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Juan Andrés Fontaine: "La estabilidad de precios y el manejo macroeconómico son un legado que, hasta ahora, no veo amenazado en absoluto"

El economista repasa las principales transformaciones estructurales que introdujo el gobierno militar y detalla la discusión que se vivió por la autonomía del Banco Central. Pero también enumera las áreas en las que tiene una visión crítica: el control cambiario de fines de los 70 e inicios de los 80, el mercado laboral y la falta de algunas regulaciones prudenciales en el mercado financiero.

14 de Agosto de 2023 | 07:39 | Por Cristián Rodríguez
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El Mercurio
Juan Andrés Fontaine, economista y exministro del primer gobierno de Sebastián Piñera, hace una analogía con “La Odisea” de Homero cuando habla de la herencia de responsabilidad fiscal que impregnó el gobierno militar en la política pública y que fue ratificada por los distintos gobiernos que le sucedieron. “Esto es Ulises con cera en los oídos y amarrado al mástil para que las sirenas del populismo no lo desvíen de su ruta”.

En esta entrevista, Fontaine repasa los cambios estructurales de los primeros años, con la apertura comercial y financiera, el ajuste fiscal y el combate a la inflación, todas medidas que apuntaron en una línea radicalmente diferente a las aplicadas en el gobierno de la Unidad Popular. “Allende conduce a una revolución de corte marxista y la paradoja es que, finalmente, la revolución la hacen los Chicago Boys en una dirección exactamente opuesta”.

—¿Qué tan crítica era la situación macroeconómica del país en 1973?

—Lo primero es recordar que (Salvador) Allende, con solo el 36% de los votos, quiso llevar adelante un programa radical para transformar la economía chilena en una economía socialista, planificada y de corte soviético, siguiendo el modelo cubano o, sobre todo, el de la Alemania Democrática. Y aplicó una clásica estrategia populista: aumentó en 160% la cantidad de dinero, elevó en 20% los salarios reales, subió el gasto público, terminó con un déficit fiscal de 25% del PIB, con un déficit de cuenta corriente del 9% del PIB. Creó todos los síntomas de una economía totalmente desfondada y desequilibrada. Y, simultáneamente, avanzaba en la estatización, no solo de las mineras, sino también de los campos a través de la reforma agraria, de las industrias manufactureras, de la banca, de los seguros, de la distribución comercial, de la energía,; en fin, una estatización completa de la economía a través de expropiaciones y requisiciones.

—La llegada de los Chicago Boys viene a corregir eso o había un desfonde de esa mirada estatizante desde un tiempo antes…

—Esa estrategia no nace solamente para corregir las distorsiones que presentaba la economía de Allende en 1973, sino que realmente lo que pretende hacer es cambiar el modelo de desarrollo. El modelo de Allende, en cierto sentido, era una versión más extrema de lo que ya venía ocurriendo, con una creciente injerencia del Estado. Toda esa visión que le daba al Estado un rol protagónico en la asignación de recursos, en la distribución de la renta, cerrando la economía, controlando precios e introduciendo todo tipo de regulaciones. Ese modelo estaba haciendo agua antes de Allende.

—El modelo de la Cepal, de Raúl Prebisch, desde los años 50 y 60…

—Si repasamos rápido, el ingreso per cápita chileno creció como al 1,4% entre 1940 y 1970, la mitad del ritmo al cual creció el ingreso promedio de América Latina o de los países desarrollados, que crecían sobre el 3%. La pobreza era enorme: la tasa de mortalidad infantil, que es un típico indicador de pobreza, era muy superior al promedio latinoamericano. Como dice Sebastián Edwards en su reciente y muy recomendable libro “Chile Project”, en casi todas las dimensiones de comparación con América Latina Chile lo hacía peor que el promedio.

—¿Cuáles fueron los principales cambios macro que aplicó la primera oleada de los Chicago Boys para ordenar el caos económico?

—Si yo trato de recordar cuál era el diagnóstico central de por qué Chile no crecía y por qué, en consecuencia, había tanta pobreza, diría que las causas eran dos. Por un lado, la inflación desatada y, por otro, la economía cerrada que ahoga la iniciativa privada e impide crecer hacia afuera. Esas son las dos grandes piezas con las cuales se comienza y eso ya está presente en “El Ladrillo”. En materia de inflación, la tarea fue tremendamente compleja, con varias idas y venidas, con varios errores. Y la verdad es que la inflación, si bien es muy inferior a lo que venía, sigue siendo relativamente alta: el promedio del período 1973-1990 es superior al 20% anual.

