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Columna de opinión: Discursos de 50 años

Transcurridos 50 años, creo que más útil que reflotar discursos añosos, es demandar la respuesta pendiente de la política al desafío ético y social del desarrollo y el crecimiento económico que los chilenos necesitan.

15 de Agosto de 2023 | 10:41 | Por Bettina Horst
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El Mercurio
Hay cosas que se repiten. Esta frase, por ejemplo: “El crecimiento de nuestra economía es mínimo. En los últimos lustros hemos crecido, en promedio, apenas a razón de un 2% anual por persona, y desde 1967 no hemos crecido…”. Era parte del diagnóstico a partir del cual se construyó el programa de gobierno de la Unidad Popular. Para quienes participaron de ese programa y posteriormente de la política económica del gobierno de Allende, la solución fue decidir llamar “capitalismo” al sistema que imperaba en Chile y proponerse terminar con él.

Hoy, medio siglo después, aunque sea “solo en una parte” del Presidente Boric, subsiste el empeño por “derrocar” el capitalismo.

Cuando él mismo señala que no basta con derrocarlo “si no propones una alternativa que sea viable y que sea mejor para la gente”, uno se puede preguntar legítimamente si la evidencia que ofrecen los últimos 50 años de realidad económica chilena, de cambio en las condiciones de vida de los chilenos, consideradas en términos absolutos o en relación con el mundo, es un dato decisivo o no en la búsqueda de esa otra alternativa viable.

Creo que para tener un juicio cabalmente justo sobre estas declaraciones del Presidente hay que recordar un par de cuestiones que aunque obvias se suelen callar cuando se trata del sistema económico y social que se comenzó a instaurar en Chile a partir de los 70. Lo primero es que fue impuesto por un régimen militar y en gran medida a contrapelo de los actores de lo que era la economía chilena de la época. Luego, se olvida también que ya en democracia, muchos que en privado ya admitían las bondades de ese mismo sistema, e incluso lo profundizaban, nunca dejaron de criticarlo y de prometer cambiarlo.

Tan aguda era esa crítica y consistentes las correspondientes consignas que poco a poco estas comenzaron a permear incluso en la derecha y a instalarse como verdades reveladas en nuestra cultura. ¿Qué tiene de raro entonces que con el paso del tiempo emergiese un grupo que se convenciera en serio de esas consignas, que se las creyeran a pie juntillas y que, de paso, concluyeran que esos discursos antiguos del Presidente Allende que tanto les conmovía leer seguían teniendo toda la razón?

La realidad es que estos 50 años no solo ofrecen evidencia profunda a favor de un sistema económico-social fundado en la libertad, sino que también de lo habitual y fácil que ha sido ignorar esa evidencia por consideraciones políticas diversas y de cómo, de manera inevitable y lógica, esa combinación de silencios y consignas terminó calando en los chilenos al punto de llevarnos a un estallido que puso en jaque a nuestras instituciones democráticas.

No existe país en el mundo que haya mejorado las condiciones de vida de sus habitantes sin que ello haya ido de la mano de la creación de riqueza, la cual se genera mediante el crecimiento económico. Aquello que durante mucho tiempo muchos ni decían, hoy nos hemos acostumbrado a que se diga mucho, pero sin que hagan demasiado por ponerlo en práctica, mientras algunos directamente lo sabotean.
Es cómodo olvidar que previo a la llegada al gobierno de la Unidad Popular, nuestra economía no funcionaba: alta inflación, déficit fiscal persistente, baja productividad, bajos salarios, fuerte intervención estatal en la economía, baja integración al resto del mundo… y Chile era un país muy, muy pobre.

El “milagro chileno” tampoco fue un milagro: permitir que la economía volviera a funcionar sin la dirección de un burócrata que establezca qué, cómo y cuánto producir; que los precios sean un reflejo de la realidad; respetar la propiedad; cuidar el valor de la moneda; no gastar más de lo que se produce y otra larga lista de etcéteras producen resultados fantásticos, pero no milagrosos. Lo que se llamó milagro fue la consecuencia de políticas económicas que permitieron al sector privado desplegarse, innovar, invertir, arriesgar, dar trabajo y, en resumen, crear riqueza.

Transcurridos 50 años, creo que más útil que reflotar discursos añosos, dedicarse a rememorar ascensos en rankings virtuosos o hacer comparaciones chovinistas sobre la situación de Chile en el contexto mundial o latinoamericano, es demandar la respuesta pendiente de la política al desafío ético y social del desarrollo y el crecimiento económico que los chilenos necesitan. Eso es lo relevante y urgente.



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