Se baja de una camioneta Ford verde, viste pantalones de cotelé claros, una chaqueta oscura y trae un gran bolso lleno con la ropa que ha usado durante el día: el uniforme de instructor de aikido y el delantal de médico.
Sigue siendo muy atractivo, enigmático, algo irónico y muy intelectual este doctor, más recordado por haber conducido varios programas de televisión que por su grado académico.
Alberto Daiber tiene 53 años, pero parece de menos. Conserva un muy buen físico, usa el pelo largo y desordenado, se toma tiempo para responder y muchas veces se va por las ramas. Le gusta conversar y se le nota; es acogedor y nada de posero, más bien franco y amable y, a veces, un poco disgregado.
Vivió hasta los doce años en el sur de Chile, en La Unión. “Después nos vinimos a Santiago ¡menos mal, porque soy súper urbano!, cuenta.
Su padre, médico igual que él, le heredó el gusto por el arte. Además de haber sido diputado DC- “apenas un período, porque le cargó cómo se hace política”-, era pintor y escritor.
Recién salido del colegio intentó estudiar Economía, pero no le gustó. Después se decidió por la medicina y, paralelamente, hizo teatro en la Escuela de Artes y Comunicaciones de la Universidad Católica (EAC). Sonríe, cómplice, y cuenta que su primer papel fue el de un extremista.
-¿Cómo nace el interés por las comunicaciones?
“Siempre tuve interés por lo artístico y lo intelectual desde chico”.
-¿Por qué estudiaste medicina, entonces?
“Yo era un tipo muy neurótico. Pensé que si me dedicaba a la siquiatría, podía tomar conciencia de mi propio ser y cambiar esa conducta”.
-¡¿Pero eres hematólogo?!
“Cuando hice la beca en siquiatría me di cuenta de que no era para mí. Hay que estar mucho rato sentado y ¡yo soy hiperkinético! Así que me cambié y me fui a Laboratorio Clínico”.
-¿Y los programas de TV?
“Empecé a echar de menos la parte más intelectual, así que con mi socio en el laboratorio decidimos formar un grupo de trabajo en comunicaciones e hicimos los primeros seminarios con Humberto Maturana y otros científicos y pensadores que trajimos de Estados Unidos.
“A raíz de eso, uno de mis alumnos de aikido, Alejandro Schlessinger, me propuso sacar al aire el primer programa de la televisión chilena hecho por una productora independiente”.
-“La Cámara de los Comunes” en el Canal de la Chile, el 11.
“Sí, era re bueno, un planteamiento absolutamente distinto a lo que se hacía en televisión en esa época. Era un misceláneo en el que tocábamos un tema y lo enfrentábamos de manera sistémica. Planteábamos una reflexión a través de la voz popular, que estaba completamente excluida de la tv. Nos daba una gran sensación de inteligencia y de participación de los que no tenían voz.
“Después vino “Zona Franca”; sobre las emociones, pero tratadas de una manera algo poética a partir de las vivencias de la gente”.
-En ese momento dejaste la productora de Schlessinger.
“Claro, e hice un programa más loco que la cresta, muy divertido, al que le fue relativamente bien: “Carta Blanca” en Megavisión”.
-Y finalmente, “El hombre al desnudo”, en TVN.
“Me llamaron para hacer un programa de corte médico, pero la idea no me gustó mucho, me daba una lata tremenda. Le di unas vueltas y traté de disfrazarlo un poco, de programa antropológico. Le fue muy bien en rating”.
-Tu salida de pantalla, ¿tuvo que ver con el programa sobre sexo?
“No le gustó a la gente del directorio, principalmente por la marcha de homosexuales, ¡eran cinco caminando por la Alameda! Salió en dos páginas en La Segunda, ¡fue un desagrado!
“Después, El Porvenir de Chile escribió cartas de las que se hizo eco el barrio alto, donde decían que Alberto Daiber era lo peor que había, y me empezó a entrar mala onda, como una depresión.
“Intervinieron el programa, la línea editorial; me pusieron un siquiatra encima a analizarlo; me aburrí y me fui”.
-¿No crees que existe un vacío de programas que hagan pensar en la TV actual?
“Yo le echo la culpa al mecanismo global de cómo funciona el mercado- en la televisión, te digo-, que va seleccionando lo más liviano, lo más trivial, lo más repetitivo, lo más digerible del momento.
