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Max Colodro: "Este proceso no va a resolver el quiebre histórico de la sociedad chilena"

"Un sector, me atrevería a decir mayoritario, de la izquierda no logra aceptar que el sector de la sociedad que vota por la derecha tiene la misma legitimidad, la misma autoridad moral", plantea el analista, al revisar las claves de lo que pasa en la Convención.

18 de Febrero de 2022 | 07:25 | Por Álvaro Valenzuela Mangini, Crónica Constitucional
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El Mercurio
Un partido y un nombre que son claves. Para Max Colodro, no hay dudas. Si el Partido Comunista ha logrado articular con los pueblos originarios y los movimientos sociales —además de un sector de la ex Lista del Pueblo— el eje duro de la Convención Constitucional, personaje central ha sido el convencional y exministro Marcos Barraza.

Por eso considera de alta relevancia las señales que este ha dado, por ejemplo, en su entrevista con Crónica Constitucional la semana pasada. Allí, dice, están las claves del juego en que se halla embarcado el PC y de lo que puede ser el resultado de todo este proceso.

¿Y el Frente Amplio? Para Colodro —sociólogo, experto en comunicación política, analista reconocido y también exmilitante de la Jota—, la última elección de mesa en la Convención dejó las cosas claras: ni ese bloque ni el Colectivo Socialista están en el núcleo duro de la toma de decisiones.

Sin embargo, y es lo que dice el Frente Amplio, cuando llegamos a los temas más críticos, como el de los dos tercios, ese sector radicalizado que articula el PC no se impone.

—No se impone pero no se rinde, como lo hemos visto esta semana, cuando volvieron a poner en cuestión los quorum. El mensaje que transmite este sector más duro es que, para llegar a los dos tercios, ellos no van a estar disponibles a ceder en las cosas que consideran fundamentales. Es decir, que el esfuerzo, el trabajo de cambiar de posición para acercarse a la posibilidad de los dos tercios va a ser responsabilidad de los sectores más moderados, aquellos que a toda costa no quieren que este proceso constituyente fracase.

"La señal que en este sentido dio Barraza la semana pasada fue muy clara: para ellos, un intransable son los recursos naturales, la nacionalización del agua, del cobre, del litio. Yo he sabido que están dispuestos a ceder en algunas cosas respecto de ese punto. Por ejemplo, eventualmente están empezando a abrirse a la posibilidad de que la nacionalización no sea en rigor eso, sino que pueda terminar siendo algo más parecido a lo que fue la chilenización en el gobierno de Eduardo Frei. Es decir, que el Estado quede al menos con el control del 51% de las empresas. Pero menos que eso, no van a transar. Entonces, lo que los sectores más moderados van a presentar como un logro es que lograron impedir la nacionalización y el PC a su vez va a decir: “logramos garantizar en la Constitución que todos los recursos naturales van a ser explotados por empresas controladas por el Estado". Para eso tiraron este tejo muy pasado, al hablar de la nacionalización total.

¿Es la tesis de la que escribía Joe Black: cuando la gente agradece una rebaja de precios que en realidad siguen siendo excesivos?

—Es la tesis de tirar los tejos muy pasados para en algunas cosas darles un cierto margen a los sectores más moderados, a los independientes, y no descarto que incluso a sectores de centroderecha para que apoyen cosas que no sean lo que estrictamente se ha estado aprobando en las comisiones, y por lo tanto, mostrar que sí hubo voluntad de entendimiento. Pero el PC y sus colectivos afines logran sacar adelante lo que buscan.

"Ahora, ¿cuáles son las cosas centrales en la estrategia del PC? Yo me atrevería a plantear que para el Partido Comunista son mucho más importantes las cuestiones que tienen que ver con el modelo económico que con el sistema político. Los temas de unicameralismo, descentralización, son importantes, pero no los fundamentales. Para el PC, lo fundamental son las cosas que tienen que ver con recursos naturales, con la propiedad y el control por el Estado de esos recursos, y por lo tanto, la posibilidad de cómo el Estado se reapropia de ellos. Y el otro tema clave es acotar al máximo posible el espacio para que el sector privado pueda tener incidencia en la provisión de bienes públicos asociados a derechos sociales: educación, salud, previsión, vivienda básica".

