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“(La chochera de ser abuela) es mucho peor de lo que dicen”

05 de Abril de 2006 | 13:24 |
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Hija de un croata y una alemana, nació en Iquique, lugar donde su padre inició sus negocios, primero, una panadería, luego, una tienda de menaje donde ella y sus dos hermanas acostumbraban a ir para saltar en los colchones como si se tratara de camas elásticas.

Cuando tenía siete años, Leandro Antonijevic concedió que era mejor trasladarse a Santiago por los estudios de sus hijas, pero se mantuvo en la zona porque las pertenencias mineras (de sal) que había recibido como pago de una garantía se transformaron, de a poco, en la conocida Sal Lobos.

Ingrid Antonijevic recuerda con cariño esa época aunque ya no mantiene ningún lazo con la capital de la Primera Región. Sí tiene más con Croacia, donde viven algunos familiares, incluida una sobrina que estuvo todo el 2005 con ella.

“Me encantaba Iquique, me costó muchos años entender que lo que había hecho mi padre fue un gesto de gran generosidad. Para él fue un sacrificio traernos a nosotras para acá y quedarse allá, viajando ida y vuelta”, cuenta.

Del San Gabriel pasó a la universidad y cuando estaba en tercero se casó con Alejandro Saint-Jean. A los 21 ya había nacido su hija Carola y en medio del proceso de egreso quedó esperando a Felipe.

Se ríe de aquellos momentos: “Es más fácil estudiar que trabajar teniendo hijos; tienes horarios relativamente libres, si no puedes ir a clases te consigues los cuadernos. En ese tiempo me juntaba a estudiar con una amiga que también tenía hijos y lo hacíamos, cada una, con su guagua en brazos. No era mucho problema”.

La vorágine no paró, porque al poco tiempo de recibida debió asumir la jefatura del hogar, trabajar en Indugas jornada completa y dejar a sus pequeños hijos en la casa, con la nana y sin teléfono. Un período duro, según sus propias palabras.

-¿Nunca te sentiste superada?
“Probablemente a ratos, pero reconozco que tengo bastante energía y entusiasmo”.

Eso explica, quizás, que uno de sus peores etapas haya sido el tiempo que vivió en Valdivia, donde no pudo trabajar en lo quería y debió concentrarse en ser dueña de casa y cuidar a sus hijos, que hoy tienen 31 y 29 años. De hecho, defensora de su autonomía, al tiempo se separó y regresó a Santiago.

“Estoy muy orgullosa de mis hijos. Estoy muy feliz de ver como han logrado salir adelante. Yo ya sé que lo que pasó, pasó bien. Siento que esa es una tarea cumplida, están aplomados”, dice.

-¿Sentiste la tensión casa-trabajo a pesar de que dices que lo lograste?
“Siempre, por supuesto, pensaba que tenía que estar más en la casa, que llegaba tarde. Tanto así, que una época, cuando me retiré de Indus y estuve un tiempo en una consultora, estuve un año trabajando desde mi casa. Ahí logré cerrar el círculo, me di cuenta que yo no era para nada indispensable en mi casa, que me estaba convirtiendo en el chofer o en la que iba a la tintorería. Me di cuenta que los niños estaban perfectamente bien sin mi y eso me permitió reintegrarme al mundo laboral con mucha paz”.

-¿No sientes que tienes algunos ‘debes’ en tu labor como madre?
“Siento que no fui perfecta, uno siempre cree que pudo haber hecho algo un poco mejor, pero lo que pude haber hecho mal en su momento, creo que con los años lo he arreglado y tenemos una estupenda relación y nos encanta hacer cosas para encontrarnos”.
Y uno de los lugares donde lo hacen es en el lago Ranco, donde pasa sus vacaciones junto a sus dos nietos, hijos de Carola, que tienen 6 y 4 años. Con ellos habla casi todas las noches y se leen cuentos por teléfono.

-¿Cómo ha sido ser abuela?
“Un día le dije a mi hermana, que todavía no era abuela ya te vas a dar cuenta, es mucho peor de lo que dicen”.

-¿Qué cosa?
“La chochera… (y se larga reír). Es como enamorarse, una cosa maravillosa; uno ha visto y escuchado tanta gente, pero nunca se lo puede imaginar. ¡Jamás! Además, es como un regalo, imagínate que cuando ya no esperas nada tan impactante en la vida, nacen los nietos y es como un redescubrir la vida”.

-¿Cambia la visión de la vida?
“Probablemente uno está más preocupado de lo que les deja a futuro; a mí me importa más ahora, de que lo que estaba antes, qué calidad de mundo es el que le dejamos”.

-¿Sientes que vas a tener pérdidas por haber asumido este cargo?
“La verdad es que no. Estoy en la tercera etapa (tiene 53 años), mis hijos están grandes, mi hija tiene a los suyos, mi hijo está haciendo un doctorado en Estados Unidos. Cada uno está en el lugar que le corresponde, estoy bien tranquila con eso.
“Si hay alguna, más bien preocupación, creo que es no descuidar a mi madre. Me interesa mantener el ritmo de vernos y acompañarnos”.

-¿Y pasar a ser una mujer pública?
“Es una responsabilidad. ¿Una pérdida de privacidad? Depende de para qué uno lo quiere; la verdad es que espero seguir viviendo una vida normal, me doy cuenta de que la gente es súper respetuosa, en el supermercado me hacen así (y hace un gesto de levantar el pulgar), pura buena vibra”.

Amante de la poesía –posee un importante biblioteca en su casa en la playa- también es una fanática del baile y una fiel seguidora de la filosofía zen. “Estoy meditando, todavía, todos los días en la mañana”, afirma.

-Vas a ser la ministra más relajada del gabinete.
(Se ríe). “No sé si eso exista, pero, dentro de lo que pueda, voy a seguir practicando y me hace bien”.
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