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Cómo enfrentar las expectativas opuestas

Maridos y esposas esperan cosas muy distintas de la cotidianidad conyugal. Conocer y aceptar al otro en su diferencia es la clave.

21 de Marzo de 2006 | 16:08 |
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Suele ser un clásico. Ella espera que llegue el fin de semana para ¡por fin! estar en familia y sacar a los niños a disfrutar de la naturaleza junto a su marido. Él también espera con ansias el día sábado, pero para descansar, ver televisión y hacer el amor sin preocuparse de la hora. Son expectativas opuestas. Y, al no cumplirse, ambos se sienten frustrados. Empiezan las discusiones hasta que - ¡alivio!- llega de nuevo el lunes con el conocido y, mucho más manejable, mundo del trabajo.

Un tema neurálgico dentro de los conflictos de pareja es el de las expectativas. Y muchas de ellas ni siquiera son claras para quienes las experimentan: "Hay personas que esperan, inconscientemente, que el otro sea una suerte de papá o de mamá que le solucione la vida. Y cuando éste deja de hacerlo, surge el problema", explica la sicóloga Cecilia Grez, especialista en parejas.

Vania R., casada y con 37 años, relata que al comienzo su marido fue un verdadero "príncipe azul". "Hasta que lo conocí, yo era muy independiente. Pero encontré maravilloso que él se encargara de todo y que, además, me llenara de gestos cariñosos. Pero cuando llegaron los hijos, este príncipe mostró que no era tal. Tampoco era un sapo, sino un simple ser humano".
Sexo con amor
Los especialistas en terapia de pareja coinciden en que lo que ellas esperan suele ser distinto a lo de ellos. Se trata, sin duda, de un tema de género, afirma el siquiatra Rodrigo Rivera.

"La queja femenina más común en la consulta son las insuficientes muestras de cariño y de comunicación de parte del marido; y, por su parte, ellos reclaman que tienen menos sexo del que quisieran".

En ello coincide la sicóloga Cecilia Grez: "Las mujeres suelen pedir más cercanía en términos emocionales y, los hombres, en términos sexuales". Para la mujer, agrega, la proximidad emocional tiene que ver con sentirse escuchada y legitimada al confidenciar sus emociones. Y el hombre siente que darle apoyo tiene que ver con proponerle soluciones. Esperan cosas distintas y, de ahí, la frustración posterior".

El marido de Vania dejó de solucionarlo todo, comenzó a pedirle un trato más igualitario y se puso más escueto en sus expresiones de amor. "Me costó aceptar su cambio. Tuvimos una gran crisis hasta que dejé de esperar que fuera el de antes. Empecé a tomar más decisiones y a no depender de él para estar bien".

Para el siquiatra Rodrigo Rivera, docente del Instituto Chileno de Terapia Familiar, la clave está en considerar al marido o a la esposa como un "otro" legítimo, a quien no tengo por qué pedirle que cambie su forma de ser o que no evolucione con el paso del tiempo. "Pero aceptar eso pasa por conocerse a uno mismo, saber cuáles son las propias necesidades y cómo las voy a satisfacer, sin esperar a que sea la pareja mi gran fuente de realización".

Por qué luchar

Una sola persona no puede satisfacer todas las necesidades de otra. Entender esto es clave, agrega la sicóloga Cecilia Grez, y a la vez muy difícil porque hoy "la ideología en torno a la pareja hace que del cónyuge se espere todo: tiene que ser el mejor amigo, el mejor amante y el principal compañero intelectual. Son expectativas muy altas y muy poco realistas".

Laura Bravo, casada y con 35 años, relata cómo logró cambiar lo que esperaba de su pareja: "Él trabajaba tanto de lunes a viernes que lo único que yo quería era que llegara el sábado para compartirlo todo: desde las tareas domésticas hasta la entretención con las hijas. Pero él estaba tan cansado que lo único que quería era hacer nada. Yo sentía que era demasiado injusto y me iba llenando de ira. Hasta que, durante unas vacaciones, decidí hacer un experimento: hacerlo todo yo y no pedirle ayuda en nada. Que él hiciera lo que quisiera y yo, con buena cara", relata.

"Fue increíble el cambio. De a poco, él empezó a involucrarse. Veía que yo salía feliz con las niñitas y él también quiso pasarlo bien. También empezó a ayudar en las tareas de la casa porque, como yo no le exigía, ya no lo veía como un asunto de poder", agrega.
Pronóstico
Las parejas que funcionan mal son aquellas que están permanentemente discutiendo por aquello que no solucionarán nunca.

A Vania R. le pasó algo similar: "Dejé de buscar los equilibrios y de obsesionarme porque todo fuera igualitario". Al respecto, Laura agrega: "Aprendí que justicia no es lo mismo que igualdad. Si para él es algo horroroso lavar los platos y a mí me da lo mismo hacerlo, no ando contando cuántas veces me tocó a mí y cuántas a él".

En este punto, Cecilia Grez valora el sentido de gratuidad: "Lo más común es estar esperando lo que el otro me tiene que dar. En cambio, preocuparse de lo que uno puede entregar, sin esperar una retribución concreta, puede ser muy fructífero".

Saber distinguir qué cosas se debe aceptar del otro y por cuáles vale la pena seguir luchando tiene que ver con conocerse a uno mismo y también al cónyuge. Según los estudios del norteamericano John Gottman, un 70% de los problemas de pareja son perpetuos e insolucionables. Los matrimonios exitosos aprenden a convivir con ellos y concentran sus energías en el 30% que sí es arreglable.

"Además, son capaces de dialogar sobre aquello que no tiene mucha solución. Así, se genera un espacio en que la aceptación mutua se hace explícita", finaliza Cecilia Grez.








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