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Arturo Fontaine: "Si la propuesta constitucional vuelve a fracasar, fracasa Chile"

El escritor y académico afirma que el rechazo “es autodestructivo para todas y cada una de las grandes tendencias políticas. Pero, claro, no siempre prima la racionalidad. Son tantas las veces en que se imponen pulsiones autodestructivas”.

18 de Agosto de 2023 | 10:11 | Nadia Cabello F., Crónica Constitucional
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El escritor y académico, Arturo Fontaine.

El Mercurio
Algo preocupa a Arturo Fontaine. A juicio del escritor y académico, Chile vive un punto de inflexión donde acecha el riesgo de que se alce un líder populista y autoritario. Y en ese escenario, plantea el exdirector del CEP, el proceso constitucional puede ser clave, ya sea para dar gobernabilidad al país o, en caso de que la propuesta se rechace, se genere un vacío que facilite la llegada de un caudillo.

Por eso, en la discusión constitucional fija el foco en los cambios necesarios para fortalecer el sistema político y en los liderazgos que permitan acuerdos. Es que, dice, "el problema que tenemos es grave".

—Usted decía de la propuesta de la Convención que se inclinaba a aprobarla, pero que requería ajustes profundos. ¿Le pasa lo mismo con el anteproyecto de los expertos?

—El proyecto de la Convención requería cambios sustantivos y una vasta labor de aterrizaje legislativo. El anteproyecto, en lo esencial, pienso, solo requiere algunos complementos. La diferencia es crucial. El anteproyecto fue posible por la voluntad de sacrificio de sus integrantes. Todos hicieron sacrificios dolorosos respecto de su desiderátum. Ese espíritu de sacrificio debe servir de ejemplo al Consejo Constitucional.

—¿Qué ajustes se le deben hacer al texto?

—Hay temas que no domino, por ejemplo, cómo debe organizarse el sistema judicial. Pero en sistema político, que es un tema que sí he estudiado, lo principal es introducir algunos principios que conduzcan a una reforma electoral destinada a disminuir el número de partidos. Ningún sistema político puede funcionar con 20 partidos en el Parlamento. Ninguno. Creo que nadie entiende la necesidad de tantos minipartidos. Eso desprestigia a los políticos, al Congreso y a los partidos mismos. Seis o siete grandes partidos sí que tendrían arraigo en la ciudadanía. Quiero decirle: corresponderían a tendencias reales.
“Algo más: se ha abusado repetidamente de la acusación constitucional. Su fin no es evaluar la gestión de un ministro, sino si violó la Constitución y las leyes. El anteproyecto establece normas más estrictas para evitar esta lluvia de acusaciones. Habría que ver si son suficientes. Solo el Presidente, como jefe de gobierno, puede evaluar la gestión de los ministros y su responsabilidad política. Nadie más. No podemos tener una jefatura de gobierno bicéfala. Los ministros no pueden depender, a la vez, del Presidente y de los parlamentarios. Ese es el fallido sistema del Perú y países como Ghana, Namibia, Senegal, Tanzania. Si los ministros dependen de las mayorías parlamentarias, entonces, es mejor virar de frentón a un sistema parlamentario o semipresidencial. Pero en tal caso, el Parlamento puede ser disuelto por el gobernante".

Y agrega: "Por lo mismo, no comparto la idea de crear vía ley, como ha planteado recientemente el Gobierno, un superministro o superministra, un primus inter pares que evalúe a los ministros y pueda citar a consejo de gabinete. A quién responden los ministros, ¿al Presidente, al superministro o a ambos? Dividir así el Ejecutivo es tener un gobierno bicéfalo. Esa figura, en diversas modalidades, fue planteada, analizada y rechazada en la Convención y en la Comisión Experta".

—El anteproyecto propone el umbral de 5%; que coincidan las elecciones parlamentarias con la segunda vuelta presidencial; cese en el cargo a quienes renuncien o sean expulsados de los partidos por los que fueron elegidos. ¿Está de acuerdo con esos cambios, entonces?

—Estoy de acuerdo con el umbral del 5%, pero creo que la transición prevista, donde se sortea el umbral con solo cuatro parlamentarios electos, debilita su propósito. De acuerdo también con la simultaneidad de elecciones parlamentarias y la segunda vuelta presidencial para evitar el estímulo actual a que haya gobiernos de minoría, pero la idea no tiene apoyo en el Consejo. En cuanto a esa regla sobre los partidos, todavía no tengo una opinión formada. Oigo argumentos persuasivos de lado y lado.

