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Patricia Arancibia: "Los partidos de derecha no aprendieron las ventajas de conformar un solo partido fuerte"

Un PS radicalizado, un PC moderado solo en la forma, una DC ingenua y una derecha reactiva es el mapa político durante la UP que observa la historiadora y autora de "Los orígenes de la violencia política en Chile 1960-1973".

24 de Julio de 2023 | 07:13 | Por Guillermo Muñoz, Chile 1973-2023
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El Mercurio
Patricia Arancibia Clavel entró a estudiar Historia a la Universidad Católica en 1972, pleno gobierno de la Unidad Popular. Más tarde seguiría un doctorado en la Universidad Complutense de Madrid, pero sería su época como estudiante en Chile la que marcaría a fuego su trabajo, lo que se expresaría en varias de las biografías que ha escrito: de Jorge Alessandri Rodríguez, Eduardo Frei Montalva, Fernando Matthei, Sergio Onofre Jarpa, Sergio de Castro y Carlos Cáceres, además del libro "Los orígenes de la violencia política en Chile 1960-1973".

¿Cómo definiría el mapa de partidos políticos durante la Unidad Popular?

—Era un sistema multipartidista como el actual, donde estaban representados los tres tercios de entonces. La derecha a través del Partido Nacional, creado en 1966 después del gran fracaso electoral de conservadores y liberales en las parlamentarias de 1965. Su líder indiscutido era Sergio Onofre Jarpa, quien logró, con éxito, unir y aglutinar por primera vez a todo el sector. El centro estaba en manos de la Democracia Cristiana, la cual había desplazado en ese rol al Partido Radical a partir de 1964. Tenía mucho peso político gracias a la figura de Eduardo Frei Montalva, pero la izquierdización, especialmente de su juventud, la debilitó. Ya en 1969, el sector más rebelde se escindió del partido para formar el MAPU y, en pleno gobierno de la UP, otro quiebre en su interior dio paso a la Izquierda Cristiana.

"En cuanto a la izquierda, sus principales partidos, el Socialista y Comunista, conformaron el núcleo más importante de la Unidad Popular. El problema de fondo fue que ninguna de estas tres tendencias tenía mayoría, por lo que el peso de la responsabilidad de hacia qué lado de la balanza se inclinaría el país en materia política dependía principalmente de la Democracia Cristiana. En 1964, la derecha apoyó a Frei, pero en 1970 la DC no le devolvió la mano, llevó candidato propio con un programa muy similar al de Allende y en el Congreso Pleno le dio sus votos, permitiendo que por primera vez un candidato marxista llegara al poder".

Una de las características de aquel período fue la aceptación de la vía violenta por algunos partidos como el Socialista, situación que suele contrastarse con la postura del Partido Comunista. Sin embargo, en "Los orígenes de la violencia política en Chile" usted señala que el PC tuvo una actitud ambigua hacia la vía violenta, pero nunca la renegó. ¿Cuánto influyó ese discurso en los partidos y cuánto cree que marcó al respecto el triunfo de la Revolución Cubana para alcanzar el poder?

—El PC fue la primera fuerza política que planteó abiertamente llegar al poder a través de una revolución, aceptando la utilización de la violencia como método válido para lograr sus objetivos. Está en su ADN y es conocido en su historia institucional el uso de diversas tácticas y dobles discursos según el escenario político en que se encuentre. Así, si durante la UP se mostró más moderado en la forma, solo fue una táctica porque estaba convencido de que debía consolidar lo andado para luego avanzar hacia su fin último. El PS, por su parte, también adoptó el marxismo en su declaración de principios, reconoció la lucha de clases, concibió al Estado como un organismo de opresión e hizo un llamado a sustituir la propiedad privada por una de tipo colectivo a través de una dictadura de trabajadores organizados. Estos planteamientos los ratificó en su Congreso de Linares y Chillán de 1965 y 1967, y los sintetizó muy bien durante la UP en su eslogan "Avanzar sin transar". Sin duda, la Revolución Cubana cooperó en reforzar en la izquierda que la violencia revolucionaria era el camino adecuado, surgiendo por otra parte movimientos como el MIR.

Fuera de la izquierda, ¿cuánto permeó esto al resto de los sectores políticos? El asesinato del general René Schneider se produjo un día antes de que el Congreso ratificara a Allende. ¿Cuánta responsabilidad en el clima de violencia política puede atribuírsele a la oposición de entonces?

