EMOLTV

Un reclamo masculino

20 de Julio de 2005 | 09:47 |
imagen
UN RECLAMO MASCULINO
En circunstancias que no puedo describir, un grupo de machos me ha pedido que comunique a las mujeres que leen esta columna algunos reclamos. El más importante, a juicio de quien escribe y no de los que reclaman, se relaciona con las verbalizaciones femeninas, particularmente las ligadas a la experiencia sexual.

"¿Qué quieren saber? Si uno no sabe lo que siente, siente no más. Entonces, tanto hinchan que uno termina inventando algo que parezca que les va a gustar".

"En la vida uno habla cuando las cosas andan mal, en las crisis, cuando tiene que aclarar cosas; pero no habla cuando está disfrutando lo que está sintiendo. Entonces, cuando a mí una mujer quiere que le explique lo que siento o sentí, sospecho que es porque lo pasa o lo pasó mal. Es como una campana que advierte que no es perfecto".

"En los primeros encuentros, es de cajón que hay que tratar de decirles cosas, porque quieren saber cuándo me empezó a atraer, qué sentí cuando A o B y yo no sé qué sentí, sé que ella me atrajo mucho, nada más. Las mujeres no tienen fantasías directas como nosotros, creo yo; uno la ve y la desviste, por ejemplo. Eso uno no puede decirlo cuando te preguntan cómo te diste cuenta de que estabas enganchado, además sería una mala educación o lo tomarían como que es puro sexo, no sé, muy complicado".

"¿Son las mujeres más reflexivas que los hombres? ¿Por qué piensan tanto? No es que nosotros seamos animales, puro instinto, pero no tenemos tantas palabras y, peor aún, lo sentimos innecesario".

"Díganme si no es típico que cuando uno se está embalando y se le acabaron los sustos porque todo marcha bien, ellas hacen una pregunta amorosa, de ésas que requieren respuesta como: ¿me quieres? o ¿estás feliz? o ¿cuánto te gusto?, o lo que sea. Si uno sigue y no contesta se te taiman y al final uno dice cualquier cosa o se enoja, en el fondo".

Lo que se adivina detrás del reclamo es la sensación de no poder entender y de no tener las herramientas para entender. Y más en profundidad, la incertidumbre del propio desempeño. Y ya en el fondo de los abismos, el terror a la infidelidad.

Todo esto, por el exceso de palabras. Las mujeres, lo sabemos todos, y no todas las mujeres, sino la mayoría, viven el sexo como un mapa del amor. O las más audaces y sexuadas, como un mapa de la propia capacidad de seducir y ser admirada y confirmada en su condición femenina.

Lo mismo hacen los hombres, están a prueba. No siempre ni de la misma manera, según sean las personalidades y la relación en que se da el encuentro sexual, pero el temor a ser rechazado o a hacerlo mal o a hacerlo peor que los otros y las otras está en los hombres y en muchas mujeres. Y ese temor ha aumentado a medida que la libertad sexual es mayor. Los hombres de antes, cuando tenían relaciones con su mujer, no tenían que superar ninguna vara de alto rendimiento. Sus esposas se casaron vírgenes y fueron fieles, eran de ellos.

Hoy ya nadie se casa virgen, no todas son fieles, muchas se enamoran de otro y rompen sus matrimonios. Entonces, los hombres están sometidos a mucha competencia y a alto rendimiento. Así lo viven muchos de ellos.

La ecuación es algo así: mujeres formadas por madres que desconfían del sexo o lo niegan, mujeres que saben que tienen derecho a una vida sexual plena pero que aún (lo sepan conscientemente o no) atribuyen al hombre la mayor responsabilidad en los resultados del acto sexual (menos que de la vida sexual en pareja), mujeres formadas en una cultura que liga el sexo al amor y la sexualidad fuera del matrimonio o de una pareja estable a la prostitución (ya nadie lo diría así, pero está aún en el inconsciente colectivo de que las mujeres "fáciles" pierden a los buenos maridos). Ése es un lado de la ecuación. Al otro lado están los hombres descritos.

Ambos lados se juntan. Las mujeres quieren palabras. Tienen razón, necesitan reducir culpas, buscan seguridad para seguir sintiendo, buscan aprobación y respeto en las palabras. Necesitan las palabras, también, como estímulo sexual.

Cuando hacen recuerdos, las palabras dan origen a las imágenes. Cuando se cuentan o cuentan la historia, son las palabras que el otro dijo las que certifican el tipo de relación y el nivel de interés o de amor del hombre. Muchas cosas, para un acto de la especie. Eso siente el otro lado de la ecuación.

Tenemos un problema. El sentido de esta columna, el sentido de aceptar ser mensajera de otros, es un sentido de consuelo. Si suponemos que los miedos (rollos dicen ahora) o la falta de habilidades, o las legítimas diferencias, están con frecuencia a la base de tantos malos entendidos y penas inútiles, tal vez podamos pasarlo mejor. En la vida, no sólo en la sexualidad.

Entonces, como es verano, como es vacaciones, como se supone que los encuentros sexuales serán muchos, dejemos callados a los hombres, y pidamos que nos dejen hablar. Ni ellos son malos porque no hablan lo suficiente, no describen lo que sienten, no dicen lo que las mujeres queremos oír, ni las mujeres son malas porque quieren la palabra romántica o el refuerzo explícito.

Cada uno a lo suyo, sin juicios de mala intención.




EL COMENTARISTA OPINA
¿Cómo puedo ser parte del Comentarista Opina?