Nacido el 22 de octubre de 1956, estudió en Luis Campino y en el San Pedro Nolasco. Tiene un gran sentido de la familia y se declara "uña y mugre" con sus tres hermanas y su madre. Todos los veranos se reúnen en Hornitos, todos, sobrinos, tíos y nietos y se dedican a comer y disfrutar de la playa.
Le gusta mucho la música, cómo no, pero se declara fanático de Cat Stevens, Piero, Peter Frampton, Álvaro Scaramelli, Alberto Plaza, la trova cubana, Charles Aznavour, Leonardo Favio, Frank Sinatra. También el deporte, todo lo que se relacione con el mar y el trote diario.
Del macho árabe reconoce tenerlo todo: "lo caballero, el buen humor, lo conservador, lo galante con las mujeres, lo coqueto; soy pasional, muy pasional".
-¿Sientes que le atraes a las mujeres?
"No puedo negar que siempre me he llevado bien con el sexo opuesto y que las mujeres han sido un pilar fundamental en mi carrera. Pero verde no soy, no tengo necesidad. Sí he jugado un poco con los sentimientos y, con el tiempo, me he dado cuenta que eso es un boomerang; de eso he aprendido harto".
-¿Vicio privado?
"Una mesa bien servida, una compañía, una buena conversa, un buen vinito tinto. Por supuesto con comida árabe… ¡ahí me matai!"
-¿Deseos no cumplidos?
"Tengo ganas de formar otra familia, de verdad. Estoy justo, ya, ahora".
-¿Frustraciones?
"No haber sido jugador de fútbol".
-Te han tocado grandes dolores. Cuéntame un poco de la enfermedad de tu padre.
"Él era un hombre macizo, alto, muy vital; aparte, muy buen papá. De repente verlo disminuido, con todo un lado paralizado, fue el primer charchazo que me pegó la vida. En esa época me creía como Superman, me había ido bien en todo y me había puesto medio soberbio también, divo. Me impactó mucho… era otro papá".
Rememora todo como si fuera hoy. Se acuerda cuando debía recoger a su padre de la cama, porque se caía; la independencia perdida para volver a vivir en la casa paterna; los gastos para tratar de recuperarlo. "Era mi papá y lo adoraba, lo adoro", dice.
Fueron 17 años. La primera vez se recuperó, luego vino un segundo ataque y quedó más postrado aún. "Vino el tercero y ahí…¡ya no era mi papá!, pero uno se va acostumbrando. Creo que el dolor más grande fue la primera vez, porque me lo cambiaron, era otra persona".
De su madre habla con gran pasión y cariño; explica cómo se dedicó a su familia siempre, hasta hoy, y con el infinito cariño que se convirtió en la enfermera de su padre, haciendo todo lo que él necesitara.
-Después vino lo de de Sebastián.
"Imagínate. Me había recuperado, me estaba yendo bien de nuevo, estaba feliz con mis tres hijos y con mi mujer -que es un alma noble, bella por dentro y por fuera- y quedó la cagá no más, arrasó con todo, con familia, con todo.
"Ahí tuve otra rebeldía. Decía ¿por qué yo, por qué yo, conchesu…, hasta que cambié la pregunta y empecé a entender un poco más todo… ¿y por qué yo no?, quién era yo tan distinto, nada más que eso".
-¿Te alejaste o estuviste presente?
"Siempre estuve presente, pero indudablemente uno se va alejando… llevaba siete años casado, cuidando a los niños, quitándoles la fiebre en las noches y, de repente, con Sebastián un mes en la clínica, se nos llenó la casa de enfermeras, kinesiólogos, tubos y weás y la casa ya no fue la misma. Lógico que golpeó fuerte en nosotros.
"Después vino la separación y la locura y ahora me acostumbré a la soledad, me he puesto hasta un poquito ermitaño".
Comienza a hablar de Sebastián, de la buena calidad de vida que tiene, de la dedicación de Ana María, sus hermanos, las familias de ambos, y la voz se le empieza a quebrar, los ojos se le llenan de lágrimas y dice: "Estoy acostumbrado, pero todavía no lo puedo entender. Cuando le pasa algo a un niño es terrible y si es tuyo, peor todavía".
-¿Más duro que la enfermedad de tu padre?
"Peor, mucho peor. Era el ciclo de la vida, papá abuelo, iba para bajo ya… pero un niño ¡un niño, no! Ya, no quiero hablar más".
Silencio profundo, toma agua, se seca las lágrimas: "Me fui a la chucha".