“Las de mayores recursos viven la violencia en una soledad espantosa”
28 de Septiembre de 2005 | 17:32 |
El Centro de Desarrollo Integral para la Familia nació, en 1996, con una triquiñuela, una cartita bajo la manga.
La idea era ayudar a las mujeres de escasos recursos a enfrentar sus problemas diarios como la violencia intrafamiliar, pero el “gancho” para ello fue dar capacitación porque de otro modo no se acercarían. Así, quienes iban por un curso de chocolatería, al cabo de un tiempo y tras develar sus angustias conversando con las demás compañeras, eran derivadas “sabiamente” por el monitor a terapia.
Hoy, el Centro ofrece 24 cursos de capacitación, pero también dicta talleres de crecimiento personal y cuenta –en forma permanente- con dos psicólogos de adultos, igual número para infantes, dos asistentes sociales, dos orientadores familiares y un psiquiatra.
Así, semanalmente circulan unas mil personas, entre hombres y mujeres, por la acogedora casa ubicada en el corazón del pueblito de Lo Barnechea. Y como la idea del Centro es fortalecer los lazos, también cuenta con una guardería que entretiene a los niños de aquéllas que van a los cursos de capacitación, de modo que no los dejen solos en la casa, pero tampoco pierdan esta oportunidad que se les ofrece.
La labor que hace no es menor si se considera que el 73% de las mujeres que viven en los sectores de bajos recursos de la comuna son jefas de hogar, es decir, de las 4.500 familias pobres censadas, casi 3.300 tienen al frente a una mujer.
Pero lo más sorprendente es que el Centro terminó acogiendo a mujeres de mayores ingresos que no sabían a quien recurrir.
-¿Éste ha sido un lugar de integración? “Sí, tú tienes en un curso de repostería a la asesora del hogar y a la dueña de casa. La primera está capacitándose para poder iniciar un pequeño negocio, dar un paso a la microempresa; la segunda, para preparar una cena para amigos”.
-¿El Centro se ha convertido en una salida para las mujeres que sufren violencia intrafamiliar? “Totalmente. No sólo en la mujer de escasos recursos que hoy se atreve a denunciar, en parte, por el trabajo que hacemos, si no que también entre dueñas de casas que no se atreven a ir a otra parte.
“A ellas las acogemos, pero luego las derivamos a especialistas de las universidades Andrés Bello y del Desarrollo, porque pueden pagar algo, pero no mucho tampoco. Las señoras (con entonación) que sufren de violencia también se quedan sin plata, porque les quitan la tarjeta de crédito y muchas no ejercieron su profesión después de casadas porque se dedicaron a criar sus hijos”.
-¿Hay diferencias entre una y otra? “A lo mejor, el más pobre llegó borracho y le pegó a la señora; el otro, es bien consciente, es como psicópata.
“Las que llegan acá (de clase alta) son las mínimas porque les da vergüenza y les es más fácil ocultar. Acá, (en la población) como viven en casas más pegadas unas de otras, lo sabe la vecina, el señor del almacén.
“Las de ingresos económicos altos viven la violencia en una soledad espantosa. Saben que existe el Centro de la Familia, pero les da miedo venir porque temen encontrarse con alguien”.
Además de la gran labor que realizan en esta área, el Centro ha gestado programas de microcréditos para quienes quieren iniciar su negocio. Aunque la fundación que los financió en un comienzo se retiró para ir en apoyo de otra comuna más pobre, María Olga Elías está ideando la forma de mantener el sistema.
“La gente que tiene oportunidades y tiene espíritu emprendedor sale adelante, saca a sus hijos de la pobreza, sube un peldaño”, sostiene segura.
-¿Podríamos decir que uno de los privilegios que tiene una mujer de escasos recursos que vive en Lo Barnechea es que su fuente de trabajo está más cerca? “Por supuesto. Hace muchos años, por el hecho de que la municipalidad no tenía terrenos para erradicar los campamentos, se les ofreció irse a otras comunas y no quisieron. Y la razón está que la gente tiene más cerca sus fuentes de trabajo, las que trabajan puertas afueras llegan más temprano a sus casas y ven más a sus hijos”.
-Eso les mejora la calidad de vida. No pasan cuatro horas en una micro. “Sí, les baja el estrés, están más cerca de su gente e incluso tienen la opción de que les paguen extra porque a veces, les piden que se quedan más horas. No es integración, se trata de necesidades mutuas, unos requieren el servicio, otros la plata”.