Trabajó en la revista “Hoy”, en el diario “La Época”, fue directora de prensa de TVN y directora de comunicación y cultura de La Moneda, durante el actual gobierno.
Ha escrito cinco libros: “Miedo en Chile”, “La ira de Pedro y los otros” “Altamirano”; “El libro de Lagos” y, en coautoría con la sicóloga Eugenia Weinstein, “Mujeres: la sexualidad secreta”. Ella los llama “long sellers”, porque mantienen su venta en el tiempo y no constituyeron sólo un boom.
No obstante, relata que uno de los episodios más impactantes de su vida fue ser llamada por TVN para conducir el cambio de mando entre Pinochet y Aylwin. “Fue una experiencia muy emocionante, inesperada; recién había llegado del exterior y había ido a comprar unos picoteos y unos vinitos para celebrar y sentarme tranquilamente en casa a ver la transmisión”.
-¿Cómo cambiaron los planes?
“Recibí un llamado de Eduardo Tironi – que ya estaba siendo parte del equipo que se iba a hacer cargo de TVN- para que fuera parte del grupo de conductores que iban a trabajar esos dos días. Fue muy emocionante y uno de los recuerdos más fuertes de mi vida profesional”.
-¿Por qué?
“Especialmente porque a los que nos tocó estar ahí, principalmente de los que veníamos de fuera del canal- Augusto Góngora y yo- nos convertimos en un símbolo de que todo estaba cambiando.
“Ninguno de los dos tuvo conciencia en ese momento, de lo contrario hubiéramos sentido una responsabilidad enorme sobre nuestros hombros. Recién nos dimos cuenta cuando salimos a la calle y estaban los festejos y te encontrabas con gente que te abrazaba como si Augusto y yo fuésemos tremendamente importantes. Ahí tomé conciencia del efecto que había tenido nuestra aparición en TVN”.
-Sin embargo, no pudiste dejar aflorar lo que sentías durante la conducción.
“Claro, me habría encantado estar como espectadora, participante, protagonista de lo que se vivía en la calle y no frente a la cámara, tratando de hacerlo bien, sin ninguna experiencia en ese minuto. El darme cuenta de lo que realmente había sido aparecer en televisión se produjo sólo al salir”.
-¿Te hiciste cargo inmediatamente de la jefatura de prensa?
(Vuelve a reírse con ganas). “Después esa aparición fugaz, pasaron meses en que la gente me preguntaba si seguía en el 7. Cuando ya se empezó a organizar el canal, estuve un año haciendo entrevistas en el noticiero central. El ’91, asumí como directora de prensa”
-¿Estuviste ahí hasta el 94?
“A fines de ese año nos echaron, junto al director ejecutivo, Jorge Navarrete, como suele ocurrir en esos cargos.”
-Por discrepancias con el directorio.
“Sí, pero pienso que los ejecutivos máximos del canal no debieran durar más de cinco años. Porque si crees realmente en la autonomía de la televisión pública y manejas al canal así, inevitablemente, vas adquiriendo adversarios, por no decir enemigos.
“En tantos años es fácil crear anticuerpos y vas acumulando una cantidad de personas enojadas contigo que, después de 4 o 5 años, te vuelves ineficiente para el cargo”.
Casada “con libreta” hace 25 años con el director ejecutivo del Centro Cultural Mapocho, Arturo Navarro, tienen una hija en conjunto, Catalina, también periodista, de 23; otra aporte sólo de ella, Susana, sicóloga de 29; y dos de su marido, Javiera, también sicóloga de 30 y Cristóbal, de 26, ingeniero comercial.
Con orgullo cuenta que Catalina dio el examen de grado el martes recién pasado en la Universidad Católica.
-¿Y tú?
“No, yo estudié en la Universidad”.
(Se ríe a carcajadas, se refiere a la Chile, por supuesto, y aclara que esta es una vieja rencilla familiar, porque su marido también es de la Católica).
En medio de la sesión de fotos –para las que posa con la seguridad de quien ha trabajado por años en esto- cuenta que una de las sicólogas trabaja en el Instituto Médico Legal y la otra se dedica a cuidados paliativos de enfermos terminales y a pacientes con dolor. Cristóbal trabaja en el “Fondo de la Esperanza”, en microcréditos.
-¿Tu llegada a los libros tienen algo que ver con que tu marido haya dirigido una importante editorial?
“No, no tiene nada que ver. Llegué a ellos por la censura de la época. Cuando escribí “Miedo en Chile”, pensé que tendría que publicarse en el extranjero debido a la censura a los libros.
“Mientras lo escribía, vino la etapa de las protestas y uno de los primeros gestos de apertura del gobierno militar fue terminar con ella. Gesto bastante inteligente y demagógico, porque la verdad es que eran leídos por muy poca gente; pero a mí me favoreció. Supongo que se compró y se leyó mucho más de lo que las autoridades del momento pensaban, como ocurrió con muchos otros, porque eran el soporte posible para varios temas”.