—En ese contexto se produce la liberalización de precios, que impacta a la inflación…

—Fue inevitable para terminar con el mercado negro y el desabastecimiento generalizado, que era una de las características de la economía desfondada de 1973. Y liberalizar precios afectaba las expectativas de inflación. Entonces, hubo que aceptar ese costo. Lo segundo fue el ajuste fiscal, con lo que se llamó el ‘plan de reconstrucción económica’ que lideró el ex ministro de Hacienda, Jorge Cauas, que estableció los cimientos de la estabilidad en Chile: redujo fuertemente el gasto público y subió fuertemente los impuestos, cosa que muchas veces se desconoce en el debate. Paralelamente con eso, hubo que controlar otras fuentes de emisión. Las más importantes tenían que ver con una multiplicidad de líneas de crédito que daba el Banco Central, con las cuales subsidiaba a los bancos y al sector privado. Y ese proceso va en conjunto con la subida de tasas de interés.

—¿De qué manera incidió en ese primer período el manejo controlado o fijo del tipo de cambio con la evolución de la inflación?

—Por un lado, se definió, incluso en “El Ladrillo”, que no era prudente que Chile abriera las importaciones y exportaciones y, simultáneamente, abriera el ingreso y salida de capitales del exterior. La apertura comercial se hizo paulatinamente. Hay muchos analistas que tienden a plantear que fue muy rápida y, en realidad, lo que fue rápido fue el desmantelamiento de la gran cantidad de controles a las importaciones. Pero la rebaja de aranceles fue gradual. Primero se habló de un rango de 25% a 35% y finalmente llegó a 10% en junio de 1979, o sea, casi seis años después del golpe. Esto se combinó con el manejo del dólar, que no fue tanto por razones antiinflacionarias, sino para ir acomodando el impacto de las bajas de aranceles con devaluaciones del peso que eran compensatorias y que, en consecuencia, encarecían un poco las importaciones y tendían a amortiguar el impacto sobre los sectores sustituidores de importaciones.

—¿Cómo se manejaba el precio del dólar en esa época?

—El manejo del precio del dólar se hacía con devaluaciones o minidevaluaciones cada vez más pequeñas, en un intento de usar ese instrumento para orientar la inflación. Esto termina en el tipo de cambio fijo a contar de mediados de 1979. Yo creo que esa estrategia no fue conveniente porque al ir administrando el precio del dólar de esa manera se dio un gran incentivo a endeudarse en dólares.

—¿Cómo se dio la discusión por la autonomía del Banco Central?

—Lo primero que hay que recordar es la reforma a la Ley Orgánica del Banco Central en 1975, en la que se prohibió el financiamiento al fisco y las operaciones con el sector privado no financiero, elementos que después se trasladaron a la Constitución de 1980, que le entregó la autonomía, pero no le dio mayor contenido a ese concepto y lo relegó a una ley orgánica. A partir de 1986 me tocó integrar la comisión que empezó a trabajar en la nueva ley. Los aspectos cruciales a definir fueron qué es la autonomía: que las autoridades del Banco Central son independientes para cumplir el objeto de la institución; es decir, que no están sujetas a instrucciones y, en consecuencia, no pueden ser removidas, salvo casos muy especiales. En la construcción del Banco Central lo esencial fue definir el objeto, que fue muy claro, definido y preciso.

—¿No se discutió incluir como objetivo el empleo, como ocurre en otras partes del mundo?

—Sí, se discutió mucho, pero se pensó que si el objeto era muy amplio, era imposible evaluar su comportamiento y había un gran riesgo de que el Banco Central, que era autónomo, terminara inmiscuyéndose en áreas que corresponden a la ley y al Ejecutivo.

—¿Había dudas de la independencia o cuestionamientos a su legitimidad de origen?

—A mí me tocó participar mucho en la conversación con diversos actores y había dos tipos de críticas. Una era relativa al concepto mismo de autonomía, a los riesgos de que la política económica tuviera dos cabezas y que esas dos cabezas chocaran. O que esta fuera una estrategia para eternizar “un manejo Chicago”, por así decirlo, de las políticas económicas. La otra era una desconfianza respecto del primer Consejo. Y eso se subsanó a través de la manera en que se escogió a este. Y creo que sistemáticamente los gobiernos de la Concertación fueron respetando la autonomía del Banco Central, defendiendo su lucha contra la inflación y poniendo consejeros de alto nivel.

—Mirando en retrospectiva, ¿cuáles son los principales legados económicos del régimen militar?

