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Cuando las formas de ser se vuelven enfermizas

16 de Febrero de 2005 | 18:07 |
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Cuando observamos a nuestro alrededor, una de las primeras cosas que podemos notar es la diversidad presente en la naturaleza. Los seres humanos no estamos ajenos a eso, pudiendo reconocer entre nosotros, entre otras muchas variaciones, a individuos con diferente color de piel, altura o peso, con distintas formas de sentir y pensar, con variadas definiciones acerca de la felicidad o el amor, acerca de nuestros objetivos en la vida, etc.

La suma de las características que le otorgan a cada ser humano su individualidad propia, estable e inconfundible, la denominamos “personalidad”. El concepto de personalidad ha suscitado gran interés a través de la historia de la humanidad y ha sido motivo de estudio e investigación por parte de muchas disciplinas tales como la filosofía, psicología, sociología, psiquiatría, antropología, neurología, genética, neuropsicología, psicofisiología y lingüística. Todas estas disciplinas han intentado responder preguntas tales como ¿cuál es el origen de la personalidad?, ¿cuáles son las bases teóricas de funcionamiento de la personalidad?, ¿existen tipos específicos o categorías de personalidades?, ¿cuál es el límite entre una personalidad normal y una anormal?, ¿cuáles son las manifestaciones clínicas de las personalidades anormales? o ¿existe tratamiento para los trastornos de la personalidad?

De lo expuesto anteriormente se desprende que existen variadas definiciones de personalidad, además de la descrita. Unas ponen énfasis en la permanencia en el tiempo describiendo a la personalidad como “lo que mantiene la memoria de si mismo y lo que recuerda haber sido ayer y ser hoy uno y lo mismo”. Otras ponen el acento en el concepto de proceso subrayando los continuos cambios y desarrollos que va experimentando el individuo a lo largo de su biografía.

La psiquiatría ha realizado importantes aportes en la comprensión de la personalidad y sus alteraciones. Escuelas tan diferentes como el psicoanálisis y el modelo cognitivo conductual han permitido formular modelos teóricos que explican tanto el origen como los mecanismos psicológicos de funcionamiento y en las ultimas décadas el desarrollo de la psiquiatría biológica ha logrado correlacionar sistemas de neurotransmision (grupos de neuronas ubicadas en el cerebro que se comunican a través de neurotransmisores tales como serótina, dopamina, noradrenalina, etc.) con determinados tipos de personalidad.

Todo lo anterior permite no solo realizar un diagnostico adecuado, sino que también avanzar en el tratamiento. Existe bastante consenso entre los investigadores acerca de que la formación de la personalidad tendría un origen multifactorial, que consideraría aspectos genéticos, constitucionales, psicodinamicos, familiares y psicosociales.

Desde el punto de vista psicoanalítico la personalidad normal se caracteriza por poseer un concepto integrado del si mismo y un concepto integrado de los otros significativos; presentar una fortaleza que permite la capacidad para el afecto y el control de los impulsos y la capacidad para sublimar a través del trabajo; contar con un “súper yo” integrado y maduro que permita desarrollar un sentido de responsabilidad personal, capacidad de autocrítica realista, compromiso con las normas valores e ideales; y poder manejar apropiadamente los impulsos libidinales y agresivos, pudiendo expresar necesidades sensuales y sexuales acompañadas de la expresión de ternura y compromiso con el ser amado.
El concepto de normalidad, anormalidad y el límite entre ambas también ha sido ampliamente debatido, considerándose actualmente de gran importancia en el diagnóstico de los trastornos de personalidad el hecho que la personalidad cause sufrimiento en el afectado y/o en las personas que lo rodean.

La mayoría de las clasificaciones de trastorno de personalidad involucran por lo menos cuatro aspectos: comienzo en la niñez o en la adolescencia; persistencia a lo largo del tiempo; anormalidades que parecen representar un aspecto básico de los rasgos del individuo y asociación con un grado significativo de malestar y/o sufrimiento personal o social.

Una de las clasificaciones más usadas universalmente, llamada DSM, distingue tres agrupaciones de trastornos de personalidad: Las relacionadas con la esquizofrenia (esquizotípico, paranoide y esquizoide) que se caracterizan por la extravagancia y el aislamiento social. El trastorno de personalidad esquizoide se caracteriza por la tendencia al aislamiento, el trastorno paranoide por la desconfianza y el temor a ser perjudicado por los demás y el trastorno esquizotípico incluye alteraciones más severas como excentricidades, distorsiones en el funcionamiento intelectual y en la percepción.

Las de tipo afectivo e impulsivo, también llamados “dramáticos”, incluyen al trastorno limítrofe, histriónico, narcisista y antisocial de la personalidad. El trastorno de personalidad limítrofe es muy sensible a los cambios en sus relaciones interpersonales y puede responder con marcadas fluctuaciones afectivas, lo cual también se observa, aunque en menor medida, en el trastorno histriónico. El trastrono antisocial puede presentar una relativa insensibilidad a las señales emocionales, pero en cambio muestran una marcada impulsividad y agresividad y el trastrono narcisista es sensible a la crítica y a menudo responde a ella con humillación y rabia.

Las relacionadas con la ansiedad (evitativa, dependiente, obsesivo compulsiva y pasivo agresiva) se asocian con patrones de conducta maladaptativos producto del intento de protegerse de la ansiedad.

En cuanto a los tratamientos, actualmente existe claridad acerca de que los individuos que presentan un trastorno de personalidad deben ser abordados por un equipo terapéutico, que cuente al menos con un psiquiatra y un psicólogo, que brinde psicoterapia y farmacoterapia especifica para cada tipo de trastorno, requiriendo un prolongado tiempo de tratamiento (meses y muchas veces años).

La evaluación de resultados terapéuticos es difícil de realizar y en ocasiones resulta ser poco alentadora, probablemente debido a que se trata de desórdenes crónicos que requieren tratamientos por largo tiempo, con frecuentes recaídas, abandonos, resistencias al tratamiento y otros.