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¿Qué decidiría un ciudadano racional?

Una cosa es responder la pregunta acerca de la mejor sociedad posible, aquella que se deriva de su visión integral; y otra muy distinta responder la pregunta acerca de cómo piensa usted que puede convivir con quien tiene visiones diversas a la suya.

15 de Septiembre de 2023 | 08:25 | Por Carlos Peña
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El rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña.

El Mercurio (archivo)
Una de las trabas del debate constitucional deriva del hecho de que no se sabe bien qué perspectiva es la que hay que asumir en él. A veces se piensa que lo mejor es la coherencia entre las concepciones que se tienen y las reglas que se promueven. Pero al haber tantas concepciones como partidos, si cada uno homenajeara la coherencia, el acuerdo se haría imposible. ¿Hay, pues, que aconsejar la incoherencia?

Para saberlo es útil recordar que las personas pueden adoptar dos perspectivas a la vez a la hora de pensar la vida social.

Una es integral y la otra es meramente política.

Por una parte —esta es la que podemos llamar integral— los ciudadanos cuentan con una concepción global acerca de la vida individual o colectiva. Para imaginar un ejemplo exagerado, pero no irreal, suponga que usted es comunista ortodoxo o si lo prefiere un libertario que piensa que los impuestos son un robo y el Estado una banda de ladrones. En tal caso, sea usted lo uno o lo otro, tiene una cierta convicción acerca del significado de la vida y del tiempo, de qué es importante y qué no, de la que derivan múltiples reglas de conducta en materia de deberes hacia los demás y hacia sí mismo. Pero, por otra parte, y junto a esa visión cabal y completa, usted también es capaz de adoptar otra perspectiva. Esta última —podemos llamarla meramente política— no consiste en una visión plena acerca de lo que, a su juicio, es la mejor vida posible, sino una visión parcial acerca de los bienes que hacen posible la vida compartida.

Ambos puntos de vista no coinciden del todo porque una cosa es responder la pregunta acerca de la mejor sociedad posible, aquella que se deriva de su visión integral; y otra muy distinta responder la pregunta acerca de cómo piensa usted que puede convivir con quien tiene visiones diversas a la suya.

Si usted solo tiene un punto de vista global y nada más, y pretende resolver con él todos los problemas, se diría con toda razón que usted es un fanático. Si, por la inversa, usted solo posee un punto de vista meramente político, se diría, también con razón, que usted es un superficial.

Pero si usted posee ambos puntos de vista a la vez, diríamos que usted es un ciudadano racional.

Si retrocedemos a los años setenta que por estos días se han recordado, se advierte fácilmente que entonces predominó el punto de vista integral o global, como si fuera el único existente. Cada fuerza política contaba con una visión global de la sociedad y de los bienes que creía indispensables. La izquierda, por ejemplo, pensaba que la estructura social suponía un inevitable conflicto de clases y que el mayor bien era reunir fuerzas para hacerle frente; una parte de la derecha, a su vez, pensaba que el ethos surgido de la hacienda y la tradición era la clave y el mayor bien era la protección de los ritos y prácticas que la reproducían. Cada uno de esos puntos de vista era invasivo, se extendía por todos los intersticios de la vida social.

Ahora bien, como lo mostró la experiencia de esos años, cuando las fuerzas políticas abrazan solo ese punto de vista invasivo o global, la vida cívica se transforma o en un diálogo de sordos o en una rencilla.
Algo de eso está ocurriendo en el actual debate constitucional.

Los ciudadanos racionales, en cambio, saben que hay una contradicción insalvable entre la realización de la visión global de cada uno y la pluralidad que posee la vida social y que, como esta última es valiosa e interesa preservarla, el mejor camino en la vida cívica es adoptar un punto de vista meramente político sin abandonar, desde luego, el punto de vista global.

La consecuencia de ello es que los ciudadanos racionales se resignan a que las instituciones básicas de la vida social, en especial una Constitución, no recojan la totalidad de su punto de vista global. Un ciudadano racional se contenta con que existan condiciones equitativas para el diálogo entre todas esas concepciones. Para seguir con el ejemplo, un comunista ortodoxo y un libertario extremo, si son ciudadanos racionales, se conformarán con condiciones equitativas que permitan la cooperación social.

Lo anterior, por supuesto, no significa que el ciudadano racional por alcanzar el acuerdo político renuncie a lo que cree y abandone su concepción global (algo así lo transformaría en un superficial o un frívolo) porque siempre tendrá abiertas las puertas para esparcir sus ideas plenas e integrales, comprehensivas, con total libertad en el ámbito de la cultura o en el debate democrático. En suma, siempre podrá participar en la lucha de convicciones que es propia de la esfera pública.

La consecuencia de todo lo anterior (todos lo saben, pero que hay que recordarlo es una muestra de la confusión reinante) es que la mejor Constitución suele ser mala juzgada desde el punto de vista de las concepciones globales de cada uno; pero buena desde el punto de vista de la convivencia o, si se prefiere, desde el punto de vista político.


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