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Nuestras dos mentes

09 de Diciembre de 2004 | 10:43 |
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Cada vez escuchamos más hablar de inteligencia emocional como uno de los indicadores de salud mental o de bienestar de las personas. Pero, ¿qué es la inteligencia emocional?

Las emociones están todo el tiempo presente en nuestras vidas y constituyen una respuesta inmediata a lo que nos sucede. Así, cuando alguna situación nos resulta peligrosa sentimos temor, cuando hemos perdido a una persona importante sentimos tristeza o cuando hemos logrado algo que deseábamos nos sentimos felices y orgullosos. Y esta respuesta emocional se anticipa a nuestros pensamientos y a nuestra razón. Primero sentimos y luego explicamos las cosas.

Por todo esto, actualmente se considera que las emociones son fundamentales en la vida de las personas, dentro de la familia y en las relaciones sociales en general. Sin embargo, por siglos se ha puesto énfasis en el desarrollo de la razón y del pensamiento, pensando que la inteligencia sólo es de tipo racional. Durante las últimas décadas y a propósito del estudio de personas que tenían daños en partes de su cerebro, se observó que podían ser capaces de razonar muy bien, pero su conducta no era consistente con lo que pensaban y tenían serios problemas en sus relaciones íntimas y sociales.

Moraleja, la inteligencia racional no es suficiente para lograr éxito en los diferentes ámbitos de la vida. Sin lugar a dudas, que la razón nos permite analizar las cosas, planificar lo que vamos a hacer y desarrollar un sentido moral. Así como la razón nos puede dejar atrapados, también lo pueden hacer las emociones cuando nos paralizan o nos desbordan. Por eso, es necesario entrenar tanto nuestra “mente racional” como la “mente emocional”, y aprender a integrar ambas en nuestras vidas.

La inteligencia emocional tiene varios componentes. El primero de ellos corresponde a la capacidad para darse cuenta de las emociones que estamos sintiendo y saber diferenciar unas de otras. Aunque esto parezca simple, en el mundo occidental aprendemos desde pequeños a no considerar nuestras emociones y de esta forma no desarrollamos la capacidad para reconocerlas correctamente. Piense en el efecto que tiene para un niño cuando le decimos “no llores, no es bueno ponerse triste”.

El segundo componente corresponde a la capacidad para reconocer las emociones en los otros, esto es el desarrollo de una habilidad que llamamos empatía. La empatía se construye sobre la capacidad de estar abierto a las propias emociones y nos permite “ponernos en el lugar del otro”. Es fundamental para las relaciones sociales, porque nos indica cuando callar, cuando preguntar, cuando coger la mano del otro, cuando felicitar y muchas otras conductas que son la base de una buena convivencia interpersonal.

El tercer componente es la adecuada expresión de las emociones. La emoción es una vivencia nuestra e íntima, otra cosa diferente es la expresión que hacemos de ella. Aquí pueden surgir dos problemas, ubicados en ambos extremos: la incapacidad para expresar lo que sentimos y la impulsividad para hacerlo. Ambas afectaran nuestra vida personal, nuestra salud y nuestras buenas relaciones sociales.

La expresión de nuestras emociones debe ser hecha preferentemente en el momento que se la siente, de acuerdo a la intensidad con que se vive y sobre todo, de acuerdo al contexto y a las relaciones interpersonales donde se produce.

Debemos ser dueños de nuestras emociones, saber reconocerlas y expresarlas, identificando lo que sucede en las otras personas, actuando en base a una justa combinación entre razón y emoción, de esta forma se puede tener éxito en las relaciones íntimas, sociales o laborales.



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