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Óscar Guillermo Garretón: "Una de las grandes obras de la Convención fue forjar una mayoría que considera que su trabajo no ha sido bueno"

"Pensar que ello corresponde solo a la derecha es ridículo", afirma el empresario y figura histórica de la izquierda, para quien el mayor fracaso de ese órgano es que "no pudo cumplir el mandato que le entregó el 80% de los chilenos".

27 de Mayo de 2022 | 07:51 | Por Álvaro Valenzuela Mangini, Crónica Constitucional
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El Mercurio
Líder de la facción más revolucionaria del MAPU, subsecretario y diputado durante la UP... Duramente perseguido luego del Golpe, exiliado por 14 años, figura en la renovación de la izquierda y preso político a su vuelta, en 1988... Concertacionista convencido y empresario exitoso... Renunció al PS en 2019, pero no oculta afectos y evita criticarlo…

Pocos como Óscar Guillermo Garretón resumen en su propia vida parte de las utopías, traumas y logros del Chile contemporáneo. Con la actitud de quien viene de vuelta de muchas cosas, pero sin renunciar a su entusiasmo por el país y por lo que llama “una cultura de izquierda democrática”, Garretón —hoy decidido "amarillo"— no duda en levantar una voz crítica ante el modo en que está concluyendo el trabajo de la Convención Constitucional y su controvertido borrador:

"El sentido profundo de la Convención era materializar en un texto la voluntad política del acuerdo del 15 de noviembre de 2019: resolver por un acuerdo nacional, sancionado popularmente por un plebiscito, una crisis institucional de máxima envergadura, que tuvo al Gobierno y al Congreso por las cuerdas. Pero por esas cosas de la vida, en la elección de los miembros constituyentes ganaron aquellos contrarios a un acuerdo nacional. Me refiero al PC, la Lista del Pueblo y ese contingente del Frente Amplio que condenó la opción tomada por el entonces diputado Boric. Y qué pasó: crearon un clima de polarización, excluyeron a parte de los convencionales, discriminaron organizaciones sociales, desigualaron derechos de los chilenos. En definitiva, los que no concurrieron al acuerdo del 15 de noviembre ganaron en la Convención, dañando severamente su razón de existir".

¿Y a qué se refiere cuando usted habla del surgimiento de una “nueva mayoría”?

—A que desde ese 80% de chilenos que se pronunciaron deseosos y convencidos de la necesidad de una nueva Constitución, hoy hemos llegado a que, frente al proyecto elaborado por la Convención, una mayoría ciudadana cree simplemente que “es malo”. Porque hay hoy una mayoría crítica; eso es indesmentible. Está constituida por distintos contingentes: en primer lugar están los que desde siempre estuvieron por el Rechazo; luego están los que votaron Apruebo y han llegado a la convicción de que este proyecto no lo pueden aprobar. Pero hay un curioso tercer grupo en la cancha: el de aquellos que declaran que votarán Apruebo junto con sostener que es un mal texto. En su argumentación, dicen confiar en que luego ese texto se modificará.

"El tema es que en el Apruebo están también los entusiastas del producto creado por la Convención. El pleno del PC fue elocuente: la madre de todas las batallas, lo bautizó. Y es que en él ve la forma de imponer las transformaciones que propician. Me pregunto, ¿no hay una contradicción entre los dos Apruebo, el de los entusiastas del proyecto y los que proponen aprobar para cambiarlo? ¿Qué voluntad de cambio puede existir en los aprobistas convencidos frente a los aprobistas-rechacistas ante un Apruebo triunfador?".

¿Quién debiera responder esa pregunta?

—Yo se la dejo planteada a los que dicen "voy a votar Apruebo, aunque en realidad no me gusta mucho, porque después la vamos a cambiar": ¿Creen que va a ser tan fácil cambiar la Constitución después de aprobada, cuando una parte del mundo político —y una parte no menor dentro de la alianza principal de gobierno— considera que esta es la madre de todas las batallas?

