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Identificando al enemigo

03 de Noviembre de 2004 | 10:36 |
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Si conversáramos con nuestros amigos o familiares acerca de su estado emocional posiblemente nos encontraríamos con la situación de que la mayoría se ha sentido deprimido en algún momento del pasado reciente.

Se ha hecho frecuente que nos percibamos más tristes, preocupados, pesimistas o más desmotivados de lo que quisiéramos, o que nuestro nivel de felicidad esté por debajo de lo hemos conocido en el pasado.

¿Será una epidemia social? ¿Será que las condiciones de vida moderna nos han enfrentado a desafíos siempre cambiantes que superan nuestra capacidad de adaptación y tolerancia?

¿Será una moda? Una que ha generado patrones colectivos de funcionamiento y de discurso aprendidos; una que ha establecido causalidades en la que deprimirse es lo normal: “falleció su madre y se deprimió”, “esta deprimida por que no le aprobaron el crédito”

¿Será que estamos más vulnerables? ¿Habrá cambiado la genética del ser humano moderno?

El rol que juega cada uno de estos aspectos y de otros que aquí no mencionamos, en el origen de la depresión, aun no se conoce. Lo más probable es que la causa resida como resultado de múltiples factores individuales y colectivos, y se manifieste, finalmente, en nuestro patrón de funcionamiento neuropsicológico (estado mental).

Según los datos actualmente aceptados, la depresión es dos veces más frecuente en la mujeres, la prevalencia general en Chile es de 7,5 a 10 % en los adultos. Es más, ocupa el segundo lugar como causa de Años de Vida Saludable Perdidos por Discapacidad o Muerte Prematura (AVISA).

Un primer paso para conocer más de la depresión es distinguir que hay niveles de malestar que pueden ir desde lo normal a lo patológico. Hay reacciones normales, por ejemplo la tristeza del duelo o el desaliento de la cesantía laboral. Hay estados de desajuste emocional y anímico desadaptativos frente al estrés en que los síntomas son discapacitantes o molestos, reactivos a situaciones vitales estresantes. Y hay estados patológicos que generan malestar o malfuncionamiento que se independiza de los estresores ambientales y adquiere intensidad y curso propio, como en el trastorno depresivo mayor, depresión bipolar, distimia.

En esta columna hablamos de la identificación del estado depresivo patológico, que por su carácter de enfermedad necesita tratamiento médico y psicológico.

La enfermedad depresiva se caracteriza por involucrar un conjunto de manifestaciones que afectan prácticamente la totalidad del funcionamiento de la persona por un período de tiempo persistente.

Cada una de estas manifestaciones tiene sus singularidades. Las manifestaciones de estado de ánimo se expresan como sentimiento de tristeza, vacío o insatisfacción, con pérdida del interés y motivación para realizar actividades habituales. Puede expresarse también como falta de energía, irritabilidad, ansiedad sin causa clara, y pérdida de la capacidad para experimentar placer.

Las manifestaciones del pensamiento son aquéllas donde se observa deterioro de la concentración y memoria, con pérdida de la confianza en si mismo y desarrollo de pensamientos sobre valorados de minusvalía, auto devaluación, culpa o rabia.

Las manifestaciones de la actividad motora (psicomotricidad) puede presentarse tanto inhibición como agitación. O sea puede predominar un estado de lentitud, inexpresividad y mutismo; o presentarse un estado de hiperactividad ansiosa, inquietud psíquica e impaciencia.

También están las manifestaciones somáticas; aquí se agrupan alteraciones que con frecuencia motivan la primera consulta al médico. Por ejemplo, están las alteraciones de los ciclos y funciones vitales básicas donde hay un incremento o pérdida del sueño (hipersomnia o insomnio); pérdida o incremento del apetito, y pérdida del deseo sexual.

Hay cambios también en la vitalidad, que se traducen en cansancio físico y pérdida de fuerza. Las sensaciones corporales se perciben en molestias poco claras y persistentes que incluyen cefalea, mareos, opresión en el pecho, fatiga, dolor muscular, pesadez de las extremidades y sensación de frió. Y las molestias viscerales son síntomas que involucran el sistema cardiovascular (palpitaciones, inestabilidad de la presión arterial, Etc.), digestivo (alteración del tránsito intestinal, nauseas, disfagia, Etc.) o ginecourinarios, sin correlato somático que lo explique.

Cada persona experimenta estas dolencias de diferente manera y es responsabilidad del médico hacer el diagnóstico y diferenciarla de otros problemas de salud mental o física con síntomas similares.

El conocimiento actual nos brinda abundante información sobre las conductas terapéuticas a seguir, contando con tratamientos efectivos para la inmensa mayoría de las personas cursando un cuadro depresivo. Lo importante es actuar.