¿Eso y las nacionalizaciones serían el golpe central al modelo "neoliberal"?

—Exactamente. Y después están todas las cosas simbólicas asociadas a pueblos originarios, la recuperación de tierras, ciertos grados de autonomía, la plurinacionalidad. Esas cosas son importantes para la izquierda por razones obvias, pero lo fundamental, el meollo de este asunto tiene que ver con propiedad, con recursos naturales y con provisión de bienes y servicios asociados a derechos sociales. Es ahí donde el PC y sus aliados van a concentrar su fuego. En otras cosas van a estar disponibles a ceder, pero aquí van a generar un escenario político para que sea más bien la centroizquierda la que tenga que renunciar a cosas fundamentales para que el PC y estos sectores puedan garantizar sus posiciones.

¿Qué alcance le ve usted cuando Giorgio Jackson dice que el Gobierno necesita, para poder llevar a cabo su programa, que se apruebe la nueva Constitución?

—El mensaje es que la legitimidad de este proyecto político que viene construyendo el Frente Amplio, desde el movimiento estudiantil hacia adelante, pasa necesariamente por el cambio de Constitución. Si el proceso constituyente fracasa, ya sea porque finalmente no se llega a acuerdos de dos tercios en los temas sustantivos o porque se termina imponiendo el rechazo en el plebiscito de salida, cualquiera de los dos escenarios es un daño cataclísmico para el gobierno, para su proyecto. Para ellos es más grave que para el propio Partido Comunista. Esto, por una razón muy simple: el PC estuvo siempre en contra de este proceso. Votó en contra de las reformas constitucionales en la Cámara de Diputados y ha estado hasta hoy insistiendo en que aquí hay reglas que tienen vicios de legitimidad.

En su libro "Chile indócil", usted plantea la existencia de un conflicto que se arrastra desde los años 60: la imposibilidad de establecer mínimos comunes en la sociedad chilena. ¿Ese conflicto va a seguir independientemente de lo que pase con la Constitución?

—Si no tuviéramos el peso de la historia, el peso de la noche, sería mucho más fácil ponernos de acuerdo respecto del futuro. Pero como este proceso constituyente tiene que ver con deudas del pasado, con querellas, con revanchas, incluso con reivindicaciones históricas en el caso de los pueblos originarios, es mucho más difícil. Lamentablemente y en función de lo que hemos venido observando hasta ahora, este proceso constituyente no va a resolver ese quiebre histórico de la sociedad chilena. Cuando esto partió, cuando vi a Jacqueline van Rysselberghe firmando esa noche del 15 de noviembre, cuando vi a Gabriel Boric haciendo un gesto tan importante, pensé que se podían ir generando las condiciones para que eso fuese viable. Pero dado lo que hemos estado viendo en estos dos años, dada la polarización que se expresó en esta elección presidencial, lo veo poco probable. Y también, dado el deterioro del centro político.

Una de las características de este conflicto histórico ha sido que todos los sectores han intentado excluir en algún momento a alguno de los otros. ¿Ve ahora en la Convención un ánimo de excluir a la derecha del protagonismo político por los próximos años?

—Sin ninguna duda. Lamentablemente, hay un sector muy importante, me atrevería a decir mayoritario, de la izquierda que todavía no logra concebir ni aceptar que el sector de la sociedad chilena que vota por la centroderecha y la derecha tiene la misma legitimidad, la misma autoridad moral para aportar y contribuir a la construcción de un proyecto de sociedad. Esa no aceptación de la legitimidad moral y democrática de la derecha es lo que finalmente ha terminado por llevar a este quiebre tan profundo a partir del estallido social.

Usted de hecho ha señalado a 2010 como un año clave...

