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La ruta para romper el hielo

Momentos de interacción agradables en la vida cotidiana y saber escuchar antes de emitir juicios están entre las claves.

28 de Febrero de 2005 | 09:53 |
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Diego Villalobos tiene 13 años y dice que ya ni intenta hablar con sus papás: "O no me van a escuchar o vamos a terminar peleando". Su padre, Gustavo, asegura, sin embargo, que él y su esposa lo único que quieren es comunicarse con él, pero hablar de verdad, de cosas trascendentes y no de que Madonna se dio un beso con Britney Spears.

Para Diego, este hablar de verdad se refiere a tocar el tema de sus notas, de su futuro, de su conducta y de cosas personales que, según él, le da pudor hablar. "Es falta de confianza. Si yo hablo de lo que a mí me interesa, como la música y los videos, ellos no me pescan y me cambian el tema. Hablamos tan poco que no es llegar y ponerse a conversar cosas profundas. Hay que irse despacito por las piedras".

Ambas partes quieren comunicarse pero no saben cómo hacerlo. Diego se queja de que Gustavo llega a ver el fútbol en la televisión y que puede ver los mismos goles en cinco canales distintos. Gustavo lamenta que el fútbol no pueda ser un elemento de unión entre ambos, como ocurrió con sus otros dos hijos, porque a Diego, en cambio, le gusta el patinaje artístico.

El padre reconoce que en la semana hay pocos momentos de interacción - cada uno se va con su bandeja a ver su tele- y que los sábados y domingos suele haber invitados. Sin embargo, el tema de la comunicación con Diego le preocupa. A tal punto que ha pensado en acudir a un sicólogo para que les ayude en esta interacción.

Apertura mutua

Lo que les ocurre es un clásico. Son muchas las familias que hacen conscientes sus problemas de comunicación cuando los hijos llegan a la pubertad. Éstos comienzan a vivir una etapa de definición de su identidad que los hace tomar distancia de los padres, irse hacia adentro y valorar más la relación con sus pares.

En este proceso los cambios también ocurren en los padres, advierte el sicólogo Jorge Sanhueza, especialista en adolescentes y decano de Sicología de la Universidad Adolfo Ibáñez. Se dan cuenta de que el hijo empieza a tener un mundo propio y esto les provoca ansiedad. Necesitan saber no sólo qué hizo sino también qué está pensando, qué está sintiendo, en qué está creyendo.

Entonces, lo que antes era un diálogo fluido se convierte en indagación. Eso lo perciben los hijos y, obviamente, se sienten amenazados. La ansiedad lleva a los padres a intentar entrar en los espacios íntimos del joven, lo que hace que éste suba sus barreras, porque percibe una amenaza hacia el espacio de intimidad que está construyendo, explica.

Irene Oyarzún, de 16 años, reconoce que le cuesta mucho hablar de sus cosas personales, sobre todo con sus padres. Pero hay momentos en que sí le dan ganas de hacerlo: "Es cuando hay un ambiente relajado y siento que me van a escuchar sin interrumpir para darme su punto de vista. Pero se tiene que dar solo, en forma natural. Si te dicen: 'Ya, sentémonos a conversar', no resulta".

La buena comunicación con un hijo no se improvisa sino que es un proceso permanente, afirma Teresa Izquierdo, sicóloga infanto-juvenil y jefa de Prevención del Conace. Es como un puente que debe estar siempre abierto. Y para lograr eso, hay que estar involucrado en la vida de los hijos: saber qué música le gusta, qué películas ve, quiénes son sus amigos. Comunicación no es sentarse a hablar de los problemas del otro sino un intercambio entre dos personas que están interesadas cada una en la vida de la otra.

Por eso es importante que los padres se atrevan a mostrar sus emociones frente a los hijos. Para poder abrirse, los jóvenes necesitan de un modelo competente.

Confío en ti

Jorge Sanhueza agrega que en las familias en que se observa buena comunicación, los padres han sabido desde muy temprano mostrar a sus niños lo que ellos sienten y creen frente a las distintas situaciones de la vida. Cuando el foco está en la interacción y no en lo que le pasa a uno de los interactuantes (el adolescente), el diálogo se relaja y los chiquillos pueden empezar a hablar como lo hacen frente a un amigo.

Para que la comunicación fluya, afirman los especialistas, es importante que ésta no sea interrumpida por censuras ni críticas. Cuando llega el juicio, se corta todo, afirma Teresa Izquierdo. Los padres deben escuchar al hijo hasta que termine de hablar. Después, pueden darle su punto de vista frente a una determinada situación. Y la forma más cercana de hacerlo es en primera persona: Yo siento qué..., a mí me pasa..., yo estoy preocupado por ti.

Esto no significa que no se deba poner límites al hijo; al contrario, los padres deben hacerlo, pero siempre con argumentos y haciendo sentir al joven que, si bien lo comprenden, no están de acuerdo con él en determinadas situaciones porque, por ejemplo, podría estar corriendo algunos riesgos. Entonces, vendrá un proceso de negociación en el cual los adolescentes irán ganando terreno en la medida en que vayan madurando.

Según Jorge Sanhueza, es necesario no confundir el juicio a la conducta del joven con el juicio a su persona: Al hijo hay que transmitirle aceptación incondicional. Para Teresa Izquierdo, el mensaje de fondo hacia el hijo es: Confío en ti. Es decir, dar confianza para también recibirla.

Darse tiempo

Los padres de hoy, deseosos de comunicarse con los adolescentes, chocan en su intento con una infranqueable internet, con unos impenetrables audífonos y con el teléfono ocupado por las llamadas de los amigos. Los hijos, en tanto, se encuentran con papás estresados y agobiados por el trabajo.

Resulta clave, entonces, buscar los momentos para que el hijo adolescente tenga cierta exclusividad. Aprovechar las salidas a comprar, por ejemplo, para tomarse un helado o conversar un café. Y tratar de que esto sea una práctica cotidiana. No se saca mucho con pegarse 'la' gran conversación con el hijo una vez al año durante las vacaciones, afirma el sicólogo Jorge Sanhueza.

Dedicar un tiempo cotidiano a los hijos implica ciertas renuncias. Me encantaría poder hacer algún deporte o escuchar las noticias en la mañana, pero ese tiempo lo dedico a llevar a los niños al colegio, cuenta Sanhueza. Para mí, ese rato con ellos es esencial. Me preocupo de que sea un momento rico de conversación. Mi hija de 13 años me pregunta, por ejemplo, si voy a tener un día muy complicado y yo le pregunto a ella por sus cosas. No prendo la radio con noticias hasta que se baja el último de mis cuatro hijos.

Tres miradas para un mismo problema
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