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Santiago: Viernes 26 de abril del 2024 | Actualizado 08:45
Uno de los mecanismos del italiano que más ha llamado la atención es la del “caballero robótico”, también conocido como “el robot de Leonardo”: un traje compuesto por ruedas y engranajes, capaz de realizar ciertos movimientos de forma independiente, tales como sentarse, mover la cabeza o levantar el visor.
Un verdadero autómata con armadura medieval, que sería reproducido en 2002 y que luego serviría de inspiración incluso para la NASA.
Entre los bocetos que creó el polímata, se encuentra el de una especie de estructura andante, que hoy en día los especialistas llaman “el antepasado del actual coche”. Su modelo consistía en un vehículo de madera similar a una plataforma con tres ruedas, la cual se movía a través de un sistema de muelles que generarían la propulsión para su desplazamiento.
A pesar de no haber logrado su cometido físicamente, la idea tomada de los manuscritos se llevó a la práctica en abril de 2004 y se pudo probar que funcionaría.
La geometría y el mundo de los números también le deben al autor de “La última cena”, uno de los aparatos que se utilizan en su rubro: el compás, específicamente, el de reducción o cuatro puntas. Este objeto de dos varillas articuladas aún se utiliza para dibujar, escalar o medir las distancias en cartas náuticas.
La mente de Da Vinci ya viajaba sola por los cielos en 1485, cuando decidió estudiar la anatomía de distintos seres alados para profundizar en el mecanismo de su vuelo y dar vida al diseño de su ornitóptero: una máquina de unos 10 metros de envergadura, en la que un piloto se acuesta boca abajo, para planear pedaleando lo que sería un sistema de manivelas y poleas.
El diseño, al cual llegó diseccionando pájaros y murciélagos, se realizó 398 años antes del primer vuelo realizado por el ser humano y siglos antes de que se realizarán más de 1,4 miles de millones de viajes internacionales anuales en naves comerciales.
Y no sólo en el aire se las ingeniaba el inventor florentino, sino también por debajo del agua, ya que en 1550 creó un aparente equipo de buceo. El traje aparecía en sus años trabajando en Venecia y consistía en un atuendo de cuero que, según explica en el “Códice atlántico”, extendía un sistema de respiración hacia la superficie y estaba hecho para atacar embarcaciones desde las profundidades.
Si bien el prototipo de Da Vinci no llegó a implementarse, éste se considera como otra de las “visiones al futuro” del italiano, ya que el mundo del submarinismo recién en 1943 anotó las primeras válvulas reguladoras que permiten la práctica.
La figura de un humano sujeto a una especie de pirámide oblicua, de la cual se sujeta colgando desde sus vértices, parece ser una explícita referencia de Da Vinci a lo que hoy conocemos como paracaídas.
Su modelo, el cual se pudo haber visto influenciado por el diseño renacentista del aparato, no se aleja mucho visualmente de lo que hoy conocemos. Sin embargo, consideraba un armazón de madera para la parte inferior del saco, con el fin de mantener abierto el frena caídas.
Una de las ideas de Da Vinci que sí vio la luz, fue la de un objeto sencillamente cotidiano que suele estar presente de forma cúbica o extravagante sobre las mesas, y que puede ser de papel o incluso de género: las servilletas.
Así lo asegura el libro “¡Que aproveche!” del catalán Carlos Fisas, donde se explica que los paños individuales fueron dispuestos en 1491, con el fin de cambiar las costumbres “impropias” de la época. Según cuenta el testimonio, antes amarraban conejos a las sillas para que los comensales se limpiaran con sus lomos.
No sólo con el traje de buceo Da Vinci incursionaría en el mundo de la guerra y la defensa, sino también con un tanque que sería el precursor del carro de combate moderno.
En la práctica, el renacentista florentino diseñó un vehículo de madera con forma de “platillo”, que se accionaría con la fuerza de ocho hombres, y que junto a placas de metal amortiguaría el impacto de proyectiles. Una concepción “similar” aparecería hasta cinco siglos después.
