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“Le robo tiempo al sueño”

15 de Febrero de 2005 | 10:33 |
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El flamante alcalde de Peñalolén sonríe al recordar los dos años intensos que vivió en Estados Unidos. Y sonríe porque todavía está pagando el crédito CORFO que solicitó para costear los estudios de su señora psicóloga y la guardería de su hijo Claudio José (12), que les salía nada menos que US$ 800 mensuales.

Esa experiencia, entre 1993 y 1995, generó una “doble empatía” con el mayor porque “me tuve que hacer más cargo del crío”. Su esposa estudiaba a la par que él, así que rápidamente debieron repartir labores domésticas. Ahora, comparten la educación además, de los mellizos Sebastián y Daniel (7) y del pequeño Benjamín de pocas semanas.

-¿Qué mantuviste de esas tareas al regreso? ¿Recuperaste las raíces machistas?
“¿Qué tareas?... Mira, no soy un machista ideológico, soy simplemente práctico. Tengo súper claro la importancia de la igualdad de los roles y todas esas cosas, pero en la práctica, como estoy tan volcado para afuera, hay problemas de tiempo.
“Los ratos que estoy en la casa, que son pocos, los privilegio para estar con la familia. Ahora, nunca he tenido problemas para hacer la cama, lavar platos, pero como tenemos apoyo doméstico, no es mucho lo que hago, excepto cuando no tenemos nana”.

-Pero ¿cumples con otras funciones? ¿Ir a las reuniones del colegio?
“A ver, hago algunas cosas. Nunca he dejado, ni cuando era ministro o he estado en campaña, de llevar a los niños al colegio. Voy a todas las reuniones y también tenemos ritos familiares como ir a misa. Puede que llegue tarde, eso sí”.

-¿La vida pública ha castigado tu vida familiar?
“Ha castigado la cotidianeidad. Eso ha sido lo más importante; los fines de semana estoy con ellos y tenemos cuento. Hace tiempo que opté, aparte de salir con el choclón, salir con uno solo. Una vez la mes, mis hijos tienen una salida conmigo solos y hago lo que les gusta. Además, nos gusta harto el camping porque es una actividad de familia donde no hay tele.
“Una de las cosas que añoraba en la campaña era poder salir de Santiago. Esta ciudad me gusta, pero no me desconecto y para hacerlo me tengo que ir al campo”.

-¿Hay espacio para los amigos?
“Tengo amigos que vienen del colegio. Hay un lote, como siete parejas, que fuimos miembros del centro de alumnos, nos fuimos después a EE.UU., somos compadres entre nosotros. Con un grupo de ellos acampamos todos los veranos, con otros hay más onda también porque tenemos, desde hace 18 años, una comunidad de vida cristiana; en los eventos importantes estamos juntos. También están los amigotes de otros ámbitos, de la política”.

Sus múltiples actividades terminaron por afectar sus impulsos deportivos. Nada de cosas grupales y todo más mesurado, porque la inactividad le empezó a pasar la cuenta con una serie de lesiones. “Tuve que empezar a hacer cosas que nunca había hecho como elongar. No había ido nunca a un kinesiólogo y en los últimos 3 años habré ido unas 10 veces”, explica.

A estas alturas la bicicleta y la raqueta son las mejores compañeras; hace tenis o squash; esto último, según él, lo practican pocos. “Cada vez que veo un tipo que hace squash le pido una tarjeta, con eso te digo todo”.

En esta vorágine su señora Francisca también consigue su espacio. Salen mucho al cine y a comer, se juntan con otros amigos en sus casas.

-¿A qué le robas tiempo, entonces? El día tiene sólo 24 horas.
“Se lo robo al sueño… y uno también empieza a hacer combos en la vida. Si tengo que ir el domingo a Peñalolén y el recorrido es a caballo, entonces, lo transformo en paseo familiar”.

-¿A qué otra cosa le quitas tiempo?
“Al estar, al ocio. Por eso mi añoranza del campo, porque ahí uno puede andar a caballo y caminar, pero llega un momento en que sólo estás. De eso tengo poco, siempre estoy haciendo algo”.

Perdón ¿fuiste niño Ritalín?
“Nunca, pero yo creo que fui mal diagnosticado, para serte franco” (y lanza la carcajada).

Cuenta de paso una anécdota: se convenció de que era disléxico porque durante el año que vivió en EE.UU. con sus padres le mandó saludos al “curzo” del colegio. “Cuando regrese me tenían un cartel que decía “curzo” con una zeta del porte del pizarrón”.

Para salvar el problema, leyó mucho y se aprendió –“como mateo”- las reglas ortográficas; así detecta hoy los errores obvios, pero no los otros. Aclara que no era un estudioso compulsivo: “Sólo tenía claro el sentido del deber”. Hoy les transmite lo mismo a sus hijos; a ellos les dice ”buenas notas compran autonomía”.

-¿Cuál es tu vicio privado?
“Estar en una tina o jacuzzi y leer la prensa, con música de fondo”.

-¿Lo haces? ¡Si no tienes tiempo!
“Lo debería hacer una vez a la semana, trato… el domingo en la mañana, una hora y media”.