"Pero debo decir que esta es sobre todo una pregunta para las actuales direcciones partidarias. De hecho, hay gente que ha levantado su voz de crítica; entre otros, el presidente Lagos y, por supuesto, en torno al mundo de los ‘amarillos’ se ha congregado una gran cantidad de gente que ha tenido responsabilidades políticas y sociales importantes. Sin embargo, mi impresión es que el Rechazo ha aumentado sobre todo en la cultura de centroizquierda, esa que ha sido siempre fuerte en Chile. Lo voy a tratar de explicar: cuando fue el golpe de Estado, no solo derrocaron a un gobierno, sino que se buscó destruir toda huella del mundo de izquierda, y el país pareció quedar en un silencio impuesto por la dictadura. Pero bastó que se abriera un poco la posibilidad y esa cultura de izquierda que se amamantaba en las familias comenzó a surgir de nuevo. De hecho, si algo ocurrió en la salida de la dictadura fue que primó aquella izquierda democrática que estaba por acuerdos amplios y por construir un país de verdad para todos...".

¿En esa izquierda es donde usted ve que ha crecido el Rechazo?

—Yo no puedo vaticinar si va a ganar el Apruebo o el Rechazo, pero sí tengo claro que el cambio no se produce por lo que determinen las directivas políticas, sino por lo que es el sentimiento de centroizquierda frente a la realidad del país, y que se ha ido distanciando de las cúpulas... La mayoría del país está hoy por el Rechazo. Pensar que ello corresponde solo a la derecha es ridículo, no tiene ningún sustento. Es claro que la fuerza cultural de centroizquierda democrática está apareciendo fuertemente en este proceso. Y es que la Convención ha tenido una virtud. Nos ha enseñado con su actuar cómo sería Chile si lo gobernara la misma mayoría, con la misma lógica que gobernó la Convención, y nos advierte cómo terminaríamos. Eso es quizás lo más profundo que cada chileno o chilena debería considerar en su voto para el plebiscito. Qué concluye de esa advertencia histórica.

Respecto de los contenidos del borrador, ¿no es, por ejemplo, la plurinacionalidad, que usted critica, una idea progresista?

—Somos un país de mestizos y la multiculturalidad debe ser parte de nuestra identidad, independientemente de las deudas con algunos de los pueblos originarios, que efectivamente las hay e importantes. Pero otra cosa es la plurinacionalidad, un concepto que no tiene nada que ver con el reconocimiento de los pueblos originarios. Es una tesis de organización para América Latina nacida fundamentalmente de Álvaro García Linera (el exvicepresidente boliviano), que es el ideólogo, y la ha intentado impulsar Evo Morales. Al respecto, hay que recordar que el 21 de diciembre pasado Morales intentó hacer en el Cuzco un evento que llamó Runasur, en el cual buscaba generar un acuerdo para una "América plurinacional". Esto provocó una reacción importante en Perú; una comisión del Congreso declaró persona non grata a Evo Morales y hubo una declaración muy fuerte de excancilleres, acusándolo de querer desmembrar ese país, buscando llegar al Pacífico por una nación aimara, so pretexto del Estado plurinacional.

"A eso se agrega un segundo ejemplo que ilustra bien el problema, el caso del ‘Wallmapu’. Aquí se empezó a usar el término casi como una demostración de buena onda hacia el pueblo mapuche. Claro, para la gente que no está advertida, es solo eso. Pero cuando se profundiza, esta es una tesis que ha sido respaldada por grupos radicalizados de Argentina y Chile, cuyo proyecto de Wallmapu busca crear una nación mapuche que va desde el Atlántico al Pacífico, que cubre tres regiones chilenas y nueve provincias argentinas. Entonces, cuando estamos hablando de la discusión de plurinacionalidad, estamos hablando de amenazas a la unidad del país, a sus fronteras, a sus territorios y a su unidad como nación".

"Y agrego algo: mientras en Perú pasaba lo que relato, el Presidente Arce, de Bolivia, mandaba un mensaje entusiasta saludando la aprobación de la tesis de la plurinacionalidad en nuestra Convención".

Usted ha manifestado también preocupación frente a lo que se propone en materia de sistema político. ¿Cuáles son ahí sus alertas?

—No tener Senado y quedar con esta Cámara de las Regiones, de atribuciones disminuidas, es una señal de alerta importante. Pero hay más, y es que, por el tema de las autonomías y los derechos de los pueblos originarios, se está armando una institucionalidad extraordinariamente caótica y debilitada.

