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Jóvenes, solteros y profesionales, pero con pies de plomo

Los esperan con la comida servida y ni siquiera tienen que preocuparse de lavar los vasos sucios. ¿Dejar las comodidades ? Ni hablar.

22 de Noviembre de 2005 | 11:32 |
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"¿Y el ingeniero todavía sigue viviendo en la casa?", es una recriminación que Valentina, la mamá de Darío Gárate (26), recibe con frecuencia de familiares y amigos.

Ante esta pregunta sólo le queda sonreír en silencio, porque la verdad es que el ingeniero sigue viviendo en el hogar materno y por ahora no tiene planes concretos de marcharse.

Y aunque Valentina se apura en decir que su hijo puede vivir con ella hasta que se sienta listo para independizarse, reconoce que el año pasado, cuando Darío ya llevaba dos años trabajando, se atrevió a preguntarle por primera vez si pensaba partir. Sólo por saber, claro.

Según una encuesta realizada en 2003 por el Instituto Nacional de la Juventud, el 43,7% de los jóvenes chilenos entre 25 y 29 años vive con sus padres.

Nada nuevo, si se piensa que el sociólogo japonés Masahiro Yamada ya lo había anticipado en 1997, cuando describió a los profesionales de su país que aun teniendo ingresos suficientes se negaban a dejar el hogar. ¿Su pronóstico? Que la tendencia de la generación parásito iría en aumento.
Para cortar el cordón
Comodidad y miedo a los compromisos a largo plazo, tanto en las relaciones de pareja como laborales, son las causas que la sicóloga juvenil Pilar Sordo ve para que los jóvenes actuales se nieguen a dejar el hogar.

"El quiebre de irse de la casa les genera mucha angustia y ansiedad. Quieren ser adolescentes eternos y no soltar el lazo. Les da miedo valerse por sí mismos porque no tienen las habilidades. Es una generación muy protegida por sus papás", sentencia.

Según la experta, lo ideal sería que una vez alcanzada la añorada independencia económica, los profesionales lograran asumir su vida propia con las dificultades que ésta tiene.

Tener que pagar las cuentas, por ejemplo, los haría tomar decisiones que impliquen madurar y adquirir compromisos permanentes.

¿Cómo se logra esto? "Es indispensable que asuman sus miedos. Que no le teman al error ni al fracaso, porque a todos les ocurre y son necesarios para crecer", puntualiza Pilar Sordo.


Dicho y hecho: según un estudio, el 60% de los españoles de entre 25 y 30 años que trabajan aún no han despegado del hogar familiar, casi el doble que en los ochenta.

Total comodidad

Darío tiene dinero y ganas para comprarse un departamento, pero su idea no es mudarse a él, sino arrendarlo y con esa plata, adquirir otro. "A ése quizás sí me iría a vivir", reflexiona.

Dice que siempre ha sido bueno para juntar plata y que ahora que podría gastarla simplemente prefiere no hacerlo, y que eso, sumado a la comodidad extrema que le ofrece su hogar, hace que le dé flojera cortar el cordón.

"No me imagino cocinando, ni llegando después de la pega a prender las luces. ¡Sería heavy! En mi casa me dan todos los días el desayuno en la cama, y eso es impagable. Y si me junto en mi casa con amigos, ensucio vasos y da lo mismo porque al día siguiente te lavan la loza", admite sin pudor.

Claro que sabe que no todo es color de rosa. Está el lado de la presión por los horarios de llegada y la obligación de levantarse a almorzar el domingo sin que nadie tome en consideración la hora en que se acostó. Pero son gajes del oficio que por ahora está dispuesto a soportar.

La mamá de Sofía sueña con cambiarse a un departamento más chico, trabajar menos horas y dedicarse a la pintura. Cada mes le advierte a su retoño de 28 años que este año sí se mudará y, a la pasada, le comenta a Sofía sobre departamentos en arriendo y las ofertas en electrodomésticos.
Pero Sofía no se da por aludida. "Siempre dice lo mismo, pero no puedo hacer nada. No tengo un trabajo estable para independizarme, y tampoco me iría a vivir a una pieza toda mala, en un subterráneo sin luz del sol. Si me voy no quiero estar toda incómoda. Estoy acostumbrada a como es acá. Además, siendo sincera, tampoco creo que se vaya y me deje tirada en la calle. ¡Es mi mamá!".

Claro que nunca se sabe. Hace un par de años en Italia, un matrimonio cambió la cerradura de la casa para impedir que su propio hijo, de 30 años, volviera a entrar. Finalmente, y con proceso judicial de por medio, los padres tuvieron que recibirlo de vuelta.

Un caso extremo del que Luis Hernández, de 31 años, se siente muy lejano. "Todavía no he encontrado la instancia para independizarme. No me ha nacido. No he tenido necesidad de buscar un espacio para estar más en solitario", reconoce.

Para él su opción no tiene nada de extraña: la mitad de sus amigos están en las mismas.

"No sé si mis papás están contentos con que siga acá -dice medio en broma y medio en serio-, pero nunca me han presionado o tirado alguna indirecta para que me aleje. No creo que haya una obligación de dejar la casa, a menos que a uno lo echen", sentencia.
Gracias a que sigue viviendo con sus padres, los últimos meses que ha estado sin trabajo no han sido lo agobiantes que podrían haber resultado si viviera solo. Es que Luis sabe que en momentos de desesperación, todavía puede recurrir a su mesada. Como cuando estaba en el colegio.
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