"No, Chile no queda en ningún lugar de España ni de la Unión Europea. Es un país sudamericano".
Esta fue una de las explicaciones más habituales que Andrés Meza (22) dio a sus alumnos cuando en septiembre pasado llegó a trabajar en un colegio en Kingstone Upon Hull, ciudad industrial al noreste de Inglaterra. A los más curiosos también les contó que venía de Chillán, y que estudiaba pedagogía en inglés en la Universidad Adventista.
Andrés, junto a 30 futuros colegas, está
mejorando su inglés mientras enseña español a escolares del Reino Unido, como parte del programa de asistentes de idiomas del British Council, organismo para la promoción de la cultura británica.
Recibe mensualmente alrededor de 700 libras, unos 700 mil pesos, con los que paga su movilización, comida y la pieza que arrienda a John y Liz Healey, un matrimonio mayor que, según cuenta, lo regalonean.
También se gana sus monedas dando clases particulares de español, con lo que le alcanza para los carretes, que generalmente son en bares.
"La gente que concurre a los pubs varía entre los 18 y los 70 años. Me encanta ese contraste de edades, porque el ambiente se vuelve más diverso", afirma Andrés.
El choque cultural para los chilenos es fuerte, especialmente porque los hábitos sociales con que conviven son muy distintos a los suyos.
"Aquí todos dicen por favor, gracias, y lo siento. Al principio no me acostumbraba, pero si ahora no me hablan con esas palabras, siento que no son educados conmigo", explica Jocelyn Castro (23), santiaguina.
Lleva nueve meses viviendo en Leeds y trabajando en la vecina ciudad de Bradford, donde cumple con doce horas de trabajo semanal.
Distribuye su carga laboral entre dos colegios católicos, y aún así le queda mucho tiempo para la vida cultural y el turismo. De hecho, ha visitado Alemania, Escocia y España, además de asistir a diversos conciertos de rock y participar en la grabación de un videoclip del grupo Placebo.
Además, Jocelyn aprovecha de practicar el inglés con Mike, un locutor radial con el que pololea hace cinco meses.
Realidad pluricultural
El Instituto Chileno-Francés también promueve la inserción temporal de jóvenes chilenos en distintas regiones de Francia para que colaboren en la enseñanza del español. Claro que aquí los cupos son para profesionales de todo tipo, quienes postulan presentando proyectos para desarrollar paralelamente a su labor docente.
La sicóloga Francisca Espinoza (27) fue seleccionada por proponer una iniciativa ligada a una institución para el tratamiento de las psicosis en la pequeña ciudad de Bourges.
| Expresión oral |
| Las actividades educativas desarrolladas buscan fortalecer la expresión oral en español de los estudiantes, pero también a secundar a los profesores titulares en la preparación de materiales y en la corrección de pruebas. Así, casi sin darse cuenta, alumnos y asistentes van absorbiendo recíprocamente vocabulario y fluidez del idioma. Pero esto se logra aún más en el día a día, en el diálogo en el almacén, en el paseo por el barrio o en la cerveza conversada en algún bar. |
Allí ha vivido los últimos ocho meses, repartiendo sus horas entre el centro psiquiátrico y un colegio. En este último ha rotado por distintos cursos de adolescentes cada siete semanas, compartiendo con algunos grupos muy acogedores, pero también con otros muy apáticos y difíciles de motivar. Francisca comenta que "pareciera que todo les da lo mismo o 'je m'en fou', como ellos dicen". Algo así como un "no estoy ni ahí".
Ahora bien, con los profesores mantuvo relaciones personales muy amistosas y cordiales, pero en lo laboral "mi impresión es que no hay una valoración real del trabajo del asistente", precisa.
Una de las vivencias que más ha marcado a Francisca es la pluralidad étnica de los habitantes de París. "En un mismo vagón del metro van africanos vestidos con sus atuendos típicos, musulmanas con sus velos, y escuchas gente hablando en español, inglés, chino y quién sabe qué otros idiomas".
Aún más profundo ha sido el impacto para el geógrafo Claudio Montoni (26), quien se instaló en la periferia de París, cuyo rasgo distintivo es la diversidad cultural.
"Aquí los franceses parecen ser minoría, porque gran parte de la población es inmigrante o forma parte de las generaciones francesas derivadas de éstos", describe Montoni.
Vive en el mismo liceo donde enseña español a alumnos de las más variadas procedencias geográficas, y con quienes ha establecido más que cordiales relaciones. "En el barrio todos me conocen y me saludan por mi nombre. Eso es genial", asevera Claudio, quien ha aprovechado de asistir a clases en la Universidad de la Sorbonne.
"Ser parte de la escuela de geografía francesa ha sido un premio para mí, y es uno de los hechos que más rescato de mi estadía en Francia, porque aquí las oportunidades educacionales son múltiples", concluye.
Además de volver a Chile con un segundo idioma mucho más fluido y rico en vocabulario, estos jóvenes viven procesos de crecimiento personal como aprender a vivir solos, y en un país muy distinto al propio. Dicen que esto les permite valorar aún más su tierra natal, sobre todo porque aquí no palpan la discriminación que hay en Europa hacia los extranjeros.