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Los costos de ser el hermano mayor

Son los únicos que han tenido la total atención de los padres, pero, a la vez, se llevan el peso de sus expectativas. Por eso, suelen ser autoexigentes y apegados a las líneas paternas.

17 de Octubre de 2005 | 14:47 |
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El grande es el "viejo chico", correcto y autoexigente; el del medio, el sociable e innovador, y el conchito, regalón y consentido. Gruesos estereotipos que dan cuenta de cómo el lugar que ocupan los hijos dentro de la familia puede ayudar a moldear sus personalidades.

A los especialistas no les gusta generalizar de este modo, porque son muchos los factores que determinan una personalidad, pero algo dicen estas imágenes.

Y muchos padres y madres se sorprenden de cuán diferentes son las personalidades y caracteres de sus hijos, criados bajo un mismo hogar. El investigador Frank Sulloway, quien estudió las características de 6 mil líderes e innovadores en relación con el lugar que ocupaban entre sus hermanos, lo explica de este modo: "Dado que la atención paterna es una fuente limitada, los niños compiten diversificándose e insertándose de distinto modo en el núcleo familiar".

De ahí que, según él, los hijos mayores suelen ser más apegados a la tradición y al camino que señalan los padres, y los menores o los del medio, en cambio, se atreven a desafiar todo eso. No es casualidad, dice, que Darwin, creador de una teoría revolucionaria en su tiempo, haya sido el cuarto entre seis hermanos.
Distintos puestos
Ignacio Walker. El canciller es el mayor de nueve hermanos. Muy católico, sigue ligado a la congregación de su colegio, el Saint George. Y lleva 24 años casado con Cecilia Echenique. Hoy ocupa el mismo escritorio donde estuvo su abuelo, quien fue canciller de González Videla
Bill Clinton. Es un hijo del medio que trató de hacerse notar por sus buenas notas. Siempre fue académicamente superior, pero se atrevió a adoptar ideas más liberales y a romper con algunos mandatos paternos.
Madonna. Es la tercera de seis hijos y, además, tiene dos medios hermanos. Según el investigador norteamericano Frank Sulloway, su carácter rebelde e innovador tiene que ver con su deseo de hacerse notar.
Francisco Vidal. El actual ministro del Interior es el menor de cuatro hermanos. Él mismo admite que sigue siendo tan "regalón" como siempre. No usa celular, no manda mails, no sabe prender el computador. Y si cocina un huevo, es porque alguien le prendió la cocina.


Para Sulloway, los hijos mayores se identifican más con los valores de los padres y tienden a llevar la voz de mando. ¿Ejemplos? Líderes primogénitos agresivos y, a la vez, amantes de las tradiciones: Churchill, Roosevelt, Stalin y Mussolini.

La teoría de Sulloway ha sido controvertida, porque, según muchos científicos, la historia no es una ciencia que pueda generar leyes. Sin embargo, sus conclusiones pueden aplicarse en muchos casos.

Los mayores suelen llevarse el peso de las expectativas paternas y les cuesta más salir de su influjo. La psicoanalista Marta Lebrero cita al investigador Donald Meltzer, quien habló del "enamoramiento" mutuo entre padres y guaguas, lo que se acentúa con el primogénito.

"Esta situación en la que el hijo es el 'rey de la casa' es muy necesaria en la primera etapa del desarrollo, pero de a poco esta idealización debe irse adecuando a la realidad", dice la psicoanalista. Con los hijos mayores, este natural proceso cuesta un poco más. "Inconscientemente, los padres los ven como una proyección de ellos. Y ponen en estos hijos aquellas aspiraciones no logradas".

El segundo hijo, en cambio, no se sentirá el centro de los anhelos paternos. "Cuando hay más niños, la idealización y las expectativas se diluyen".

Privilegios y costos

El hijo mayor es el único que, al menos durante un lapso, logra concitar la atención total de ambos padres. Y el, único, por tanto, que sufre la pérdida de ese privilegio. Tiene, entonces, una tarea extra: elaborar ese duelo.

Otra variable decisiva, apunta la sicóloga María Inés Díez, del Instituto Neuropsiquiátrico de Chile, es la mayor ansiedad de los padres primerizos, muchas veces asustados frente a este nuevo rol.

María Pía Tordecilla, madre de dos niños de 7 y 10 años, describe la diversa vivencia materna entre el primero y el segundo: "Con el primero tú quieres hacerlo perfecto, y pones en práctica todo lo que has escuchado: que coma bien, que salude a los tíos, que se pare derecho. Al temor a no hacerlo bien, se suma un temor social: que nadie vaya a pensar que tu hijo es mal enseñado. Con el segundo ya no tienes los mismos miedos, y si te dicen que come con la boca abierta, te da lo mismo. Ya no te parece tan importante".

Ella ve las diferencias entre ambos niños. Mientras el chico es más relajado, el mayor es un 'caballerito', que vive corrigiendo al menor en sus modales.

Sin embargo, ella ha visto un reciente cambio en el más grande: se ha puesto más relajado en el colegio y ya no está tan preocupado de hacer las tareas ni de sacar las mejores notas.

La sicóloga María Inés Díez considera normal que, en la medida en que van creciendo y reafirmando su identidad, los niños se vayan desapegando de los mandatos paternos. "El riesgo que corren muchos hijos mayores es convertirse en niños sobredaptados, que actúan como los padres esperan, buscando aliviarlos de su ansiedad de primerizos".

El problema es que estarían actuando más desde un 'deber ser' que desde su auténtico yo. Esto no les surge desde una solidez interna, de una madurez, y si se mantiene en el tiempo, estos niños pueden rebelarse o hacer crisis en la adolescencia.

La psicoanalista Marta Lebrero ve otro riesgo: "Si los padres no logran renunciar a ese 'yo ideal' que proyectan en el hijo, en este último se puede instalar un 'yo exigente', que intentará responder a estas enormes expectativas, sin poder lograrlo nunca". De ahí la importancia, agrega, de que los padres sean capaces de hacer sus renuncias narcisistas, y que vean y amen a su hijo tal como es, y no como una proyección de sí mismos.

Todos tienen sus bemoles

"Cada uno de los lugares que ocupan los niños al interior de la familia tiene sus ventajas y desventajas", advierte la sicóloga infanto-juvenil María Inés Díez. Si los mayores enfrentan el peso de las expectativas paternas, los menores deben luchar por conseguir la atención de los padres.

"El segundo siempre va a estar compitiendo con el mayor, quien va a tener más destrezas que él. Y si el más chico suele quedar relegado de los juegos de los grandes, puede experimentar más rabia y frustación que el resto".

Los mayores suelen tener un buen manejo del lenguaje verbal. Sus principales modelos son adultos y no otros niños, como les ocurre a sus hermanos.




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