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“Me parecía un poco esotérico ser músico”

04 de Julio de 2005 | 16:50 |
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Max Valdés estudió gran parte de su enseñanza escolar en la Alianza Francesa, pero sus últimos años los cursó en los SS.CC. de Manquehue. Luego estudió un tiempo sociología e, influenciado por Jaime Guzmán, se cambió a Leyes, pero duró sólo tres años.

-¿Cómo fue esto de dejar las leyes y partir a Italia a estudiar?
“Cuando pasé de un colegio a otro, me saltaron un año; entonces, salí siendo prácticamente uno de los más jóvenes de la clase y -entre esos defectos bastante difíciles de explicar que hay en Chile y en otros países, donde se le pide a un niño de 16 años que tome una decisión para el resto de su vida y entre a una carrera de la que no tiene la más pálida idea de lo que se trata-, yo tenía una vaga vocación humanista. Pero todos los niños que la tienen, poseen una confusión mayor que los científicos. Entonces, fui a parar a sociología porque estaba en un colegio ‘social y religioso’ y no tenía contacto con el Conservatorio, puesto que había estudiado privadamente y me parecía un poco esotérico ser músico. Luego, Jaime Guzmán, a quien conocía, me convenció de cambiarme a Leyes”.

Su padre, en ese tiempo, estaba en el gobierno y había toda una imagen y una carga que lo hicieron decidirse por el derecho. Aguantó –dice- porque entre los 17 y los 20 años, las cosas no se toman muy en serio y le parecía entretenido, además, seguía estudiando música.

“De repente me harté con leyes. Me acuerdo, en derecho administrativo, empezó el profesor –cuyo nombre no voy a decir- a hablar y yo dije ¡Hasta aquí no más llego! Me acuerdo como si fuera el día de hoy… tomé mis libros y me fui y no volví más nunca. Había sido como probar en el sentido inverso la vocación”.

-¿Qué hiciste después?
“Me fui a hacer un largo viaje, donde dimos la vuelta por Japón, Rusia, Yugoslavia, Alemania, Italia, Inglaterra y después volví, duró como seis meses. Fui con gente bastante conocida ahora, con Ignacio Pérez Walter, ex senador, y Benjamín Marambio, el arquitecto.
“Fue un viaje muy bonito que a mí me sirvió mucho para tomar decisiones. Cuando volví, estaba en los 20, tomé la decisión final de dedicarme a esto y tuve que empezar prácticamente de cero. Mi familia se había ido toda para afuera, de modo que también me fui yo”.

Tenía familiares paternos en Roma y eso hacía más factible que se fuera para allá. Además, hablaba algo de italiano. Una tía se encargaba de vigilarlo mientras estudió en el Conservatorio de la capital italiana; en algunas materias fue aceptado, otras tuvo que volver a hacerlas. Recuerda que “prácticamente tuve que empezar de nuevo”. Allí estuvo ocho años. Terminó en 1977 y los tres años siguientes los dedicó a tomar cursos de dirección, a seguir directores por Europa y a trabajar con sus propios maestros.

En 1980 ganó un concurso para jóvenes directores en Copenhague, Dinamarca, y eso le dio sus primeros contratos. Después vino otro concurso en Florencia, que le permitió dirigir en Italia. Así, poco a poco, empezó a abrirse camino.

-¿Cuál es la diferencia entre el director y los músicos de una orquesta?
“Para ser director hay que conocer instrumentos; no creo en los directores que no tocan instrumentos, salvo que sean compositores muy eximios. Dirigir está mucho más cerca de tocar que de componer.
“En segundo lugar, las profesiones son distintas, los métodos de aprendizaje también. Puede ser que un director aprenda leyendo una partitura en el piano, pero en definitiva, es un proceso de abstracción mental, donde uno aplica un procedimiento; es decir, el músico aprende mucho tocando su propio instrumento y haciendo ese acto físico; el director no, no suena, hace que los otros toquen, juntos.
“En tercer lugar, hay un factor de orden mental, los directores tenemos que tener una tercera oreja, que está detrás y oye todo. No es fácil, pero se desarrolla con la experiencia”.

Respecto al desinterés de los chilenos por la música clásica, Max Valdés, señala que se pueden seguir dos caminos, privatizar la música como en Estados Unidos y hacerle una gran campaña de marketing o que el Estado se preocupe realmente de inculcar a los jóvenes, en las escuelas, que la música forma parte del patrimonio y los valores de la humanidad. Asegura que Chile todavía no toma decisiones al respecto y, por eso, la baja de público. Sin embargo, defiende acaloradamente los conciertos de los sábados “a luca, donde explicamos las obras y se nota el real interés de la gente por aprender”.

-Cuando te hiciste cargo de la Orquesta, señalaste que se debían hacer varios cambios en el Teatro Municipal, ¿cuáles has logrado?
“Bastante pocos, por desgracia. Este es un Teatro Municipal y hay poco dinero para invertir en infraestructura. Este es un edificio que cumplió una época muy importante, pero no es un teatro para tener una Orquesta Sinfónica en los términos que ella debe ser.
“Curioso porque nadie le pediría a la Selección chilena que jugara en un prado lleno de hoyos; sin embargo, se le pide a la Orquesta Filarmónica – y hay que ver lo severos que son los señores críticos respecto a cómo suena esta orquesta- y nadie sale a decir que esta es una orquesta que ensaya en una sala que no tiene ninguna condición acústica y que toca en un teatro que se construyó hace 150 años y que, objetivamente, tiene un entorno acústico que juega en nuestra contra.
“Creo que indiscutible e impostergablemente, el próximo gobierno deberá plantearse el tema de un teatro nacional, que sea un nuevo edificio donde puedan trabajar dos orquestas, una temporada de ópera como la actual, una sala de teatro; un complejo cultural como hay en todas las grandes capitales y Santiago es una gran capital.
“Si quieren una orquesta que suene bien, tendrán que hacer las inversiones en infraestructura que sean necesarias”.

-¿Qué hay de los músicos jóvenes?
“Todos esos chicos que están sonando en orquestas juveniles y que lo hacen muy bien, van a forzar el crecimiento de nuevas orquestas y de nuevas plazas. Va a llegar un momento que las autoridades políticas se tendrán que dar cuenta que se está empujando para que surjan nuevas orquestas, que fue lo que pasó en Venezuela. Entonces, La Serena, Arica, Iquique, tendrán que empezar a tener sus propias orquestas y así las ciudades se independicen de lo que está pasando en Santiago”.
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