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"Me gusta la vida más que la cresta"

Aunque no le ha tocado fácil -la enfermedad de su padre y la de uno de sus hijos todavía lo hacen emocionarse hasta las lágrimas-; aunque ha debido empezar de nuevo muchas veces por diversas razones, conserva la alegría y el gusto por las cosas simples de la vida y reconoce haber recuperado el centro, después de un tiempo de estar perdido.

26 de Septiembre de 2006 | 08:26 |
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Contrario a lo que pudiera pensarse, la puntualidad de Miguelo impresiona. Llega bastante adelantado a la entrevista y, cortésmente, llama al diario para saber si espera o no. Al llegar corriendo desde otra entrevista, se nota que sigue manteniendo su sex appeal de siempre: sentado en una mesa del Tavelli, las mujeres a su alrededor lo miran de reojo y él, consciente de su seducción, les guiña el ojo, las saluda, siempre con una gran sonrisa.

Si no fuera por lo canoso de su barba y algunos kilos más, podría decirse que no ha cambiado mucho en los últimos años. Sigue con ese pelo largo, algo enmarañado; con la camisa más que semiabierta, negra, que deja al descubierto todo lo peludo que un descendiente de árabes puede ser; la amplia sonrisa de dientes parejos y ordenados, aunque algo amarillos por el cigarro. Viste chaqueta de cuero negra y una pañoleta al cuello. Muy ochentera.

A pesar de su aspecto de "macho" es un ser muy sensible y honesto, que no oculta sus emociones, pero que, cuando algo o alguien le ha hecho daño, prefiere no tratar el tema y seguir de largo, porque no le gusta hablar mal de nadie.

Miguel Esbir Barco nació en el barrio de Independencia, hijo de padre sirio y madre española; tres hermanas lo precedían, así que ser el menor, unido a los ancestros familiares, no tuvo otra opción que ser un gran consentido. "Mi padre era muy árabe para sus cosas, así que se alegró mucho cuando por fin salió el hombre de la familia", cuenta.

Su madre llegó en el Winnipeg, el barco que trajo a los republicanos derrotados en la Guerra Civil Española, por iniciativa de Pablo Neruda. En el Puerto conoció a su padre y se casaron muy jóvenes.

Sin embargo, ser el único hombre no sólo le trajo ser muy regalón, sino también una serie de responsabilidades propias de un "macho".

-¿Cómo qué?
"Como buen hijo de árabe, ahí está siempre el hombre, preocupado de la familia, como la enfermedad que afectó a mi padre. Estuvo 17 años postrado por un derrame cerebral.
"Lo recuperamos y le dio un segundo… fue muy largo. Yo estaba soltero todavía".

-No ha sido fácil, ah, después vino lo de tu hijo Sebastián (cayó a la piscina y quedó con parálisis cerebral).
"Sí, pero me gusta la vida más que la cresta, te digo. Para filosofar un poco, la vida tiene más sufrimientos que felicidades; creo que hay instantes no más de felicidad y esos los aprovecho a concho".

Su camino en la música y los negocios partió casi por casualidad. No le iba muy bien en el colegio y se empezó a entusiasmar con la guitarra a raíz de las clases que estaba tomando su hermana Leyla, la del medio. La mayor se llama Lila y la anterior a él, Francisca.

"Le hacían clases a ella y yo, cabro chico metido, miraba no más… ¡terminé aprendiendo yo!", se ríe a carcajadas.

La guitarra se convirtió en su compañera inseparable; la llevaba al colegio, participaba de cuanto festival escolar se organizaba; después se la llevó a la universidad, donde estuvo sólo un año estudiando Leyes en la Chile, para darle el gusto a su padre que quería una carrera tradicional.

-¡Tan mal no te iba en el colegio, entonces!
"Nooo; además di una buena prueba (PAA). Entré a una buena carrera, pero me salí al año, porque no era lo mío; andaba medio desenchufado en esa época.
"Estaba pololeando en esa época; estaba muy enamorado, hasta las patas… ese amor de los 18, 19 años… amor verdadero ¡una cuestión increíble!, uno cree por lo menos. Pero ¡peleamos poh! Y yo dije me tengo que ir de Santiago. Me fui a vivir a Viña y ahí empezó la historia".

Puso un negocio de globos inflados en la Galería Florida, en ese tiempo muy concurrida en Viña y empezó a crecer como miniempresario. Al año siguiente, con lo que había ahorrado, puso "Mes amis" en Libertad con Uno Norte.

"Causó sensación. Yo hacía los sándwiches, los servía, atendía las mesas, cantaba… las hacía todas. No tenía garzones, no tenía na'. Era un lugar chiquitito, a principios de los '80", cuenta.

Le fue tan bien con eso, que el Bowling de Reñaca le propuso hacerse cargo del bar que tenía a un costado de las canchas. "Me contrataron para que nos fuéramos miti miti y me fui p' allá con mi guitarra, a hacer la misma onda que estaba haciendo en el 'Mes amis'. Se volcó la gente para allá y terminé vendiendo más que las canchas. Terminó el verano y me pegaron una patá en el traste, porque era mucho", vuelve a reírse, como si nada le importara demasiado realmente.

-¿Ahí vino el "Café de Miguelo"?
"Junté mis pesos -joven y con ganas de hacer cosas- y me metí en un local ahí en Vicuña Mackenna, antes de pasar el puente en Reñaca que todos decían que era un yetazo. Yo no creo en mala suerte, en yetas ni nada de eso. Ahí marqué época… con los tarros con arena de Reñaca y todo eso… ¡fue maravilloso!
"Duró seis años; había mucha onda. Todavía me encuentro con gente que se conoció ahí y se casó. Marcó época siendo underground, nadie me conocía a mí, pero el lugar era famoso en Viña".

Era el paso obligado de los artistas que asistían al Festival de Viña, porque, realmente, estaba muy de moda en Reñaca. "Fue el lugar. Me fue tan bien que puse otro en el centro de Viña, "El mezón con z" y traje a mi papá a trabajar conmigo. Vivíamos los tres en Reñaca, felices. Mi papá que era muy simpático me ayudó a potenciar el lugar. Ahí se juntaban Pancho Puelma, Keko Yunge, Alberto Plaza, cuando ninguno era conocido. Fueron tiempos muy lindos", relata muy orgulloso de lo que logró.

-Hasta que…
"Le dio el derrame cerebral a mi papá. Entonces, vendí todo, me hice cargo –como buen hijo de árabe- sin que nadie me dijera nada. Me vine a Santiago. Puse un local con Checho Hirane acá, primero en el Cantagallo y después en Los Cobres de Vitacura, el conocido Romeo, que a la postre duró 9 años".

Cuando todavía era "El café de Miguelo y Checho", en el Cantagallo, el director de televisión Sergio Riesemberg lo convenció de grabar "La colegiala", una canción que estaba de moda en España. "Salía en todas partes, pero nadie sabía que era yo. Después nacieron las otras canciones, como 'Filo Contigo', que me hizo popular en Chile, Perú, Bolivia, Argentina. Se infló un globo maravilloso que, por fuerza natural, me llevó al Festival de Viña y la gente unió cara con voz".


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