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La sexualidad después de un abuso

Son mujeres normales, con hijos y matrimonios estables. Su única diferencia con el resto es que aún cargan con el recuerdo del abuso que vivieron de niñas. No hubo violación, sino caricias impropias de sus padrastros o amigos de la familia que las marcaron para siempre y les han impedido tener una sexualidad normal. Para ellas el sexo se ha convertido en un sacrificio, "por mí que no existiera", dicen. Los especialistas coinciden en que una terapia es imprescindible para superar el daño.

02 de Enero de 2006 | 17:47 |
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Loreto (46, dueña de casa) está terminando de lavar la loza que queda del desayuno. Se saca el delantal, se sienta en el comedor de diario de la cocina y comienza a prender un cigarro tras otro, sin parar. Dice que su historia no ha sido nada de fácil, que la revive constantemente, sobre todo cuando se enfrenta a la sexualidad junto a su marido "y la cosa no funciona; es bien duro porque a mi edad lo debería tener solucionado, pero cuesta mucho".

Desde los ocho hasta los diez años, Loreto fue abusada por su padrastro en reiteradas ocasiones. Él había sido el pololo "puertas afuera" de su mamá durante mucho tiempo hasta que decidieron casarse; ese mismo año comenzó "la persecución". "No quiero entrar en detalles porque me descompongo, pero te puedo decir que fueron muchas veces. No me violó, pero sí me tocó y hacía que yo lo tocara; era una niñita y lo planteaba como un juego para conocernos mejor".

En ese momento no se daba cuenta de que se trataba de un abuso, "pero con el paso del tiempo es terrible todo lo que te va pasando, las sensaciones, la culpa, la rabia; piensa que mi mamá nunca hizo nada y él murió hace algunos años; entonces no hubo castigo". Cuenta que por esos episodios lo pasó muy mal en sus primeros pololeos: "Me costaba dar un beso, porque revivía todas mis trancas; me aterraba quedarme sola con mis pololos y eso que me querían harto; que me acariciaran era un tema y hacerlo yo era terrible; me sentía culpable, cochina".

Loreto cumplirá veinte años de matrimonio en abril, cuenta que adora a su marido, que él es muy comprensivo, pero que no logra superar lo vivido durante su infancia. "Aunque he ido a terapia nunca me relajo, me cuesta excitarme, desconectarme; muchas veces se me vienen recuerdos en esos momentos; me persiguen; tengo el sexo como disociado, como algo aparte de mí, no lo puedo complementar, me pasa que estoy ahí y me siento extraña, culpable. Incluso no condenaría a mi marido si fuera infiel, porque en la cama yo soy una lata".

En Chile, se estima que cada veinte minutos se produce un abuso sexual; en las niñas, es más frecuente entre los nueve y los trece años, y en los niños, entre los diez y los catorce. Las consecuencias que puede traer en la vida futura de una persona son varias, pero, según los especialistas, la intensidad del trauma depende de la interacción de cómo, cuándo, quién y por cuánto tiempo abusaron de la víctima. Los expertos coinciden en que todos los casos son diferentes y quienes han sufrido un abuso responden de acuerdo a los factores de protección con los que han contado, la contención afectiva y la seguridad con la que fueron apoyados en el momento y a lo largo de la vida por sus familias.

Uno de los ámbitos personales que pueden resultar más dañados en el futuro es la sexualidad; mujeres que reviven en la adolescencia y en la adultez los momentos de dolor; que les cuesta enormemente enfrentarse al contacto sexual - aunque sea con un ser querido- ; mujeres que no sienten deseo ni menos placer, porque la intimidad les produce culpa, sufrimiento y rabia. "Si de niñas no encontraron apoyo - porque los adultos no les creyeron o se desentendieron- , las consecuencias en el ejercicio de la intimidad erótica en la adultez son peores. En muchos casos se produce una dificultad para desarrollar la intimidad, y al tocar y al reconocerse con la pareja recuerdan lo que hacían obligadas. Hay varias que dicen no me interesa el sexo y viviría feliz con mi pareja si no tuviera que tener sexo", explica Elena Sepúlveda, ginecóloga y sexóloga.

La doctora Sepúlveda participó en un estudio sobre comportamiento sexual femenino, realizado en Chile durante los años 1998 y 2003, donde se encuestaron 21.752 mujeres de entre 19 y 74 años. Ahí se reveló que alrededor de la mitad de las encuestadas había vivido algún tipo de coerción en la infancia o la adolescencia.

Para la mayoría de las mujeres abusadas, el sexo pasa a ser una escena de conflicto y de escaso placer. Según el sicólogo Roberto Rosenzvaig, se les produce una ruptura en su capacidad para vincular amor y sexualidad, que se refleja en la ausencia de deseo y pasión, con coitos dolorosos en algunos casos. "Muchas se casan con hombres a los que idealmente les piden que sean desexualizados, porque cuando viene el pedido sexual se vuelven a situar en el escenario del trauma", afirma el sicólogo.

Otro de los sentimientos que a varias las persigue es la culpa; de adultas recuerdan que en el momento del abuso experimentaron cierta excitación y eso las culpabiliza y les complica aún más su función sexual. Según Julia Lauzón, siquiatra y miembro de la Asociación Sicoanalítica Chilena, el sentimiento y el deseo se afectan con estas experiencias, y las mujeres se tornan hipersensibles al abordaje sexual genital de la pareja. "Algunas dicen que tienen dificultades en el momento de la penetración y es porque no están entregadas a sentir el placer sexual; sólo esperan que el encuentro termine".

Se produce una disminución de la frecuencia de las relaciones sexuales que condiciona que la pareja - que conoce la historia de su mujer- , no insista tanto en tenerlas. "Así el hombre establece una interacción de más cuidado, que en muchas ocasiones los hace sentir frenados, poco creativos o amantes frustrados. Las relaciones comienzan a ser poco placenteras, no sólo físicamente, sino que en el sentimiento, en la ternura, en el cuidado, en la gratitud que involucra una relación sexual sana, y eso es lo más afectado".

Loreto cuenta que ha intentado varios métodos con su marido para superarlo. "Hemos hecho varias cosas para relajarnos, Fernando me ha invitado a moteles, viajes; me compra ropa interior; es súper tierno, lo que me ayuda mucho, pero superado no lo tengo. Espero lograrlo, aunque son demasiados los pendientes que quedan después de una experiencia así. Lo que más me cuesta es relajarme y dejar de pensar cuando estamos haciendo el amor; casi siempre analizo todo y eso se lo transmito; también me persigue que se dé cuenta de que me excito poco; lo hemos conversado y se frustra; aunque me quiera mucho se agota".

Dice que su problema es la falta de deseo. "Para mí es un espacio negado, me acuesto con él porque lo quiero, pero no porque me den ganas; lo que me da miedo es que algún día se le termine la paciencia y me deje; por eso me preocupo mucho de él, soy cariñosa, lo llamo, le preparo cosas ricas, trato de llenarlo con otras cosas, aunque sé que la vida sexual es fundamental; espero solucionarlo".

A muchas mujeres abusadas les cuesta concentrarse en el encuentro sexual. "Van perdiendo la espontaneidad por miedo a estar teniendo una conducta seductora; varias no se arreglan para no tentar, entonces entran en un circuito en que la culpa las daña a ellas y a su vida sexual. Es recomendable que vayan a terapia, a reestructurar ese recuerdo y las sensaciones corporales para que asuman su sexualidad femenina en plenitud y con sentimientos", señala la siquiatra Julia Lauzón.
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