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La mujer como alimento para el ego

El seductor usa la conquista como una manera de reafirmar su propia autoestima. Lograr seducir a una mujer bonita o talentosa implica apoderarse de un objeto que lo hará brillar ante sus pares.

16 de Febrero de 2005 | 17:48 |
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Aunque se trataba de una historia ficticia, el incorregible Alex Mercader, de la teleserie Machos, reflejaba la esencia de los hombres para quienes la seducción es casi una necesidad biológica.

Son verdaderos pavos reales que despliegan su plumaje para impresionar a la hembra elegida. El problema es que muchas veces el estar comprometidos o casados no es impedimento para hacerlo.

Según la sicóloga Irma Palma, el concepto de donjuán ha dejado de ser el de un hombre galante, atento y culto. Antes había que trabajar más para seducir a una mujer, lo que podía llegar a ser un verdadero arte; hoy, en cambio, la mujer está más dispuesta incluso a ser ella quien tome la iniciativa.

Los seductores modernos no recitan poemas ni agasajan con frases románticas, pero siguen usando el mismo juego de miradas y sutiles señales que reflejan un afán por seducir a la contraparte.

Sin embargo, el motor de esta conducta no es la otra persona, sino el propio donjuan. Él persigue el triunfo, la ventaja de apoderarse de un objeto que lo hará brillar, precisa el siquiatra León Cohen.

Cuota de narcisismo que, en su opinión, explicaría la búsqueda de cualidades especiales en el otro: Algunas veces el hombre elige a aquella mujer que por su belleza, dinero, talento u origen sea alimento para su propio ego.

"¿Mujeriego? Por ningún motivo. No me considero un hombre al que le gustan todas las mujeres, sino sólo algunas". Así explica Rafael la diferencia entre ser mujeriego y ser donjuán. A sus 65 años, y a pesar de que su número de conquistas excede con creces al de matrimonios y pololeos juntos, tiene más que claro que lo suyo nunca fue disparar de chincol a jote. "No me gusta definirme, pero si tengo que hacerlo prefiero decir que soy un conquistador, y que a la hora de elegir me fijo en la belleza, simpatía o inteligencia de la mujer".

A sus 29 años, Juan Pablo ha tenido más de treinta mujeres en su vida, cifra que no dejó de aumentar a pesar de que pololeó desde los 17 hasta los 24.
"Estaba súper enamorado de mi polola, pero igual le ponía el gorro o coqueteaba con sus amigas. Sé que no es nada para estar orgulloso, pero la sensación de ser correspondido es demasiado gratificante como para dejar de hacerlo", afirma.

Capacidad de conquista que se le hizo patente en la adolescencia, cuando descubrió que su personalidad atraía incluso a las niñas que creía fuera de su alcance. Lo consideró un don y "los dones no se pueden desperdiciar", dice riendo.

Él mismo reconoce que detrás de su actuar se esconde la convicción de que toda mujer que se le acerca lo hace para ser seducida: "Yo les doy en el gusto y las hago sentirse bien", afirma.


Quien nace chicharra...

Las razones por las que algunos hombres viven en un plano de permanente conquista o coquetería son muchas y variadas.

Según Cohen, algunos donjuanes poseen rasgos patológicos relacionados con una fobia al amor y al aburrimiento: Pueden enamorarse cuando están tras la presa, pero difícilmente van a llegar a amarla; huyen del amor verdadero porque es el escenario donde pueden ser descubiertos tal como son.

Es el mismo narcisismo el que crea una barrera entre el donjuán y el verdadero amor. Su afán por buscar y alimentarse de las virtudes de la otra persona no los deja ver sus defectos y aceptarla tal cual es, lo que les impide establecer un vínculo profundo y duradero con ella, agrega.

Rafael cuenta que sí se enamoró, pero la fama de mujeriego que arrastraba le trajo no pocos problemas: Los celos provocaron muchas peleas, aunque le fui completamente fiel, afirma.

Reconoce, eso sí, que no puede resistir el encanto de una mujer coqueta y que hasta hoy no se da cuenta cuando ya ha caído en el juego de miradas y gestos.
Ahora que estoy más viejo me encuentro coqueteando con la joven que vende en la tienda o con la secretaria de un amigo. Sé que se ve ridículo, pero lo más divertido es que ellas me responden, sostiene con cierta dosis de orgullo.

A juicio de Cohen, el donjuanismo se puede originar como una defensa frente al miedo que pueden producir otros sentimientos, como el desamor y el rechazo.
En esos casos, el hombre puede establecer una relación comprensiva que lo haga dejar de lado esos temores y lo ayude a enamorarse de verdad. Sin embargo, el cambio no siempre se produce de forma natural y puede requerir terapia.

La sicóloga Irma Palma asegura que la mejor forma de vivir en armonía con un hombre por esencia seductor es aceptarlo tal como es y no forzarlo al cambio, siempre que se limite a seducir sin llegar a ser infiel.

Algunos hombres se jactan frente a sus pares de su capacidad amatoria no sólo porque en realidad gozan seduciendo al sexo opuesto, sino para no dejar lugar a dudas de su condición sexual.

El sociólogo de Flacso José Olavarría comenta que esta conducta no indica necesariamente una homosexualidad del hombre, sino que simplemente responde a su afán por demostrar lo macho que es. Nuestra cultura valora la hombría, y una forma de demostrarla desde la adolescencia es a través de la capacidad de seducción que se tenga, explica Olavarría.

Al mismo tiempo, precisa que no todos los hombres la expresan con la misma intensidad, pero todos tenemos esa característica en mayor o menor grado.
En su opinión, la arraigada creencia de que los hombres son más impulsivos y controlan menos su sexualidad que la mujer ha contribuido a justificar, en caso de infidelidad o engaño, la conducta excesivamente seductora de algunos varones.