—El PC y el PS de entonces, al ser partidos marxistas, no tenían problemas ideológicos en propugnar la vía violenta para llegar al poder, ni hacían nada por ocultarlo, ya que era parte de su doctrina. Los partidos democráticos, Nacional, DC y una parte del radicalismo, siempre creyeron en la democracia, la alternancia en el poder y en los sistemas electorales. En cuanto al asesinato de Schneider, fue una acción aislada de un pequeño grupo nacionalista y condenado por el Partido Nacional. En todo caso, la derecha de esa época actuó de manera reactiva, defendiéndose frente a la violencia que arrasaba en los campos y las ciudades, pero esta nunca fue parte de su ideario, que era más bien de orden y apego a la ley.

"Ni el PC ni el PS apoyaron 100% a Allende"


Más allá de la violencia, ¿cómo podría definirse la actitud de los partidos frente a sus propios gobiernos? La DC estuvo muy tensionada con Frei Montalva en los últimos años de su gobierno, Allende fue proclamado candidato del PS con 13 votos a favor y 14 abstenciones…

—Sí, la DC vivió momentos muy duros y tensos internamente. Había varias tendencias al interior del partido y los más radicales, influenciados por Fidel y el Che, terminaron escindiéndose del tronco.
En cuanto al PS, su radicalización fue más generalizada y no hay doble interpretación en cuanto a que, siendo el partido del presidente, fue el que más dolores de cabeza le produjo por su constante y persistente postura antidemocrática y violenta. La elección de Allende como candidato fue totalmente a contrapelo de sus propios camaradas, y creo que ello marcó la mala relación que tuvieron mientras gobernaba.

En el mismo plano, siempre se ha criticado la actitud del PS como una colectividad que no le hacía caso al presidente Allende y, por el contrario, le creaba problemas incentivando tomas o paros que él no aprobaba. A diferencia del PC, que habría sido el mayor sostén para el mandatario.

—Ninguno de los dos partidos apoyó al 100% a Allende, pero el Partido Comunista, al querer dar espacio y tiempo para que la revolución avanzara, fue menos exigente a la hora de presionar. Tanto es así que fueron catalogados como amarillos. El PS, en cambio, estaba dominado por la urgencia, quería avanzar rápidamente en los cambios estructurales que, a su juicio, necesitaba la sociedad chilena, por lo que fue inflexible con el presidente cuando intentaba morigerar sus políticas y crítico a todo intento de desacelerar el proceso revolucionario.

Otro aspecto que llama la atención, mirado con los ojos de hoy, es que, en la práctica, la UP fuese un "gobierno de partidos", que las decisiones del comité político debían ser tomadas por la unanimidad de sus partidos, y cada colectividad tenía poder de veto e incluso de oponerse a las propuestas del presidente. ¿Cómo evalúa ese método con los años?

—En un sistema presidencialista como el nuestro, es y debe ser el presidente el que, en última instancia, toma las decisiones más fundamentales. Allende no pudo hacerlo, entre otras razones, porque fue el costo que tuvo que pagar para ser elegido candidato por su sector. Además, alcanzar unanimidad entre cinco partidos era muy difícil. Pienso que fue un error garrafal y una de las causas del fracaso de su gobierno.

En su último libro, Daniel Mansuy destaca que Allende en su alocución final entrega un mensaje al pueblo, los obreros, los campesinos, las mujeres, los jóvenes, los profesionales, los intelectuales, pero no a los partidos. ¿Coincide en que quizás eso deja entrever cierta molestia por el rol que tuvieron las colectividades durante su gobierno?

—Daniel Mansuy hace un análisis certero del último discurso de Allende. En efecto, antes de inmolarse, el presidente se dirigió y despidió de sus partidarios, pero no mencionó a ninguno de los partidos ni conglomerados que conformaban su coalición. Incluso, cuando un alto dirigente de su propio partido, creo que Hernán del Canto, llegó el 11 a La Moneda a poner a la colectividad a su disposición, Allende le respondió algo así cómo: "¿Y ahora aparecen? Hace tiempo que no les importa mi opinión". A buen entendedor, pocas palabras…

Usted recordaba que la DC reemplazó al Partido Radical en el rol de centro. ¿Cumplió un papel articulador en ese sentido a través del diálogo? ¿Qué crítica le haría a ese partido?