“Por otro lado, está la presión de los que seleccionan la pauta, los que están a cargo de los medios, que son medios reduccionistas… ¡No sé bien interpretarlo, tampoco!”
-¿Por eso dejaste la TV?
“Me anduve medio espantando con esto de ser público y preferí tener un perfil más bajo. Se impone mucho esa imagen sobre uno mismo; es una retroalimentación tan fuerte y yo, que trabajo como médico, empecé a tener ciertos problemas con el trabajo. No me sentía libre en uno ni en otro lado.
“Por otro lado, yo soy súper perfeccionista; me hacía la tremenda cuestión por cada programa y competía con la farándula: no había ningún plus aplicado por todo el trabajo. Ni siquiera nos repetían en esa época”.
-¿Quisiste dejar de ser cara visible?
“Claro y me empecé a dedicar a hacer ficción. Era difícil diferenciarse del personaje de la televisión, porque es parte de uno, ¡en ese tiempo no tenía el cuero de chancho que tengo ahora!”
-¿A pesar de ser siquiatra?
“Sí, a pesar de eso. Cuando publicaban en todas partes que yo era un canalla, o mentiras, amoríos, cosas así… yo entiendo a algunos famosos que se angustian por los cuentos que les corren o porque ventilan su vida privada”.
-¿No tienes ganas de volver a conducir un programa?
“No, la verdad es que no, porque era muy agotador. Además la TV tomó un tono de vulgaridad total.
“Es cierto que significa plata, éxito, bonos extra, acceso a muchas cosas; pero tiene ese otro lado –que no sé definir muy bien- que hace que no la eche de menos”.
-Hay cierta ironía en tus respuestas.
“La ironía tiene que ver con la capacidad de ponerse uno en otro lugar, de mirarse y encontrar que soy un poco ridículo. Hay un ángulo en que uno es ridículo, que lo que digo no es tan perfecto como quiero decirlo cuando lo digo, ¿me entiendes?, tiene que ver, incluso, con la manera de pensar. No tengo esa identidad de la gente muy inflada”.
-¿Y el humor?
“Es importantísimo en las relaciones interpersonales, ¡me ha evitado muchas peleas!”
-¿Por qué?
“Antes era muy cascarrabias, con lo viejo se me ha pasado un poco y el humor y la ironía han ayudado mucho”.
-Hablemos del médico ¿es sólo la manera de subsistir?
“Bueno, no, me encanta trabajar, porque -como dice Fidel Castro- el trabajo dignifica al hombre. Me hace bien estar metido en lo que estoy haciendo.
“Me dediqué hartos años a atender pacientes, ahora menos. Me gusta organizar, soy más empresario que médico. Tenemos laboratorios, me gusta que funcionen y sean los mejores laboratorios de Chile”.
-¿Y la dirección de películas?
“Me encanta dirigir películas, ¡es lo máximo! Pero el ritmo es bajo, entonces voy a tener como 90 años cuando empiece a hacer películas buenas”.
-La primera, “Punto Rojo”, no recibió muy buena crítica.
“Es una buena película para televisión. Me entretuve mucho haciéndola, creo que estaba llena de errores, pero la quiero mucho. Se la pones a niños de doce años y la disfrutan. Está llena de personajes tremendamente estrambóticos, ¡me encanta!”
-Has hecho varios de los “Cuentos Chilenos” de TVN.
“Sí y me ha ido bien, por eso me he mantenido haciendo películas para la tele, además de algunos mediometrajes”.
-¿En qué estás ahora?
“Estoy haciendo un largo, basado en la novela “El Roto”, de Manuel Rojas. Todavía no sé cómo se va a llamar. Tiene un elenco salvaje, con una actuación espectacular, aunque el Fondart dijo que era regular”.
-¿Por qué? ¿Tiene su auspicio?
“No, no, es que la idea nació a partir de uno de los “Cuentos Chilenos” que hice para TVN, y de allí salió esa crítica”.
-¿De dónde sacas la plata, entonces?
“Todo lo que iba para la jubilación, se fue para allá; el resto es deuda. Pero le tengo confianza, creo que es una película a la que le va a ir muy bien en Europa y Argentina, ¡mi público objetivo es de otra parte!”
“Parezco gallina, soy lo más maternal que hay”
“¡¡Van a pensar que soy un bruto!!”