—¿Cree que es necesario el redistritaje y la reducción del número de parlamentarios?

—Sí. Es indispensable disminuir el número de diputados por distrito a un máximo de cinco, por ejemplo, y disminuir el número total de parlamentarios. Eso acarrea menos fragmentación, menos listas electorales. Y obliga a un cierto redistritaje para evitar que el peso del voto en un distrito de poca densidad poblacional sea demasiado mayor al de uno de mucha población. Me parece adecuado que ese redistritaje lo haga la primera vez el Servel y, luego, queden a la ley sus eventuales ajustes. En cuanto al Senado, me inclino por una representación pareja por región. Creo conveniente, también, establecer algunos principios generales que signifiquen una vara más alta para fundar un nuevo partido político.

—¿En qué temas los consensos son indispensables para construir una propuesta que se apruebe en el plebiscito y que sea una buena Constitución para el país?

—Desde mi perspectiva, lo fundamental es darle gobernabilidad al país. El problema que tenemos es grave. El statu quo institucional nos tiene al borde de la ingobernabilidad. En un libro reciente que recomiendo, “La economía de la transición 1990-2019”, los exministros de Hacienda, desde Foxley a Larraín, reflexionan sobre las trabas que tiene hoy el desarrollo. Señalan que una de las principales es el gran número de partidos que sube enormemente los costos de transacción de los proyectos importantes, los entraba y desfigura. Necesitamos con urgencia nuevas reglas que tiendan a reducir el número de partidos. Los parlamentarios tienen serios conflictos de interés a la hora de hacer estos cambios, razón de ser de una asamblea constituyente, como el Consejo Constitucional.

—El expresidente Ricardo Lagos calificó varias enmiendas de la derecha de identitarias. ¿Se está cometiendo el mismo pecado que en la Convención?

—Las enmiendas deben tomarse como punto de partida para una conversación. Tenemos que sacarnos las anteojeras y crear un clima de autocontención y concordia que permita llegar a acuerdos representativos del sentir de la ciudadanía, que permita construir consensos. No se puede inyectar desde el texto constitucional valores y costumbres que no se han legitimado primero en la sociedad. Esto vale para diversas posturas de lado y lado. No queremos que si se aprueba una nueva Constitución, en la próxima campaña presidencial de nuevo una bandera convocante sea nueva asamblea constituyente y nueva Constitución, y sigamos así en lo mismo, moviéndonos en círculos. La sociedad, la economía, las personas necesitan ciertas certezas jurídicas.
“Me preocupa, por ejemplo, que se esté asentando la idea de que los republicanos y Chile Vamos quieren eliminar, por la vía constitucional, la ley del aborto en tres causales. El presidente de los republicanos y la presidenta del Consejo, que es republicana, han dicho que no es así. El presidente de los republicanos ha dicho que ellos darán la pelea contra el aborto en el Congreso. Pero, como vimos en la Convención pasada, a veces, hay primeras impresiones que se pegan. El tema del aborto debe ser materia de ley. Si todos estamos de acuerdo en eso, lo más claro y sencillo sería quedarse con lo que dice la Comisión Experta que, al no entrar en el asunto, lo deja a la ley. Así, tanto las personas que se oponen al aborto como las partidarias del aborto libre darán esa lucha por ganarse las conciencias en la competencia electoral y en el Congreso”.

—Usted decía hace más de un año que “la plurinacionalidad es un paso positivo”. Hoy no está sobre la mesa. ¿Qué opina del reconocimiento a los pueblos originarios que se considera en las bases, que podría ser el techo para ellos en esta nueva propuesta?

—Creo que lo que está sobre la mesa es un mínimo.

—¿Cómo ha visto el liderazgo del Partido Republicano? ¿Podrán salir bien parados?

—Tienen una gran oportunidad, que no se va a repetir, de demostrar su capacidad para interpretar al mundo popular de derecha, que es muy numeroso y, a la vez, de lograr consensos mínimos de rango constitucional. Es lo que hacen los líderes. Creo que la gente votará, como ya pasó, no solo por un texto, sino que evaluará actitudes. Los republicanos están bien situados para cruzar a la vereda del frente y concordar aspectos sustanciales con sus adversarios. A menudo las fuerzas centrípetas no vienen del centro, sino que de los polos. Pienso que la ciudadanía valora el entendimiento, los acuerdos; en especial, en una materia como lo es la Constitución.