—Lo intentó, pero fue ingenua. Primero, firmando un pacto de garantías que era imposible que un gobierno con esa carga ideológica pudiera cumplirlo. Después, debido al asesinato en 1971 de su exministro del Interior, Edmundo Pérez Zujovic, tomó una posición más dura con el gobierno, pero eso no le impidió intentar permanentemente el diálogo. Ya al final, cuando se alió con la derecha para las elecciones parlamentarias de marzo de 1973 conformando la Confederación Democrática (Code), se convirtió en una verdadera oposición. De hecho, fue uno de sus militantes, Luis Pareto, presidente de la Cámara de Diputados, quien el 22 de agosto de 1973 propició, con el apoyo de Frei y Aylwin, el acuerdo político que denunciaba el grave quebrantamiento del orden constitucional y legal del país.

Renovación en el PS y la derecha


¿Cuáles serían los principales cambios que usted observa en los partidos de 1973 respecto de los que volvieron en 1988?

—Importantes cambios. Una parte significativa de los socialistas se renovó, permitiendo aliarse con la DC y formar la Concertación. Gracias a esta renovación, impulsada paradójicamente por Carlos Altamirano, el más revolucionario en el período de la UP, fue posible llevar a cabo junto a la DC y el propio gobierno militar una transición pacífica y dialogada a la democracia que se manifestó en las reformas a la Constitución de 1989. La derecha, por su parte, si bien mantuvo en su ADN el bicefalismo y división que la ha caracterizado desde sus orígenes, dejó de ser un sector eminentemente contestatario y fue capaz de darse un sustento doctrinario, dándole contenido a un proyecto de sociedad capaz de entusiasmar a un nuevo electorado.

¿Cree que el Partido Socialista ha mantenido una postura de rechazo a la violencia desde entonces?

—Sí. A mi juicio, hubo una renovación sincera, dejó de ser un partido marxista y por eso hablamos hoy de socialismo democrático.

Y la DC… ¿cuáles cree usted que fueron los principales cambios que experimentó?

—Creo que su gran error fue no seguir el camino de alianza con la derecha. Tanto Frei como Aylwin no vieron otra salida que la intervención militar, lo que está sumamente respaldado por la prensa y documentos de esa época. Al igual que lo que pasó con el Partido Radical, se mimetizó con el discurso del socialismo democrático, perdiendo su esencia centrista. Hoy está casi desaparecido.

Finalmente, en cuanto a los partidos de derecha, ¿qué diferencias observa entre el Partido Nacional y las colectividades que regresaron a la vida política tras la vuelta de la democracia como la UDI y RN?

—Los partidos de derecha no aprendieron las ventajas de conformar un solo partido fuerte, y mantuvieron y mantienen las rencillas propias entre conservadores y liberales, sobre todo en materias valóricas. El personalismo de sus dirigentes atenta contra la unidad, pese a adscribir a los mismos conceptos de libertad, democracia, Estado subsidiario y economía social de mercado.

A parte importante de la izquierda se la acusó de no condenar debidamente la violencia durante el estallido. ¿Concuerda con esa apreciación? ¿Es posible hacer una comparación con la situación de inicios de los 70 o es una exageración?

—Sin duda, la izquierda se dejó seducir por sus antiguas banderas de lucha y no solo no condenó, sino que incentivó la violencia vivida durante el estallido. Los acontecimientos están muy cercanos y los medios de comunicación como las redes sociales dejaron estampados los discursos y las imágenes de quienes, siendo hoy de gobierno, avalaron y participaron de esta revuelta.

El sello de diálogo y consenso de los partidos en los 90 parece no haberles reportado necesariamente réditos en su imagen. Su evaluación cayó y en la elección de convencionales quedaron minimizados ante los independientes. Aun así, tanto el Acuerdo por la paz y el posterior pacto para un nuevo proceso constituyente los tuvo como protagonistas. ¿Cómo interpreta ese fenómeno?

—Siempre hay ciclos en la historia política. Los partidos, con un liderazgo cada vez más débil, fueron perdiendo la confianza de los ciudadanos. Pero ello sucedió y está pasando con la mayoría de las instituciones. A mi juicio, los partidos son muy importantes para canalizar los legítimos puntos de vista y proyectos de sociedad en juego y deben ser cuidados.

Si tuviese que resumir la evolución de partidos desde 1970 a la fecha, ¿considera que están mejor o peor?

—Muchísimo peor. Deben rearmarse, reestructurarse y estar a la altura de lo que el país necesita. Una parte importante de su descrédito está en la ignorancia, falta de cultura y carencia de convicciones.

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