Muchos niños pequeños no logran separar fantasía de realidad y ven aumentados sus temores. La familia es el agente tranquilizador.
10 de Noviembre de 2005 | 14:21 |
Andrés llama a su mamá cada vez que en la tele aparecen brujas, fantasmas y calabazas. Pide que le cambien el canal e insiste en que "eso es feo, es malo, y no me gusta". A sus 4 años, tiene muy claro que él no está para esos juegos.
Hace un par de meses, relata su madre, el niño empezó a despertar de madrugada llorando y asegurando que veía monstruos en las cortinas. Los padres se armaron de paciencia. Antes de acostarlo, revisaban con él bajo la cama y en la ventana, mostrándole que no había nada extraño. Pero los miedos siguieron.
"Andrés estaba pasando por un período de mucho estrés. Se había cambiado del jardín al colegio, lo que coincidió con una enfermedad de su hermanito que nos tuvo muy preocupados", explica la mamá.
Los miedos son normales en las distintas etapas del desarrollo, afirman los sicólogos infanto-juveniles. Pero cuando llegan a interferir en la vida cotidiana pueden estar dando cuenta de que algo está afectando al niño.
"Es bueno revisar entonces qué está pasando al interior de la familia o del jardín infantil o colegio. Puede ser tensión entre los padres o la llegada de un hermanito lo que esté provocando una angustia que toma la forma de estos temores", advierte la sicóloga María Eugenia Corbalán.
También hay etapas en las que los niños están más vulnerables, como entre los 3 y los 5 años, "cuando se enfrentan a la angustia por la separación de sus figuras parentales", explica la sicóloga Verónica Pérez Villamil, lo que coincide con la etapa en que salen del hogar para ir al jardín".
"Además, hay pequeños más vulnerables que otros, que tienen una mayor fragilidad emocional y a los que les cuesta más dar el paso entre la fantasía y la realidad. Ellos se sienten con menos recursos para manejarse frente a estos elementos sobrenaturales que le provocan temor", agrega la sicóloga Cecilia Araya.
Si a esto se suman las imágenes terroríficas que ven por televisión, los niños más pequeños o los más frágiles pueden pasarlo mal. Y estos temores pueden hacer que el niño pierda energía, al punto de interferir en su desarrollo.
Figuras con poder
Las especialistas coinciden en que estas figuras maléficas -brujas, fantasmas, diablos- si bien aterrorizan a los niños, también ejercen sobre ellos una atracción.
"Los chicos pueden estar proyectando en estas figuras, inconscientemente, sus propios sentimientos negativos. Por ejemplo, la ambivalencia frente a la mamá: aunque la quieren, y la necesitan, también les da rabia que haya traído a un hermanito o que los deje solos para estar con el papá", explica Verónica Pérez.
También podría existir una cierta fascinación por el poder que representan estas figuras. "Pero no hay que olvidar que esta misma atracción les provocan las figuras sobrenaturales positivas, como la Virgen o los ángeles", advierte Cecilia Araya.
Estas mismas figuras protectoras pueden ayudar a tranquilizar a los pequeños. María Eugenia Corbalán recomienda incluso que los padres se metan al mundo de fantasía de los niños y, desde allí, descubran cuáles son los personaje o juguetes favoritos de los niños y apelar a ellos para que se sientan acompañados.
Ximena cuenta que los miedos de Andrés se fueron superando, en parte por la protección incondicional que ellos como padres le ofrecieron, y también echando mano de la fantasía: "Compramos un spray y en el envase le pusimos un monstruo tachado con una X. Rociábamos las cortinas delante de Andrés antes de que se acostara. Y se le empezó a pasar".
Pero sobre todo, cuenta, le ayudaron a aprender a calmarse. "Yo me acostaba junto a él, le leía un cuento y, al terminar, le decía que iba a estar en la pieza del lado y que me llamara si lo necesitaba. Le prometía que volvería a darle un beso cuando estuviera dormido. Sabía que podía contar con nosotros, pero que tenía que tratar de aprender a dormirse solo".
Para la sicóloga Verónica Pérez, lo más importante no es el "spray antimonstruos" sino la posibilidad de que el niño aprenda a "autotranquilizarse". Y, en esto, los peluches o los tutos sirven como objetos transicionales que reemplazan la presencia física de la madre. "Es muy importante que el niño sienta que tiene la capacidad de recuperar el control y de calmarse por sí mismo".
María Eugenia Corbalán agrega que las estrategias para que el niño enfrente sus miedos deben aplicarse en forma paulatina. Por ejemplo, si el temor es a la oscuridad, hay que ir de a poco: primero dejarlo con una luz suave o "espantacucos", o la luz del pasillo encendida.
Las sicólogas coinciden en que un punto clave es la actitud que tengan los padres: "Es importante que transmitan tranquilidad, serenidad y una visión positiva ante el mundo", dice María Eugenia. También es clave su empatía con los hijos; es decir, que los hagan sentirse validados en sus sentimientos, que no descalifiquen sus miedos sino que les den el suficiente apoyo para poder superarlos.