¿Rescata lo que el borrador plantea en materia de derechos sociales?

—Efectivamente, se ha hablado mucho de los derechos sociales que incluiría la Constitución. Los que se incluyen no los cuestiona nadie, pero la verdad es que si bien incluye unos, quita otros y endosa a leyes posteriores derechos que inquietan a demasiados. Y al final, de todos los derechos, el más importante, el único que depende absolutamente de la Convención y no de lo que hagan después los gobiernos, es el derecho a una buena Constitución, que responda a la voluntad de acuerdo del 80% de los chilenos. Ese, a juicio de la mayoría, ya no se logró. Otro, que es previo al derecho a la educación o la salud, es el derecho a la vida de cada chileno y chilena, al trabajo decente sin que se lo destruyan, y no vivir temiendo por la vida de su familia y su barrio; y ese derecho, Chile no lo está garantizando. Hay otros derechos, como el derecho a la propiedad e inexpropiabilidad de sus ahorros personales, de las concesiones y propiedades obtenidas legítimamente, de los derechos de agua de la agricultura, etc., todos los cuales han quedado en la nebulosa, sujetos a leyes o, peor, decretos-leyes posteriores.

Usted ha escrito de la importancia de la honestidad democrática. ¿Es honesto aprobar un texto si se estima que es insatisfactorio?

—Uno puede decir: yo no estoy por jugar a ser perfecto, pero tiene que ser por lo menos algo que sea de verdad la casa de todos y no de algunos. Como le decía, el problema más complicado que hemos tenido con la Convención no es si me gustan o no algunas cláusulas de la Constitución; su mayor fracaso es que no pudo cumplir el mandato que le entregó el 80% de los chilenos, que fue hacer una Constitución que interpretara al menos a ese 80%.

"Por eso tengo una convicción: esto en ningún caso termina con el plebiscito. Porque si se aprueba, pero hay una mayoría, como todo indica que la hay, que encuentra mala la Constitución, es una aprobación que no tiene vida larga. Y si hay un Rechazo que no se preocupa de responder al deseo mayoritario de tener una nueva Constitución, no tiene destino tampoco. Por lo tanto, en las dos alternativas con las cuales nos han buscado cercar, no hay ninguna posibilidad de que el tema termine en el plebiscito. De todas maneras va a haber un cambio. Y ahí uno constata que una de las grandes obras de la Convención ha sido forjar una mayoría que considera que su trabajo no ha sido bueno. Una mayoría que puede votar Apruebo o Rechazo, pero que considera que no es una buena Constitución".

"En ese contexto, la única campaña del terror real, por su envergadura, no es la de quienes cuestionan, con razón o no, uno u otro artículo del texto. Es la campaña del terror de quienes chantajean y amenazan con violencias si gana el Rechazo. Eso sí es propiciar el terror como arma política y los que hemos vivido lo suficiente como para saber por experiencia o cultura histórica lo que eso ha significado en el mundo y en Chile, sabemos que siempre, siempre, termina mal, especialmente para los más débiles".

Pero entonces, con un resultado con el que nadie va a quedar contento, ¿qué se hace?

—Necesitamos un acuerdo como el ya probado del 15 de noviembre. Un acuerdo de todos los que estén por la democracia, para dar a Chile la Constitución que su pueblo merece y no una "malita", "ahí nomás" o generadora de incertidumbres y esperanzas frustradas. Pero también un acuerdo para enfrentar la violencia y deterioro del orden público, o para tener una economía potente que al menos desde 2014 no tenemos, o para tener una institucionalidad nacional sólida. No es un acuerdo solo de cúpulas. Es de las fuerzas políticas con vocación nacional, extendido a todos. Un acuerdo que nos una en la esperanza de un Chile para todos. Su materialización sería la obra histórica de la Presidencia de Gabriel Boric a la que todos deberíamos colaborar. Es posible, lo hemos logrado antes. Pero pasa por descartar la polarización engendradora última de la violencia, por no resignarse a la mediocridad y la ineptitud, por afirmarse en todo lo bueno que nuestra historia ha generado. Chile tiene sentido. Y eso me hace recordar para mí algo intransable: voté Apruebo para tener una nueva Constitución, no una nueva nación ni menos plurinaciones desmembrando Chile.

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