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“¡Tengo que cuidarme más por ser el hijo del Presidente!

¿Irónico?, ¿arrogante?, ¿enrollado?, ¿sólo un representante de los adultos jóvenes actuales? No es fácil catalogar a Ricardo Lagos Weber, el director de Asuntos Económicos Multilaterales de la Dirección General de Relaciones Económicas Internacionales de la Cancillería. Claro está, eso sí, que –a pesar de lo que dicen muchos-, no es un “hijito de su papá”, el Presidente de la República, Ricardo Lagos Escobar. Es más, parece que a veces se le olvida que –lo quiera o no- lo es y debe guardar cierta compostura, al menos, porque así se lo obliga el sentido común.

26 de Octubre de 2004 | 09:22 |
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Nos cita a las 18:15 en su casa y llega puntualísimo, incluso unos minutos antes, cuestión que le permite tomar una ducha para refrescarse del arduo día de trabajo y disponerse con mayor relajo para la entrevista.

No emite una sola queja por la larga sesión de fotos en el jardín de su casa; que, cómo no, es una construcción típica de los condominios Castillo Velasco. “Oye, no me saques fotos en tantos lugares distintos, que lo único que falta es que digan que el hijo del Presidente tiene una mansión”, dice irónicamente.

Razón no le falta, porque aunque tiene unos rincones muy bonitos, no es una casa muy grande; se empina sobre una colina, tiene una vista espectacular de Santiago, es bastante minimalista y – a pesar de que la agrandó- es una construcción ad- hoc para dos personas: él y su pareja, Gloria Peña. También hay espacio para el hijo de su primer matrimonio, también Ricardo, “pero le decimos Neto”, se ríe, pero no explica por qué; sólo cuenta que tiene 12 años y estudia en La Girouette.

Ricardo Lagos Weber tiene 42 años, es abogado de la Universidad de Chile, MPhil en Desarrollo Económico de la universidad inglesa de Sussex y está por terminar (algún día, dice) un doctorado en Economía de la Universidad de Cambridge. Ha participado en las negociaciones de acuerdos comerciales con Canadá, Centroamérica, la Unión Europea, Corea y Estados Unidos. Hoy está preocupado de las reuniones de APEC en Chile en su calidad de alto representante, cargo que ejerce desde el gobierno de Eduardo Frei.

Es el mayor de 5 hermanos, según explica. Los Lagos Weber: Ximena, 31, y él; los dos Edding, hijos de Luisa Durán, la Primera Dama (título que a ella le carga): Hernán, 39, y Alejandro, 37, y la regalona, la Panchita Lagos Durán, que tiene 29 años.

-¿Cuál es tu relación con la señora Luisa?
“Yo tenía 10 años cuando Lagos (así le dice a su padre) se casó con mi mamá…

-¿Siempre le dices mamá?
“No, al principio le decía tía, a la usanza chilena -¿Te has fijado que aquí todos son tíos, cuando no sabes cómo decirles?-. Como el ’76 le empecé a decir mamá y fue un acto muy meditado de mi parte”.

-¿Y tu madre biológica?
“Tenemos una relación distante; de vivir con ella muy chico; es una persona que, a ratos, le cuesta entenderse con la realidad, pero que dentro de su particular situación, me dio todo lo que podía dar”.

-Volvamos a la señora Luisa.
“Es una relación excelente, buena parte de mi “normalidad de vida” es su responsabilidad. Mi viejo es una maravillosa persona, pero su grado de comunicación con los hijos refleja al chileno promedio. Ella, en cambio, siempre ha sido súper buena onda. Me enseñó a relacionarme, a comunicarme. Ha formado una familia genial que, por edades y afinidades, se lleva súper bien”.

-¿El exilio influyó?
“Nos fuimos al exilio el ’74 a Buenos Aires, fue voluntario, pero altamente aconsejable para la salud. Después estuvimos en Estados Unidos entre agosto de ese año y agosto del ’75; volvimos a Buenos Aires hasta marzo del ’78. Fue una excelente experiencia, en todo caso.
“Este gallo (se refiere a su padre), volvió a Chile a trabajar en la ONU (Organización de Naciones Unidas), a la OIT (Organización Internacional del Trabajo) y desde 1983 se dedicó de lleno a la política, así que la mami hizo siempre de puente”.