—Creo que hay dos piezas centrales. La primera es la estabilidad de precios y el manejo macroeconómico, que son un legado que, hasta ahora, no veo amenazado en absoluto. Es un autocontrolarse, una percepción de que la sociedad tiene que refrenar la explicable tendencia a utilizar estos instrumentos monetarios fiscales con fines de corto plazo, que significan pan para hoy y hambre para mañana.

—¿Y la segunda?

—La apertura. Primero una apertura en cuanto a la eliminación de controles a las importaciones y una rebaja de aranceles. Eso provocó un enorme cambio en la estructura productiva chilena, desató el crecimiento exportador y permitió crecer sobre el 7% por doce años, entre 1985 y 1997. Yo le doy enorme significación al hecho de que esa política se haya mantenido e intensificado durante los gobiernos de la Concertación. Pero, obviamente, para poder aprovechar bien las condiciones que ofrecen esas dos bases fue necesaria la liberación de los precios, la desregulación de los mercados, la privatización, y esos son también legados. Lo primero son los cimientos, lo siguiente es la construcción de la obra gruesa. Y esa obra gruesa también subsiste.

—¿Es Hernán Büchi el gran arquitecto económico del régimen militar o hay algo de mito en eso?

—No, no hay en absoluto mito. A Hernán Büchi le tocó liderar el rescate de la economía chilena después de la crisis de 1982-1983, la cual muchos pensaron que era el fin del modelo. Recuerdo haber participado en un foro con un destacado economista de la oposición de entonces, que en vez de hablar de las causas de la crisis, hablaba de que era necesario hacer una autopsia al modelo porque el modelo había muerto. Entonces, el rescate del modelo estuvo dirigido por Hernán Büchi, con una extraordinaria capacidad de combinar una visión clara e intransable de hacia dónde había que dirigirse con una enorme flexibilidad, pragmatismo y apertura en cuanto a la selección de los instrumentos a ser utilizados. Y un gran coraje, además, para asumir los costos de esos instrumentos. A eso se le debe agregar un conocimiento enorme de la economía chilena real —-no solamente de la economía teórica—-, y una formidable capacidad analítica. Yo creo que perfectamente tiene merecido ese título.

—¿En qué áreas económicas tiene una visión crítica del régimen?

—Se aprendió al caminar, con idas y venidas y con errores en muchos campos. En el terreno cambiario, creo que el manejo del precio del dólar y, finalmente, la fijación fueron un error hacia fines de los 70 y principios de los 80. En lo laboral se cometieron errores. Si bien hubo una gran represión sindical, desde muy temprano se establecieron reajustes automáticos de sueldos y salarios por inflación pasada, lo que era la vieja bandera de lucha del sindicalismo. La dictadura lo estableció en forma generalizada para los salarios del sector público y del sector privado. El último de esos reajustes fue de 14% en agosto de 1981, cuando ya estábamos entrando en la crisis. Esta distorsión terminó finalmente durante la crisis, y ya desde 1983 o 1984 pasamos a tener un sistema de salarios flexibles.

—¿Y en materia de mercado de capitales?

—Se hizo una gran labor con aciertos notables, como fue la creación de la UF, que permitió funcionar con un mercado de capitales de largo plazo en moneda local, incluso con inflación alta, hasta hoy. Pero no se trabajó bien el cómo regular a los intermediarios financieros para que no tomaran riesgos excesivos. Y eso fue parte de lo que desembocó en la crisis de 1983. Pero no quiero hacer esto como una crítica, porque creo que fue un proceso de aprendizaje.

—Si las transformaciones de ese período son tan relevantes, ¿por qué cree que una parte relevanteno desdeñable del país que le dio el triunfo al Presidente Gabriel Boric tiene una mirada crítica?

—Nosotros, y cuando hablo de nosotros pienso en los economistas que estuvimos involucrados y que hemos defendido esta obra de transformación económica y social de Chile, tendimos a descansar mucho en las cifras y en los resultados. Siempre pensamos que esos resultados iban a hablar por sí mismos e iban a demostrar que efectivamente había un progreso generalizado en el país. Y en eso fallamos, porque los resultados tienen que ser de alguna manera iluminados, interpretados, con una visión que va más allá de la economía, que es más bien una visión cultural, y eso es un trabajo intelectual que se expresa en libros. Si uno se acercaba en los años 90 o incluso ahora a una librería era raro encontrar un libro que defendiera el modelo y el 95% de las obras eran críticas al modelo.

—¿La Concertación extendió los elementos centrales del modelo del régimen militar?

—Yo creo que lo mantuvo, y no solamente mantuvo, sino que lo intensificó en áreas muy importantes, como la apertura.


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