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Ximena tiene 32 años, es ingeniero comercial y acude por iniciativa propia al médico. Se aprecia bastante tranquila, clara y coherente en su relato. Explica que a una de sus hermanas le sucede lo mismo que a ella. Su enfermedad se habría iniciado hace aproximadamente 10 años. Fue una estudiante brillante y se define como una persona tranquila, pero muy miedosa. De manera gradual empezó a tener temor de sufrir una enfermedad grave y morir de un cáncer de colon.
Todos los exámenes y exploraciones que se le realizaron no revelaron ningún problema, pero no lograron convencerla de que no tenía nada. Debido a esto, en una ocasión salió de la consulta del médico y se fue a casa desesperada porque creía que iba a morir en poco tiempo, le comentó a su familia lo que pensaba y contrató un seguro de vida.
Posteriormente, consultó con muchos especialistas. Luego de cada visita se sentía reconfortada y aliviada, pero sólo de manera transitoria ya que muy pronto sus temores volvían a aparecer.
Lo que le sucede a Ximena se conoce como
hipocondría, que es una enfermedad caracterizada por la presencia de preocupación y miedo exagerado a padecer una enfermedad grave. Además esta preocupación persiste a pesar de exploraciones y explicaciones médicas adecuadas.
La hipocondría se inicia, habitualmente, entre los 20 y 30 años de edad y afecta por igual tanto a hombres como a mujeres.
La duración mínima de la enfermedad es de al menos 6 meses, pero frecuentemente dura muchos años y puede experimentar períodos de atenuación e intensificación de la sintomatología. Algunas veces puede aparecer luego de la enfermedad de un familiar o una persona cercana e, incluso, ser parte de las manifestaciones de otras enfermedades como la depresión o los trastornos de ansiedad.
Para un hipocondríaco un malestar estomacal se transforma en una señal de cáncer y un dolor de cabeza sólo puede significar un tumor cerebral. Además la tensión que generan estas preocupaciones produce habitualmente un aumento significativo de las molestias. Por ello, el cuerpo de un hipocondríaco se transforma en “sospechoso”, pierde su neutralidad y ya no puede ser depositario de nuestra confianza. Deja de ser un “compañero silencioso”.
Estudios recientes muestran que
el problema central de los hipocondríacos sería su tendencia a malinterpretar sensaciones corporales normales. Además les es muy difícil aceptar que las personas sanas tienen molestias corporales menores, que incluso son inadvertidas e ignoradas la mayor parte del tiempo.
Contrariamente a lo que piensan muchas personas,
los hipocondríacos no están tratando de llamar la atención. Ellos realmente sienten las molestias por las que consultan, sin embargo, como hemos señalado no existe una enfermedad médica que pueda explicar el malestar.
Es importante mencionar que las personas que sufren de hipocondría no son las únicas que pagan el precio ya que generan enormes costos emocionales y económicos para ellos y sus familias y, además los sistemas de salud gastan una enorme cantidad de recursos anuales al realizar exámenes y tratamientos médicos innecesarios.
El tratamiento de la hipocondría es difícil ya que la persona está convencida de tener algo gravemente alterado en su cuerpo. Sin embargo, una relación de confianza con un médico atento resulta beneficiosa, sobre todo si las visitas se acompañan de una actitud tranquilizadora hacia el paciente. Si los síntomas no se alivian adecuadamente, será necesario consultar a un médico psiquiatra para una evaluación y tratamiento especializado.