieron en la sociedad, usted no tiene para qué incluirlos, a lo mejor. Creo que fue un intento bien intencionado de cambiar elementos importantes. Pero fue un proceso diferente, porque la gente no participó eligiendo representantes, sino que estimulamos a la gente a movilizarse a hacer encuentros locales autoconvocados, después las reuniones regionales, las nacionales.

Se lo pregunto porque hoy su Constitución incluso podría parecer para algunos como conservadora, pues mantiene el Tribunal Constitucional, el sistema presidencialista...

—Por supuesto que, como digo, respondió a otro momento político e histórico. Porque las constituciones tienen que ser aprobadas por el Parlamento, era una mezcla de Parlamento con ciudadanía. Y sabíamos para lo que había piso. Agua para la piscina había para algunas cosas y para otras no había. Por eso le decía que yo no me atribuiría maternidad, porque si bien coincidíamos en los objetivos, el hecho de todo el movimiento social ha permitido que límites que había en el pasado ya no van a ser límites. Y que temáticas que en el pasado, aunque yo pudiera estar de acuerdo con ellas, no iban a contar con el apoyo incluso de algunos en mi coalición, hoy día sí están contando con un apoyo más masivo, incluso de la derecha. Entonces, creo que este ha sido un fenómeno súper importante, positivo, y que el otro sea mirado en perspectiva histórica.

Un tema que no estaba en ese momento y que usted ha defendido es el de la plurinacionalidad. Es un concepto que desata cierta polémica porque podría cuestionar otros principios, como la igualdad. ¿Cuándo usted se convenció?

—Yo nunca estuve en contra, pero sabía que no había acuerdo para avanzar, no había voluntad de otros actores que se requerían. Yo sí mandé el proyecto de reconocimiento constitucional de los pueblos originarios, pero eso ya no es suficiente. Y por otro lado, cuando uno mira la experiencia internacional, hay un conjunto de países que tienen importantes avances en esto, y Chile se quedó atrás. Nosotros sí ratificamos en mi primer gobierno el Convenio 169 de la OIT, pero todavía hay conflictos vinculados a estos temas. Y cuando hay conflictos, hay que hacerse cargo y buscar cuáles soluciones en otros países han funcionado.

Usted dijo que la Convención debiera ser el espejo donde se mire el futuro Congreso, aludiendo a la representación y los escaños reservados. Pero ¿cómo ve el tema de los escaños reservados considerando que hoy tenemos convencionales electos con menos de cien votos? ¿Cómo ve el equilibrio entre eso y la igualdad del voto?

—Pero eso pasa en todas las estructuras que pretenden incluir. Naciones Unidas, por ejemplo, es un país, un voto. Y usted tiene países que tienen mil millones de habitantes y países que tienen 400 mil, y alguien podría decir ¿cómo le das la misma fuerza a un país como China, India, Estados Unidos, Brasil, que a un país con 400 mil habitantes? Es que si no, las cosas no funcionan. Las libertades tienen que combinarse. No puede ser que una persona tenga libertad de voto, pero por otro lado, sea excluida y discriminada porque son menos. Yo una vez le pregunté a Obama a propósito de su sistema de elección y si no debían cambiar la Constitución al respecto, y él me dijo no, porque esto viene de la historia, que los candidatos vayan a los estados chicos. Si no, nunca van a llegar allí, porque son menos votos. Entonces tiene el sentido de que cada estado se sienta incluido, integrado, aunque numéricamente no sean del mismo tamaño. Muchos países en estos temas van buscando soluciones de acuerdo a cómo uno genera no solo igualdad del voto, sino también inclusión, real integración.

¿Pero no puede ocurrir al revés, que se termine encerrando a la gente en grupos? Estoy pensando en la elección de convencionales, donde el padrón indígena era de un millón 200 mil y terminaron votando 300 mil.

—Yo no he entrado a analizar en detalle. Lo que importa es que la gente tenga acceso a poder ser candidato, a poder ser electo si representa a un sector relevante. Ahora, siento que sí hay un problema en que no solo para la Convención, sino que en otras instancias, participa muy poca gente y el tema es preguntarse qué es lo que uno tiene que hacer. Yo en el pasado llegué a una convicción que hoy día no estoy muy segura de que haya sido correcta, porque dije voto voluntario. Pero lo dije pensando que esto hace que los partidos tengan la obligación de tener una oferta suficientemente atractiva para que los ciudadanos se sientan convocados. Eso no era erróneo, porque, por ejemplo, en esta segunda vuelta fue a votar más gente que nunca. Lo que ocurre es que no pasó antes que los partidos ofrecieran, todos, candidatos o propuestas suficientemente atractivas, y que además se generaran las condiciones ideales para que la gente fuera a votar.

Usted dijo, a propósito del debate entre presidencialismo y parlamentarismo, que no hay sistemas perfectos. Pero varios quedaron con la impresión de que le simpatizaba más el presidencialismo.

—Yo sí creo que una mejor solución puede ser un presidencialismo atenuado... Ahora, recordemos que ya fue atenuado. Hay que acordarse que, con la agenda de crecimiento y con el acuerdo Lagos-Longueira, se le bajaron una serie de atribuciones al Presidente de la República, pero el Parlamento sigue sintiendo que el Presidente tiene demasiado poder, que está mal contrapesado. Yo creo que puede ser un presidencialismo atenuado porque el sistema parlamentario no sé si los chilenos tenemos la cultura política, y sobre todo cuando hay cuestionamiento también al Parlamento, de que ese sea el sistema ideal.