—¿Cuánto puede influir el estado de ánimo del país cuando se conmemoren los 50 años del Golpe en el debate constitucional?

—El recuerdo del Golpe, sus causas y los indecibles sufrimientos que a partir de él se produjeron debiera unirnos en la valoración de la democracia. Y me inquieta su futuro. A la democracia no se la nutre desde la suspicacia y la desconfianza recíproca hechas hábitos, que es lo que vemos. No se la nutre desde la visión de la política como una mera confrontación de enemigos. Esa visión, tipo Carl Schmitt, no ayuda al buen gobierno democrático. Una Constitución es siempre un texto abierto. Si siempre suponemos en el adversario mala fe, no nos pondremos nunca de acuerdo. Si siempre interpretamos la propuesta ajena en el peor de los sentidos posibles, nunca nos pondremos de acuerdo. No habrá Constitución nacida en democracia si no tomamos el riesgo de creer en la buena fe del otro. Por eso acordar una Constitución es una forma de valentía. Para entendernos tenemos que ponernos en el lugar del otro. Acordar una Constitución es un acto de patriotismo; no de partidismo. La construcción de un texto constitucional necesita surgir de una cierta amistad cívica.

—¿Qué se juega Chile en este proceso?

—Si la propuesta constitucional vuelve a fracasar, fracasa Chile. Sería un fracaso histórico de la izquierda y la centroizquierda, pues el pueblo, democráticamente, dejaría a firme la Constitución de Pinochet. Y eso a 50 años del Golpe. Un mazazo. Después de eso, ¿qué? Sería un fracaso de Chile Vamos, pues en su gobierno se echó a andar este ya largo proceso. La candidatura presidencial de la coalición tendría que estar dando explicaciones extensas y confusas. Y sería un fracaso de los republicanos por ser el grupo mayoritario y, por tanto, el llamado a influir más en el texto. Sería un serio revés para las posibilidades presidenciales de Kast. Quedaría en cuestión su capacidad de darle gobernabilidad al país. De manera que el rechazo es autodestructivo para todas y cada una de las grandes tendencias políticas. Pero, claro, no siempre prima la racionalidad. Son tantas las veces en que se imponen pulsiones autodestructivas.

—Usted ha dicho que Chile experimenta el riesgo de un líder populista y autoritario...

— Sí. Es cierto. Pienso que el gran riesgo es que aparezca un caudillo populista y autoritario que proponga barrer con todos los partidos políticos de todos los colores, de izquierda a derecha, sin excepciones.

—¿Cree que el Consejo está trabajando en una Constitución que evite los caudillismos autoritarios y dé estabilidad al país?

—Es lo que espero. Si el proyecto es rechazado de nuevo, se abre un vacío. Aumenta mucho el peligro de que de ese vacío surja un líder populista-autoritario que se lance en picada en contra de una “clase política” completa que ha propuesto dos constituciones rechazadas. Puede ser el factor gatillante. Caldo de cultivo: temor porque se oyen balazos en la noche y se asalta y roba a cada rato; una década de estancamiento económico, gobiernos débiles, corrupción ligada a la política, parlamentarios de muchos minipartidos sacándose los ojos en el Congreso.

"Al final, la democracia se sustenta en las convicciones del pueblo y en el clima que impera entre sus dirigentes. Cuando el Presidente Lagos estaba en problemas por el caso MOP-Gate, el opositor más duro, Pablo Longueira, se reunió con el Presidente. Se acordó en ese momento la reforma del Estado más importante desde el retorno de la democracia y la primera ley de financiamiento de la política de nuestra historia. Ambos proyectos fueron aprobados prácticamente por unanimidad en el Congreso. Eso es hacer política a lo grande. Así es como progresan los países. Y los países, así como avanzan, retroceden, se empobrecen. Ejemplo: Argentina, antes una de las grandes potencias económicas del mundo, se empobreció. Hoy tiene un 50% de su población bajo la línea de pobreza y su clase media sin horizonte. Lo que los tiempos convulsos exigen son líderes que orienten a la ciudadanía; no corderos que van a la siga de la última encuesta. No basta luchar por la libertad y la igualdad. También es necesario un mínimo de fraternidad".


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