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Los costos y ganancias familiares de una contienda

14 de Diciembre de 2005 | 12:40 |
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Lleva 32 años casada con Piñera. Tienen cuatro hijos, dos mujeres y dos hombres, además del pequeño nieto León que su abuelo transformó en una celebridad con sus paseos por el cerro San Cristóbal.

Se casó con Sebastián para irse con él a su beca en Harvard y desde entonces, han estado en las buenas y en las malas. En cada éxito y cada fracaso.

-En lo personal ¿cómo han sido estos meses de campaña?
“Es paradójico. Por un lado hemos estado muy poco tiempo juntos, pero, por otro, nunca había estado tanto, full time, en un proyecto con Sebastián. Por primera vez, estoy viviendo lo mismo que él, sintiendo la rabia cuando te atacan, la felicidad cuando hay cosas buenas, más cuando se comparten cosas que impactan”.

No puede dejar de recordar una visita a terreno, en pleno invierno, donde encontraron, en un campamento, a una mujer enferma postrada hace 6 meses y sola. Su catre estaba sobre un piso de barro, sin luz y, aunque ella y Sebastián conocían la pobreza, esa imagen se les quedó pegada.

“Por primera vez estás hablando el mismo lenguaje. Estamos en sintonía total, pero había mucha tensión y cansancio”, comenta.

-¿Se castigaron los eventos familiares?
“Sí, no hubo mucho tiempo para estar en familia. Trate de mantener los almuerzos familiares los domingos, pero casi nunca pudo estar y lo único que nos unió, en términos afectivos, fue León”.

En el terreno de la infidencia, cuenta que Piñera se reía de todos sus amigos que, una vez abuelos, se ponían chochos. “Les decía se abuelo, pero no te pongai tonto, pero lo que le pasó con León me impactó”.

-¿Y qué fue eso?
“Siento que él puede sacar toda esa parte de ternura que le cuesta y a los adultos más. Una guagua te permite eso y a los niños, cuando eran chicos, no los disfrutó porque estaba en tantos proyectos personales, como todo el mundo. Fue un papá amoroso y cercano, nuestros hijos nunca le han tenido miedo, lo tratan de igual a igual, pero Sebastián reconoce que en su etapa de político estuvo más alejado de los menores.
“Siento que ahora, como está más viejo –se trata de corregir y se ríe- me pelea a León”.

-¿Abuelo malcriador?
“Totalmente. La noche antes de la elección, León durmió con nosotros y lo único que quería era sacarlo de su cama y cuando nuestros hijos eran chicos decía no los malcries”.

-Tu marido tiene varias campañas en el cuerpo, pero ésta es primera vez que tus hijos se exponen tanto, tuvieron un rol más presente. ¿Es una pérdida?
“No lo creo. Para mí antes era un papel más cómodo mantener un perfil más privado porque eso me evitaba definirme y por personalidad, soy más conciliadora. Definirte implica a veces enfrentarte y ser más asertiva, más que dura, para defender tus puntos de vista.
“Como todo crecimiento, tiene costos y para mis niños ha sido muy crecedor en ese sentido. Han tenido que sacar más personalidad, enfrentarse a momentos difíciles. Sebastián (junior) está terminando la universidad, pero se programó giras solo… a la Magdalena fue a la que menos le costó porque es la más política”.

-¿Ahora están más fuerte?
“Sí, lo han asumido, pero igual hay cosas que les dan lata y tienen ganas de volver a la normalidad”.

-Hablas de perderse eventos familiares importantes, matrimonios de amigos y otros. ¿Qué costo fue el mayor, los ataques?
“Honestamente, no fue un costo tan, tan duro. Sabíamos que le iban a dar por ser empresario-rico, estaba escrito, pero una vez que te están dando sientes que a algunos se les pasa la mano como a Hirsch, que además de decir que Sebastián era un peligro para la sociedad, lo llamó neofascista; ahí me superó”.

-El dicho popular dice que detrás de todo hombre hay una gran mujer…
(Se ríe) “A ver, primero digo al lado, no detrás y después alego, porque en el fondo uno se casa y uno escoge por algo. Tiene que haber algún complemento, proyecto en común; cuando los matrimonios son demasiados asimétricos, se separan. Nosotros somos súper distintos, pero estos 32 años son muestra de que hemos sido capaces de enfrentar frustraciones, períodos duros y tener una forma de mirar el matrimonio igual, que para nosotros fue para toda la vida y que implicó ponerle el hombro”.

-Por lo que has confesado, da la idea que tú vas detrás reparando ciertos problemitas que Sebastián va dejando en el camino, ciertas amistades rotas, daños afectivos, distanciamientos.
“Es que yo soy súper apegada a la gente y cuando se pelea con alguien intento arreglarlo. Para mí perder una amistad es algo muy, muy, muy duro. Voy a luchar por una amistad aún así tenga que pedir perdón por algo que no corresponde”.

-¿También reparas las faltas de tino?
“Al principio lo hacía más con mi familia, mis amigos, con la gente que no conocía esta forma de ser que tiene. Las personas que lo conocen saben que de repente está en otra, que entra apurado y no saludó, o que se sale antes de una comida porque está cansado.
“Al comienzo hacía mucho de filtro, explicaba que era así, hasta que esas personas me dijeron que no lo hiciera más porque se sentían mal por mí. Me dijeron que eran grandes y que sabrían decirle no seas pesado o nos dará lo mismo. Me plantearon que tenía que ser capaz de confiar en ellos”.

-Sabido es que el año pasado lograste un sabático y te fuiste unos meses a París con unas amigas. ¿Piñera sobrevive sin Cecilia Morel?
“Todo el mundo puede sobrevivir, nadie es imprescindible, pero él me llamaba mucho y mis amigos me decían como echaba de menos, que lo encontraban bajoneado, que era otro; la casa estaba muerta sin ti”.

-¿Y qué se le pierde sin la Cecilia?
“Tendrías que preguntarle a él, pero parece que cuando no estoy, pierde cierta vitalidad interna. Él llega preguntando a la casa si estoy, como cuando los niños llegan del colegio y preguntan si está la mamá.
“Como que necesita la presencia física mía; en las giras me llamaba cuatro veces para preguntarme novedades y le contestaba que habíamos hablado hace una hora. Hay como cierta dependencia que es normal.
“En la casa los niños se ríen porque lo imitan: ¿Cecilia?, ¿Cecilia? para cuando se le perdió el papel, la peineta. Soy como un clave a tierra, un ancla”.

-¿Es capaz de reconocerlo?
“A los amigos se los reconoce… a mí no, pero me doy cuenta por sus actitudes”.


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