"Otra discusión es el período presidencial. Y de nuevo es súper complejo, porque en cuatro años sin reelección la gente puede verse tentada a no ser estratégica, a pensar solo en los cuatro años y ya. Y además, cuatro años son cortos, a veces uno llega y no hay ningún proyecto, y te demoras un año en hacerlos y después sacarlos..., pero seis años con un mal Presidente son una pesadilla. Por eso, alguna gente ha estado pensando, y creo que es una alternativa posible, cuatro con reelección. Porque si es malo o mala, no lo reeligen nomás".
En su exposición en la Convención usted advertía que uno de los grandes problemas, y no tenía claro que la Constitución pudiera solucionarlo, es el de los partidos políticos y su lejanía de la gente. ¿Qué se puede hacer con los partidos?

—¡Qué hacer con los partidos!... Lo dije en la Convención y lo vuelvo a decir: los partidos son fundamentales. No quiere decir que no haya movimientos, pero es necesario que haya partidos políticos. Porque históricamente los movimientos funcionaban mucho más ligados a grupos de interés, y los partidos eran instituciones que pensaban en el país. En ese sentido, sigo creyendo que son necesarias instituciones que sean capaces de tener una propuesta país, nacional. También creo que los independientes deben tener derecho a participar, a ser parte del proceso. Y creo que uno de los déficits de nuestras democracias es mirar cómo se incorpora más participativamente a la gente, de una manera que no sea solo pedirle el voto, sino participar mucho más cotidianamente en las decisiones que se toman.

"Eso no es contradictorio con creer en la necesidad de los partidos. Pienso que lo que hay que revisar en ellos es que no haya una situación nepótica, que no sean siempre los mismos los que están arriba y no abren espacio a otra gente. Es necesario que los partidos se revisen también, en algunos casos a lo mejor se requiere refundarlos; incorporar generaciones más jóvenes, que se salga de estos círculos de poder que existen. Pero no estoy segura de que esto se resuelva con la Constitución. Se requiere voluntad política de los partidos de remirarse, de acercarse a la ciudadanía. Por eso creo que es súper fuerte y necesario el ámbito de lo local. Es en lo local donde están pasando cosas y es ahí donde los partidos pueden tener una interacción más cotidiana con las personas".

Usted ha sostenido que la Constitución debe expresar nuestros denominadores comunes. ¿No la desalienta cuando en la Convención la izquierda tiene una amplísima mayoría y no logra ponerse de acuerdo en la elección de su mesa?

—Todos los convencionales tienen la legítima aspiración, ellos y sus grupos, sus movimientos, de poder representar. Eso es parte de la democracia. Yo lo que sí esperaría es que logren acuerdos en el contenido, en qué es lo importante para que realmente se les pueda ofrecer a los ciudadanos un modelo de una nueva Constitución que responda a lo que la gente quiere. Por eso, también creo que es importante mirar de qué manera, más allá de la plataforma de iniciativa popular de ley, se pudiera abrir un espacio donde la gente pueda participar. Porque, si no, podría quedar en algunos el imaginario que, en vez del Parlamento, fue ahora este otro grupo de representantes el que decidió por ellos. Esto, a menos que los constituyentes tengan la posibilidad, cuando vuelvan a sus territorios, de tener esos espacios, de hablar con la gente, de escuchar. De hecho, cuando conversé con ellos, muchos me decían que eso era algo que sentían que podían rescatar del proceso que nosotros habíamos hecho y que sería súper bueno incluirlo. Lo otro que yo les dije es que ojalá intentaran ir comunicando más claramente... En los meses que vienen, que se empiezan a votar las definiciones específicas, que le comuniquen a la gente en qué están, cuáles son las opciones, que hagan mucha pedagogía. Porque la única manera para que la decisión final sea lo más inclusiva posible es que la gente esté muy bien informada.

Usted les hizo una advertencia en cuanto a que no se saca nada con poner grandes listas de derechos si estos no se van a poder cumplir. ¿Cómo se manejan las expectativas?

—Me referí más bien a otra cosa: a que no fuera un listado de derechos, sino que fuera un todo integrado, con la gobernanza de todo el proceso, el sistema político, etc. Ese fue mi discurso fundamental.

¿Pero le preocupa el tema de las expectativas?

—En mi experiencia personal, las expectativas siempre son mayores de las que se pueden cumplir. En todo ámbito de cosas... Desde cuando la gente se casa hasta cuando elige o busca una Convención perfecta, siempre va a haber expectativas grandes. Pero mi percepción es que incluso mucha gente que llegó al proceso pensando en un 500%, ellos mismos, en la discusión con los otros, han ido también ajustando sus posiciones. No a cosas menos ambiciosas, menos importantes, pero entendiendo cómo se hacen algunas cosas, con qué gradualidad. Es lo que he escuchado, porque no estoy ahí, no soy parte. Pero quiero decir que sectores que se veían con dificultades para dialogar han podido hacerlo y escucharse. Creo que eso es clave.