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Madurez emocional

columna 21 de mayo de 2005, revista "El Sábado".

10 de Febrero de 2006 | 11:35 |
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El amor adulto requiere del buen desarrollo de un conjunto de capacidades afectivas a las cuales llamamos madurez emocional. A su vez, la inmadurez emocional, aunque nadie sepa muy bien cómo definirla, es uno de los argumentos más esgrimidos para justificar fracasos y explicar frustraciones en las relaciones amorosas.

Como pocas personas se salvan de haber recibido el duro epíteto de "inmaduro" en algún momento de sus vidas, vale la pena intentar precisar tan mentado concepto.

Las personas maduras son aquellas que logran sortear las dificultades que depara la existencia y desarrollan, a pesar de éstas, relaciones íntimas y profundas. Son capaces de hacer los duelos necesarios por las etapas ya pasadas de su vida y no se quedan detenidas ni en la nostalgia por la infancia o la juventud, ni en la frustración por los sueños no realizados.

Van creciendo emocional y socialmente conforme a su edad, logran equilibrar la vida interior con la adaptación a la realidad, no se envanecen con sus éxitos y se reponen de sus fracasos canalizando su energía en la búsqueda de nuevos horizontes. Saben reconciliarse con las circunstancias penosas de la vida sin ser por eso conformistas, son capaces de llevar una vida grata, a pesar de que el mundo no sea perfecto y comprenden que las satisfacciones externas no reemplazan la paz interior.

Es esta fortaleza de carácter la que subyace a la capacidad de amar y de sostener ideales, y a la disposición de hacer sacrificios razonables por las propias convicciones y por los seres amados.

La madurez emocional involucra también muchas otras cosas: entender que el amor implica relacionarse con personas completas y no sólo con las partes de ellas que nos gustan. Comprender que tanto la satisfacción como las carencias son inherentes a las relaciones, que el ser amado puede estar a veces presente y otras ausente, y que es posible amarlo y odiarlo a la vez.

Ser capaz de ampliar las relaciones afectivas a distintas personas sin depender exclusivamente de una. Intuir que al distribuir la satisfacción de las necesidades emocionales en varios otros que ejercen distintos roles (padres, hermanos, amigos, hijos), se reparte no sólo la gratificación, sino también la angustia que provocan los vínculos. Evaluar la magnitud de los peligros que reportan las personas y el ambiente sin agrandarlos ni minimizarlos, y poder diferenciar las cualidades reales de las personas sin idealizarlas, atribuyéndoles todo lo grato y placentero, ni descalificarlas otorgándoles toda la frustración y lo amenazante.

Ser capaz de experimentar sentimientos muy diversos, buenos y malos, incluso contradictorios, sin atormentarse más de la cuenta ni actuar impulsivamente. Poseer la fuerza necesaria para tolerar y manejar la incertidumbre, así como las emociones dolorosas y conflictivas, asumiendo con responsabilidad sus consecuencias. Confiar suficientemente en sí mismo y en los demás, tener el hábito mental de reflexionar introspectivamente y de hacerse preguntas sobre la propia conducta y sus motivaciones, buscando darse respuestas honestas aunque implique reconocer los propios defectos.

Saber elegir compañías saludables y mantener relaciones sanas. Poder ponerse en el lugar del otro aceptándolo en su diferencia, pero a la vez ser capaz de poner límites y distanciarse para protegerse cuando las relaciones se vuelven dañinas. Tener sentido del humor y saber encontrar también lo risible en las propias tragedias. En fin, la madurez emocional no es compatible con la superficialidad afectiva que niega el conflicto interior y hace caso omiso de las dificultades.

Ud., que probablemente ha sido acusado más de una vez de inmaduro o le ha enrostrado en numerosa ocasiones el mismo adjetivo a su media naranja, ahora que ya sabe de que se trata, ponga una mano en su corazón y pregúntese con franqueza, ¿cuán maduro es Ud. emocionalmente?




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