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“Antes se necesitaban otras agallas para ser astrónoma, ahora ¡es papaya!”

La ciencia no es un campo donde habitualmente las mujeres en Chile se destaquen; sin embargo, ellas también están presentes allí y algunas con mucho renombre, como la astrónoma María Teresa Ruiz. Ganó el Premio Nacional de Ciencias en 1997, entre otros aciertos, por ser la primera en observar una “enana café”.

11 de Agosto de 2005 | 10:33 |
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Su interés por la ciencia nació casi por casualidad. Reconoce haber sido siempre muy curiosa, “una de esas niñitas molestosas que andan preguntando a cada rato por qué”. Esa curiosidad se extendió hacia el mundo que nos rodea, hacia la naturaleza, a cómo funcionan las cosas y… “bueno ese es un poco el tema de la ciencia, responderse inquietudes de ese tipo”.

Entró a estudiar ingeniería química en la Universidad de Chile; al poco tiempo se creó el departamento de astronomía, y después la carrera, el año 1966. Ella tuvo un curso llamado “Ciencias de la Tierra y el Espacio” y se enganchó con el tema.

El enamoramiento se produjo en una visita al Observatorio Tololo y “vi ese cielo maravilloso. Me di cuenta que estábamos parados en la vía Láctea y casi me dio vértigo porque tú lo ves así, puesto en el cielo y es como un platillo, casi sentí que me caía. Esa noche me dije Ésto es lo que quiero hacer, fue realmente como un flechazo”.

Después de sacar la Licenciatura en Astronomía, en 1971, viajó a especializarse, pues su interés era prepararse lo mejor posible y volver a Chile “a aprovechar las grandes ventajas que hay aquí en términos de telescopios, observatorios, que son los mejores del mundo”.

- ¿Te fuiste a hacer un doctorado a Princeton?
“Sí, considero que es una de las mejores universidades de mundo para hacer astrofísica, quería prepararme con lo mejor, necesitaba un buen entrenamiento para poder volver a Chile. Y en ese momento, volví el año ´78, el panorama era bastante desolador, había poca gente, era una pena. Creo que fui la primera que recibí la licenciatura en Chile, la que regresó con el doctorado; entonces no tenía mucha gente con quien colaborar, conversar, interactuar. Fueron años difíciles, tiempos en que la plata para investigación era escasa, entonces tampoco se podía traer gente o interactuar con el exterior”.

-O sea, había que tener agallas para ser científico, ¿o no?
“Sí, es bastante difícil, pero también para ser cualquier otra cosa”.

Después de hacer una tesis de doctorado totalmente teórica en Princeton -“quería cargar la mochila con todas las herramientas que me permitieran después trabajar acá”-, estuvo varios años en el tema de las supernovas. Cuando explotan, parte importante de su masa eyectada hacia fuera, contiene todos los materiales que la estrella “cocinó en su interior durante su vida” y por ese proceso existimos los seres humanos. “El universo cuando partió no tenía ninguno de esos elementos que sirven para la vida, ni el carbón, nitrógeno, calcio, hierro, oxígeno, nada; todo eso lo fabrican las estrellas”.

María Teresa Ruiz estudiaba ese material que dura unos cuantos miles de años y que después no se ve más, porque se mezcla y se forma una nueva generación de estrellas. Después, trabajó con las estrellas de baja masa, como el Sol, cuando mueren. Explica que se transforman en una especie de gran diamante en el cielo, muy densas y concentradas –“el Sol cuando muera va a tener el tamaño de la Tierra”-. Éstas son las “enanas blancas” y una cucharadita de té de ellas, puede llegar a pesar cinco toneladas. Son muy difíciles de ver por su diminuto tamaño y, como se van enfriando con el tiempo, apenas se ven.

Un tema que, en un principio parece muy lejano para un lego en la materia, narrado por la astrónoma, con la pasión que lo narra y a la vez con la sencillez de sus ejemplos, va cautivando la curiosidad y nos adentramos en sus estudios sobre materia y energía oscura. Un mundo que sin sus explicaciones sería un completo rompecabezas.

-¿Cuál era tu labor en específico con las enanas blancas?
“Había una incógnita tremenda respecto a si existían o no, cuántas de ellas había. Si se analiza la velocidad con que se mueven las estrellas en la galaxia, se puede deducir la masa de la galaxia, simplemente por gravitación. Descubrimos que hay mucha más masa que la que uno puede ver, eso que no vemos es ‘la materia oscura’. Entonces lo que hice fue a ponerme a buscar esas estrellas que sólo vemos cuando las ilumina el Sol y que son parte de la materia oscura, porque ya perdieron todo su calor”.