—Para mí, el inicio de este ciclo político de reinstalación del quiebre y de la división en la sociedad chilena tiene que ver precisamente con la alternancia en el poder: cuando la centroizquierda descubre en 2010 que ha construido un país durante 20 años que ahora hace posible que la derecha se convierta en una alternativa democrática, que gana elecciones presidenciales con mayoría absoluta. Y eso es lo que explica por qué la centroizquierda se mueve rápidamente a posiciones mucho más radicales y cercanas al PC. Para mí, el símbolo de ese quiebre fue la frase del senador Quintana de la retroexcavadora; es decir, si la derecha gana elecciones en Chile, lo que hay que iniciar es una demolición del país que hemos construido desde el año 90 hacia adelante.

Si la derecha no hubiera logrado ganar elecciones, ¿no se habría producido la crisis?

—Yo creo que estaríamos en un Chile muy, pero muy distinto si lleváramos 30 años de gobiernos de centroizquierda. Ahora, lo importante del estallido social no fueron sus causas reales, fue la lectura que terminó imponiéndose. Cuando Sebastián Piñera se abre al cambio de Constitución, lo que está haciendo en el fondo es aceptar la tesis de la izquierda: los problemas sustantivos de la sociedad chilena, los problemas de inequidad, de injusticia, de abuso tienen que ver con el orden institucional, tienen que ver finalmente con la Constitución. Cuando al menos un sector de la derecha termina comprándose ese diagnóstico, lo que hace es confirmar que aquí la piedra de toque era la institucionalidad y eran los fundamentos del modelo económico.

¿Para una cierta izquierda, entonces, el verdadero éxito de este proceso es generar una sociedad en que la derecha no vuelva a ser alternativa de gobierno?

—Yo creo que eso va a estar en el subtexto del texto constitucional: construir un Estado suficientemente incidente en el desarrollo económico, en la producción de bienes sociales, de aseguramiento de derechos, como para impedir que aquellos sectores que entre comillas representan al sector privado puedan volver a tener viabilidad política.

Usted señala que cuando Piñera da curso a que haya un proceso constitucional, se compra la interpretación de la izquierda. Visto a la luz de hoy, ¿fue un error o era lo único que podía hacer?

—Creo que fue un error histórico. Asociar una crisis de orden público, una crisis política, a la legitimidad de las reglas del juego, a la legitimidad de la Constitución era algo que no estaba escrito que fuera la única solución posible. Creo que en ese sentido, Sebastián Piñera se anticipó y de alguna manera puso al país en un carril que ha generado y que va a seguir generando costos muy altos para la sociedad chilena. Aunque, reitero, cuando se abrió este espacio, vi que esta también podía ser una oportunidad. Pero creo que no era el único camino posible y había maneras distintas de resolver esa crisis, al menos en el mediano plazo.

¿Por qué vía?

—Creo que Sebastián Piñera debió haber partido exigiendo un compromiso con el orden público y colaboración de las fuerzas políticas para restablecerlo. No era obligación del Gobierno abrir el espacio constituyente en medio de un chantaje generado desde la violencia. Y lo digo también desde los principios democráticos. Creo que lo que Sebastián Piñera debió haber hecho durante ese período y sobre todo en ese momento agudo de mediados de noviembre, era haberle explicado a la sociedad chilena con peras y manzanas algo muy simple: el candidato presidencial que no tenía el cambio constitucional en su programa ganó las elecciones presidenciales, con un 55% en segunda vuelta. El candidato que sí tenía el cambio constitucional se llamaba Alejandro Guillier y perdió. Por lo tanto, el tema constitucional quedó zanjado democráticamente. Un Presidente de la República elegido con toda la legitimidad de la mayoría absoluta que consiguió, no tiene por qué aceptar cambios en las reglas del juego y en su programa en función del chantaje de la violencia. Entonces, cuando se abrió esa puerta, pasó lo que ha terminado por ser probablemente uno de los problemas más graves que enfrenta hoy la sociedad chilena: la normalización de la violencia. Es decir, la violencia vista como un recurso eficaz para conseguir cosas, aunque no las haya respaldado una mayoría en las urnas.

¿Pero el proceso constitucional no va a resolver eso?

—No. ¿Cuál es, a mi juicio, la gran prueba de fuego del proceso constitucional? Cuando la derecha vuelva a ganar unas elecciones en Chile. Y cuando eso ocurra veremos si las reglas son legítimas, democráticas, respetadas y valoradas por todos los sectores.

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