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¿Dónde estás Afrodita?

25 de Mayo de 2005 | 10:51 |
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Hoy tuviste que ir a dejar a los niños al colegio, llegaste atrasada al trabajo, tu jefe te ladró toda la mañana, durante el almuerzo hiciste una visita relámpago a tu suegra enferma, al regresar del trabajo ayudaste a tu hija con las tareas, y debiste salir corriendo al supermercado a comprar cartulinas para la maqueta de tu hijo; cuando tus niños por fin dormían, te llamó tu mejor amiga para contarte “lo enrabiada que estaba porque su ex marido estaba saliendo con una modelo de 25 años y bla, bla, bla...”, y a las once de la noche, a punto de dormirte al colgar el teléfono, él se pone sospechosamente cariñoso y te pide ... ¡¿sexo?!

Probablemente sea difícil (o humanamente imposible) aceptar de buena gana la invitación de tu marido; sin embargo, si esta situación se vuelve una constante en tu vida de pareja, te encontrarás a un paso de presentar una disfunción sexual.

Seguramente relacionas el término “disfunción sexual” con problemas como el vaginismo o la impotencia; pero en realidad éste nombre describe todos los trastornos del ciclo de respuesta sexual humana.

Este ciclo se inicia con la fase de deseo. El deseo es la apetencia de iniciar o mantener una relación sexual, es lo que nos mueve a buscar y entregarnos al otro, y debe estar presente a lo largo de todo el ciclo. Nos guste o no, generalmente el deseo en las mujeres está estrechamente ligado al funcionamiento de la relación de pareja; y en este sentido, el “romanticismo” (que puede traducirse en cosas tan simples como pequeñas atenciones diarias, mimos cariñosos o una atmósfera especial) juega un factor clave para nosotras.

El estilo de vida -o mejor dicho de supervivencia- actual deja pocos espacios para el cuidado de la relación de pareja, lo que explica el número cada vez mayor de mujeres que no se sienten satisfechas con su vida sexual, o que derechamente sufren de una disfunción sexual.
Consultorio
Todas las semanas los profesionales de Cesam contestan una pregunta enviada por ustedes a través de ”Escríbenos”, ubicado en el costado izquierdo de la portada de Puntomujer.

¿Es genético el alcoholismo?

El alcoholismo es una enfermedad caracterizada por la incapacidad de la persona para dejar de beber bebidas alcohólicas y se manifiesta especialmente a través del llamado “síndrome de privación”.

Este último consiste en un conjunto de síntomas que se inician después que la persona ha dejado de beber y cesa cuando toma una copa nuevamente, por lo cual resulta muy difícil para el individuo salirse de esta condición.

Al igual que en la mayoría de las enfermedades, el alcoholismo se produce por una combinación de factores, entre las cuales está la predisposición genética. Pero también son importantes las experiencias durante la infancia, el consumo de alcohol durante la adolescencia o las condiciones ambientales que inducen o facilitan el consumo de bebidas alcohólicas en gran cantidad.


Ahora bien, existen algunos momentos en los que normalmente la vida sexual se ve comprometida en la mayoría de las parejas; el nacimiento de los hijos por ejemplo -con los cambios hormonales del embarazo y lactancia, las modificaciones corporales y el estrés propio del maternaje temprano- generalmente se acompaña de un deterioro en la vida amorosa.

Hay otras numerosas circunstancias en que la pareja está sometida a altos niveles de estrés -problemas económicos, problemas laborales, enfermedad grave de un ser querido-; y, generalmente, en estas ocasiones relegamos nuestra vida sexual al patio trasero de nuestras prioridades.

Desgraciadamente, es frecuente que a pesar de que dichos problemas se resuelvan, la dejemos olvidada allí durante muchos años.
En todos estos casos, las dificultades más comunes en la respuesta sexual se relacionan con el “no tener ganas” o deseo sexual hipoactivo (inhibición de la apetencia sexual persistente en el tiempo).

Existen otras disfunciones sexuales femeninas que se relacionan con las siguientes etapas del ciclo sexual y que no dejan de ser frecuentes e importantes:

La fase de excitación sigue a la fase de deseo y se caracteriza por la sensación subjetiva de placer sexual, la erección del pene en el hombre y la lubricación vaginal en la mujer, y por cambios fisiológicos generales (taquicardia, rubor facial, aumento de frecuencia respiratoria). En esta fase puede aparecer el llamado “trastorno de la excitación”, que se refiere a la incapacidad para obtener o mantener la respuesta de lubricación vaginal necesaria para mantener el coito.

Posteriormente viene la fase del orgasmo, punto culminante del placer sexual. Durante esta fase se producen contracciones musculares rítmicas de los órganos genitales internos, en el caso del hombre esto se acompaña de la eyaculación. En el caso de la mujer es característica la capacidad de presentar orgasmos múltiples o mantenidos. En esta fase puede presentarse una anorgasmia: incapacidad de llegar a la fase de orgasmo luego de la excitación.

Finalmente, aparece la fase de resolución, donde todos los cambios producidos en las fases anteriores regresa al estado inicial.

Posteriormente, viene el período refractario, que es el tiempo que tiene que pasar hasta poder comenzar un nuevo ciclo. Sin embargo, a diferencia del hombre, en el caso de la mujer si se continúa con la estimulación sexual, podría empezar inmediatamente un nuevo ciclo, es decir no habría período refractario.

Se describen también otras disfunciones sexuales que no se relacionan necesariamente con alguna fase del ciclo de respuesta sexual, como la dispareunia: dolor en los genitales durante o inmediatamente después de la actividad sexual; o el vaginismo: contracción involuntaria de los músculos de la vagina que impide o dificulta la penetración.

Todas estas disfunciones pueden tener una o numerosas causas, de origen orgánico o psicológico.

Dentro de las primeras destacan los problemas propios de los órganos genitales, las enfermedades generales (diabetes, insuficiencia renal), enfermedades de salud mental (depresión, ansiedad), y el uso de algunos medicamentos. Estas causas siempre deben ser evaluadas y descartadas por un médico especialista.

Dentro de las causas más relacionadas con factores psicológicos, destacan: una deficiente educación sexual, primeras experiencias traumáticas, infidelidad actual o pasada, disfunción de pareja, disfunción sexual del compañero, problemas de autoestima.

Ahora bien, si el problema se limita a la falta de deseo, sería bueno considerar que las mujeres tenemos características biológicas especiales, como la posibilidad de orgasmos múltiples y más prolongados y la ausencia de período refractario; que teóricamente nos permitirían disfrutar ampliamente de nuestra sexualidad.

Tal vez es hora (antes de que sea demasiado tarde) de descubrir este “potencial biológico” del que fuimos dotadas por la madre naturaleza y desempolvar la “Afrodita” que llevamos dentro, transformando la relación sexual en una fuente importante de placer y de comunicación amorosa; y descubriendo posibilidades de deleite sensual insospechadas.

Si en estos momentos esto te aparece como una empresa demasiado difícil, o casi imposible, tal vez necesites ayuda de un profesional especializado que te guíe en este camino.