Así parece fácil, pero para estudiarlas, se toma una foto del cielo y 10 o 12 años después se toma una nueva y se observan los desplazamientos, comparando las estrellas con un aparato que se llama Blink (pestañeo), porque estudia en base a secuencias. Fue observando muchas de ellas y que encontró varias enanas blancas frías y determinó su contribución a la masa oscura. “Es interesante, porque guardan la historia de lo que fue nuestra galaxia en el pasado”, dice.

El prejuicio es que los científicos son como graves y distantes, características que en nada reflejan a María Teresa. Ella se ríe constantemente, en especial de los nombres que se utilizan en astronomía; explica que “como somos bastante egocéntricos, todo lo nombramos tomando como referencia al Sol”. Así, las enanas rojas, son unas estrellas calientes un poco más pequeñas que nuestra estrella; las blancas, son las que van muriendo y por eso se ven blanquecinas o ya no se ven; la materia oscura… ¡obvio!, porque no se ve.

-¿Y los hoyos negros?
“Para todos los efectos son materia oscura, pero son una concentración tan grande y densa de materia que todo lo atrae, incluida la luz. Entonces no sólo no la refleja, sino que se la traga, entonces si hay una estrella cerca, se la come. Es un bicho bien exótico, parte de este zoológico que es el universo”.

-Te oigo hablar y dan ganas de partir ya a mirar al telescopio.
“Bueno ahora es bastante grato, miras las pantallas de los computadores, en una sala calefaccionada, con cafecito y un refrigerador con cositas para comer. Yo partí cuando había que observar directo del telescopio, muerta de frío y con una linternita que apenas iluminaba, porque la luz causaba distorsión en lo que estabas observando. Antes se necesitaban otras agallas para ser astrónoma, ahora ¡es papaya!
“Es otro mundo, por eso es bueno que la vida tenga un límite, porque la capacidad para absorber estas cosas nuevas, va disminuyendo tremendamente e incluso te da lata”.

A pesar de su constante búsqueda en campos que parecen tan ajenos a la vida cotidiana, ella, con su buen humor de siempre, encuentra mucho más raro el campo que abre la tecnología y la globalización: “No me hables de MSN ni de navegar, sólo me meto a las páginas Web que necesito y yá; no se me ocurriría hacerlo por entretención, como los jóvenes y los niños. Mi marido, sí; de repente estoy bordando el fin de semana en mi casa y él me hace comentarios de lo que encuentra en la Web. Lo he hecho, pero tengo 80 cosas más entretenidas que hacer; todavía priorizo el contacto humano… ¿Cómo no va a ser más entretenido llamar a una amiga para irse a tomar un cafecito que conversar por Messenger?”

- Volvamos a tu trabajo, ¿últimamente has cambiado de giro?
“Sí, gracias a una casualidad –siempre mis cambios son por casualidades-. Un día mirando en un telescopio había una estrellita, estaba en la silla, que me tincó mucho, porque era casi un fantasma que se movía y harto. Tenía un espectro rarísimo (su distribución de energía) y creí que el equipo estaba mal puesto. Hicimos otra toma y apareció lo mismo. Era un objeto que tenía casi toda la energía en el rojo y se me ocurrió mirar por una línea que se llama del litio. ´
“Había escuchado que estaban buscando ‘enanas café’, que son como planetas gigantes, pero que no tienen la masa suficiente para ser estrellas, a tener reacciones nucleares que es lo que hace que las estrellas brillen. El litio es un marcador importante, porque se destruye con el calor, entonces, si hay reacciones nucleares como en las estrellas, no hay litio”.

Todo el mundo las buscaba, pero hasta entonces, nadie las había visto. María Teresa Ruiz fue la primera y sin buscarla y eso, más su investigación en las enanas blancas, la hizo acreedora al Premio Nacional de Ciencias ese mismo año, el ´97.

-¿Qué se siente ante un descubrimiento así?
“Fue una sensación…. Además estaba sola, no tenía a quien contarle, con quien chocar, ni llamar por teléfono, porque todo el mundo dormía a esa hora. Al final le mandé un mail a un colega en Estados Unidos, con este espectro y el también creyó que era una enana café.
Y tal cual, fue la primera enana café que se conoció y fue como un regalo. Fue muy emocionante, sentí como que me hizo señas, porque no la estaba buscando. Además de esa sensación de ¡Uy, si no hubiera estado allí, nadie la hubiera encontrado!”

Habla de ellas como hijas; ésta en especial, la primera, se llama Kelu, que en mapuche significa “roja”. En este momento, existen cerca de 300 conocidas. Pero ya pasó a otro tema, hoy está interesada en la búsqueda de otros planetas entorno a otras estrellas. Su curiosidad no para y la mantiene siempre alerta y observando.

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