-¿Qué les contestas a los que dicen que estás donde estás por tu padre?
“Mira, el “pelao” (mejor ponle Lagos, porque no le gusta que se le esté cayendo el pelo) nació el ‘38 y mi abuela, que está viva, lo educó de manera estricta, pero muy liberal. Él sigue siendo un tipo con características especiales, por haber perdido a su padre muy niño. Tiene una carga muy grande por eso y tiende a ser demasiado exigente.
“Yo soy ligeramente distinto a él, pero creo que me quiere mucho y no tengo por qué demostrarle nada, ni a él ni a nadie”.

-¿Pero no sientes una carga por ser el hijo mayor?
“Desde el momento que el papá es público y no especialmente porque sea el Presidente, existen ciertas limitaciones, ya que la política está llena de patrones hueones. Hay preguntas, por ejemplo, que si las contestara un actor, podría decir lo que se le viniera a la cabeza, yo tengo que cuidarme más. Si alguien sale del Liguria medio pasado a las cinco de la mañana, a nadie le importa, ¡imagínate si fuera yo!

-Gente como el Chino Ríos, tampoco puede.
“Pero eso está socialmente aceptado, lo mío no. Existe, además, una presión externa para trabajar el doble y demostrar que soy capaz y no sólo el hijo del viejo”.

-¿Cómo influye tu papá en eso?
“El pelao es una persona que te impone una sensación de que tienes que rendir. Mira -y ahora que me haces pensarlo- a los 10 ó 12 años, cuando me fui a vivir con él, me dejó claro que yo era una persona que tenía obligaciones. Yo era candidato al Ritalín en el colegio y llegaban comunicaciones todos los días ¡es mentira!, pero varias veces a la semana.
“El viejo se sentaba en el escritorio, me acuerdo perfectamente, y me hacía reflexionar sobre los privilegios que yo tenía sobre otros niños; me recordaba que mi obligación era estudiar y que en su casa no había holgazanes: O se estudia o se trabaja, pero el que no quiere estudiar, a los quince años ingresa al mercado laboral. ¿Qué era el mercado laboral?, yo ni cachaba. No creo que jamás hubiera materializado su amenaza”.

-¿Qué sentías al respecto?
“Su concepto era que tú eras un privilegiado entre muchos y tenías que retribuir ante ello. Después era una obligación y, por último, una opción. Entonces, había que responderle.
“No me pedía sietes, pero sí responsabilidad. ¡Fíjate que Lagos nunca me pegó!, pero hubiera preferido un guaracazo y no que me diera esas filípicas, que te guían por el camino de la razón y empiezas a entender que el problema eres tú, que estás en falta, de carácter medio moral. ¡Eso sí te cala hondo!”

Es divertido, franco y esa cierta arrogancia que podía notársele en un principio, es una característica que lo une más a su padre. Después de unos momentos de conversación, es posible establecer que tiene más que ver con esa seguridad intelectual y racional que ambos poseen y a la que tan poco estamos acostumbrados los chilenos; es ese tipo de persona que –de cierta manera- intimida a la gente sólo porque habla de frente, derecho y con su propia manera de ver las cosas.

El ambiente es relajado, conversa tranquilo, sin exaltarse, aunque defendiendo cada uno de sus puntos de vista y entregando datos para afirmarlos.

-Has dado pocas entrevistas de corte personal, ¿por qué?
“¿Por qué tengo que hablar?, si yo no soy figura pública, ese es mi papá.

- No lo digo por eso.
“Pero, ¿por qué estás aquí tú, en estricto rigor? La verdad es que yo me hecho un espacio por mi pega, pero interesa mucho más que sea hijo del caballero. La pega la tengo desde antes, pero recién importó bajo su gobierno. Entonces, por qué tengo que hablar de mi vida privada, si es mía. Mientras no la exponga en lo público, tengo derecho a pedir que me la respeten”.

-¿Tengo que agradecerlo, entonces?
(Se ríe) “No, si no te he contado nada muy distinto a otra entrevista que di el 2000 y que también fue aquí en mi casa; yo no doy entrevistas acá, porque trato de no mezclar las dos cosas”.

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